Para el que venga llegando y se encuentre con la guerra civil del Frente Amplio, hay que advertir que esto no es toda la izquierda. Quizás sea la más entretenida.
Su final es perfectamente predecible: todo va a quedar tal como era hasta antes del comienzo de las hostilidades. ¿No es gracioso?
Si hay que reconocer algo al affaire del D10, es su contribución al buen humor en un país cuya izquierda que se caracteriza por una absurda solemnidad.
Pero, con todo y su aporte a la buena salud cardiaca, esa no es la izuierda que anida en la esperanza de la gente, en el poblador allendista, en el estudiante que se moviliza, en el profesor que lucha, la de la gente que espera.
No es.
Una construcción política que se proponga la superación del neoliberalismo y la construcción de una sociedad de escala humana, no se hace así. Este tipo de trifulcas, hasta hace poco, eran patrimonio exclusivo del otro lado.
Aunque nunca está de más un poco de humor en la izquierda tan seria, pacata y brumosa. Sobre todo, ridículamente solemne.
Pero si se trata de hacer un hoyo, está bien comenzarlo desde arriba. O una tumba. Pero no un proyecto de izquierda.
Para recomponer la izquierda luego de decenios de derrotas, torpezas y fracasos y dar paso a una idea de sociedad a través de la cual la gente martirizada por la cultura dominante se sienta seducida, la experiencia frenteamplista no sirve. Hasta ahora.
La ruptura que iniciaron los estudiantes con el Mochilazo del 2001, cuyo pic fue el año 2011, dejó una prometedora generación de dirigentes estudiantiles que parecían por fin dar pie con bola.
Eran cabros que traían otra manera de entender la política. La Asamblea superó al equipo chico y las vocerías reemplazaron al dirigente eterno enfrentando a los periodistas.
Parecía que, por fin, las Alamedas de Salvador Allende comenzaban a dar paso al cumplimiento de su premonición postrera.
Pero resultó que las marchas se agotaron luego de cumplir su propósito de restringir el tránsito vehicular. Y pronto, a los dirigentes estudiantiles que llevaban la batuta se les perdió el norte.
Y del robusto movimiento estudiantil, nunca más se supo. Pero dejó algunos parlamentarios.
Lo que ahora se conoce como Frente Amplio, se construyó sobre el eje ecléctico constituido por los diputados Gabriel Boric y Giorgio Jackson. Estos padres fundadores sabían que esta era la oportunidad de oro para elevar a rango de parlamentarios a muchos de sus militantes: el sistema se hunde en su corrupción y no tiene gente de recambio.
Y como se sabe, pocas cosas tan inquietantes como la inminencia del poder. De harto poder. O de poco. Según.
Y entonces comenzó a caer la noche. Las cosas no fueron muy bien. Nunca quedó muy claro el perfil del Frente. Algunos lo definen como ciudadano. Otros, lo declaran como ni de izquierda ni de derecha. Y se afirma que en Cuba y Venezuela campean sendas dictaduras. Sánchez y Mayol, qui dixerunt.
Con todo, el FA se hizo de una buena vitrina con las primarias. Fue un acierto aunque los votos no fueran lo esperado.
Pero las cosas no se distendieron una vez definida Sánchez como abanderada. Peor aún, a la gente de Mayol se les negó el ingreso a los equipos programáticos de Sánchez.
Más o menos por ahí continuó la soterrada pugna que ya venía deflagrando. En el FA siempre hubo muchos descontentos con Revolución Democrática. Por sus numerosos funcionarios en el Ministerio de Educación. Por su actitud de dueño de la iniciativa. Muy pocos en el FA pasan a la gente de RD. Pervive una tensión no resuelta.
Pero el calendario puso lo suyo. Las fechas para la inscripción de los candidatos aceleró la frecuencia cardiaca y las negociaciones por los anhelados cupos hizo olvidar las rencillas. Y perder de vista el horizonte.
Luego, ya se sabe, se despliega la chimuchina.
Audios van. Audios vienen. Declaraciones kilométricas. Declaraciones breves. Acusaciones. Descartes. Reconvenciones. Amenazas. Sexismo que sí. Sexismo que no. Machismo. Feminismo. Las, los y les. Interpretaciones. Maledicencias. Recules. Más declaraciones. Más acusaciones. Chismes. Maldiciones. Ofertas. Arrepentimientos. Pataletas. Enfurruñamientos.
Toda esa tragedia cómica, o comedia trágica, en un escenario que ha tenido como principal víctima a la abanderada Beatriz Sánchez, la que, por su parte, comete el grave error de tomar partido por una de los bandos.
Pocas cosas tan poco oportunas. El silencio es un arma de la política, oportuna como pocas.
Beatriz Sánchez debió respirar un poco antes de decir esta boca es mía. Y debió vestirse de mediadora ajena a los conventilleos. Debió aplacar los ánimos, acercar posiciones, proponer arreglos, impulsar distenciones y/o invitar a un trago a su casa.
Ha faltado mucha política en las huestes del Frente Amplio. Ha faltado comprensión de lo real. Aunque si se descarta lo trágico del caso, ha sido una pasada entretenida.
Eso sí: no tomaron en cuenta que hay gente que mira. Y quizás se haga una mala impresión.
Los sucesos del FA son, en rigor, los efectos necesarios de una manera de entender la política como una construcción de grupos cerrados. De amigos. De una elite. De los elegidos. Por arriba. Y no como algo en lo que la gente común, tantas veces citada, tenga un pito que tocar: una creación colectiva así sea con sus vicios, pero también con sus gracias.
Pronto en el FA caerán en cuenta que se ha cometido un error de proporciones magnificas, cuyo coste final será pagado en contante y sonante por la candidata Sánchez. Doble contra sencillo: baja entre