Cuenta la mitología griega que Narciso era un joven tan guapo como engreído y vanidoso. Por eso, Némesis, la diosa de la venganza, le castigó, haciendo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. Encandilado por su propio rostro, Narciso quedó absorto, a tal punto que se arrojó a las aguas en las que se reflejaba.
Esta narración simbólica ha sido recuperada por la sicología contemporánea para describir el “narcisismo”, entendido como un desorden de la personalidad en el cual la persona sobrestima sus cualidades y manifiesta una excesiva necesidad de admiración y afirmación. Y tal como ocurrió a Narciso, este trastorno lleva a dinámicas autodestructivas.
Las elecciones exigen a los candidatos una fuerte dosis de expresividad y “voluntad de poder”. Un candidato o candidata con una baja autoestima es poco probable que pueda vencer. Sin embargo, lo que en este ciclo electoral se está viendo es la patologización de esta necesidad. Los egos y las ambiciones personales se están demostrando tan agresivos y desatados que parecen poner en riesgo los proyectos de articulación política y las formas colectivas de acción. Incluso en la Izquierda.
Pensemos en la candidatura fallida de Ricardo Rincón, que llevó a la Democracia Cristiana a una crisis que casi termina en la fractura de ese partido. No por razones ideológicas o programáticas, sino por la incapacidad de Rincón de armonizar su proyecto personal con el interés de su colectividad. “Rincón hay uno sólo” gritaban el candidato y sus adherentes en la Junta Nacional de la DC, celebrando su triunfo pírrico, mientras todo el país se indignaba porque un maltratador de mujeres, expresamente condenado en tribunales, pudiera ser candidato a diputado. Cabe también criticar a Carolina Goic por la misma razón, ya que al “rinconizar” el debate para fortalecer su candidatura presidencial, ha abierto una caja de Pandora muy difícil de cerrar. ¿Qué hará ahora la DC con los otros candidatos cuestionados: Marcela Labraña, Roberto León, Jorge Pizarro, Iván Fuentes, sólo por nombrar los casos más expuestos? Los criterios éticos propuestos por Patricio Zapata no son muy claros al respecto y auguran fuertes tensiones y contradicciones.
El narcisismo es autodestructivo porque no evalúa los efectos de las propias acciones, incluso lleva a abandonar el más mínimo sentido de la vergüenza, ya que genera un tipo de esquizofrenia política que sólo se explica por el ego desbocado de unos candidatos que están dispuestos a los pactos mefistofélicos más incomprensibles con tal de estar en la papeleta en noviembre.
Pero este narcisismo político no es una enfermedad exclusiva de la vieja política o del duopolio. En el Frente Amplio también han salido a luz las mismas dinámicas narcisistas. El excesivo “culto al yo” y a la identidad personal y su afirmación autorreferencial son rasgos notorios que han llegado a su cúlmine en la definición de las candidaturas del famoso Distrito 10. En ese espacio, que abarca Santiago Centro, Providencia, Ñuñoa, Macul, San Joaquín y La Granja, el ex candidato presidencial Alberto Mayol anunció su interés por ser candidato a diputado. El problema es que su decisión no pareció respetar los procesos internos de definición de las candidaturas, incluyendo primarias y consultas a las bases. De allí que su argumento para asumir esa candidatura se vea pobre: “Vivo y trabajo allí”, sostuvo Mayol, pero esa justificación no parece muy convincente cuando la Región Metropolitana es bastante más grande y su candidatura pone en riesgo la diputación de Giorgio Jackson (RD) y de Francisco Figueroa, de Izquierda Autónoma (IA).
TODOS CONTRA TODOS
Para entender esto hay que recordar que en noviembre la dinámica electoral supondrá una competencia feroz, no sólo entre cuatro grandes pactos: Chile Vamos, DC-IC-MAS, PS-PPD-PR-PC, y Frente Amplio. También supondrá una competencia interna entre los partidos que forman cada pacto, y luego otra disputa más entre los candidatos del mismo partido. En esta lógica de competencia total, el supuesto “compañero” de lista es también el adversario porque disputa el mismo “bolsón” de votos del candidato. Por este motivo, más que grandes propuestas programáticas partidarias, se va a acrecentar el voto “personal” basado en factores diferenciadores fundados en la biografía, el perfil humano y las redes personales.
En muchos países, especialmente en los que tienen régimen parlamentario, los electores votan fundamentalmente por los partidos. El partido ofrece un programa claro y verificable, y los candidatos son un equipo al servicio de esa causa. Es posible que un elector no conozca el nombre de los candidatos y simplemente apoye la sigla partidaria, porque sabe que estará eligiendo un equipo parlamentario que va a actuar en bloque. Esto tiene desventajas: le da mucho poder a los partidos y muchas personas destacadas pueden ser postergadas por otras que han hecho carrera interna en la maquinaria partidista.
Pero el sistema chileno está acentuando el polo opuesto: se tenderá a votar por los “rostros”, más que por las ideas y proyectos. Esta personalización puede hacer que los partidos busquen a candidatos porque son conocidos, más que a gente competente. En cierto modo, la elección de Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez respondió a este criterio de selección, ya que al ser periodistas han tenido una alta exposición mediática. Pero ahora, ya en campaña, son muchas las críticas a sus limitaciones como candidatos. No es lo mismo hacer buenas preguntas que dar buenas respuestas, y por eso Guillier y Sánchez no logran desplegar todo el potencial electoral que sus plataformas políticas podrían tener.
¿CANDIDATOS O “ROSTROS”
DE UNA CAMPAÑA?
La política es el reflejo de la sociedad en que vivimos. Uno de los signos de estos tiempos es la tendencia a exponer en público el ámbito de lo privado. De esa forma abunda la autoexhibición en las redes sociales. Facebook, Twitter pero sobre todo Instagram se han convertido en vitrinas políticas donde los candidatos, lejos de exponer ideas o programas, se exponen a sí mismos. Especialmente muestran su vida íntima, sus intereses privados, sus hábitos domésticos, la comida que comen, los viajes que hacen, los lugares que visitan, y sobre todo sus rostros. Ya se habla de la “política selfie”, que se basa en la constante exhibición de la propia cara.
Así, la división entre lo real y lo virtual se difumina, porque lo que el candidato busca es que su audiencia se identifique con su vida y anhele vivir, simbióticamente, en la piel del candidato. Para eso lo importante es construir un relato, una narración, que por medio de las nuevas tecnologías y de Internet, logre la adhesión afectiva de los electores. Se supone que las opciones ideológicas y racionales ya están tomadas, y lo que se debe movilizar en las campañas electorales es el corazón de las personas, que emocionadas por la aventura que propone el candidato, se moverían para que el triunfo de su candidato sea también su propio triunfo personal.
Esta es una estrategia transversal. Por ejemplo, José Antonio Kast sabe que su electorado es muy acotado. Sólo llega a los nostálgicos más acérrimos de la dictadura y a los fundamentalistas religiosos. Pero su imagen de campaña va a tender a movilizar a ese núcleo duro. Como el volumen total de votantes será bajo, ese pequeño nicho electoral puede ser porcentualmente importante a la hora final. De allí que su campaña no busque construir mayorías, simplemente apunta a un bolsón de votos, a los que buscará sacar de la apatía y llevar a las urnas el día de la votación.
En cierta forma el buen candidato es un buen actor. Algo parecido a los “rostros” que buscan las grandes marcas que contratan una modelo o a un cantante para que se saque fotos usando sus productos de forma casual, espontánea. La “política selfie” es parecida. El partido es la marca que aparece tangencialmente asociada al personaje, que moviliza electores a partir de su historia de vida, escenas emotivas de la campaña, y las vivencias íntimas que logra exponer a una audiencia ávida de entretenimiento. De esa manera la información electoral poco a poco se desplaza en los periódicos, desde la crónica política a la sección espectáculos, y las campañas de los candidatos empiezan a convivir con los sucesos de las celebritiesque marcan la actualidad.
ALVARO RAMIS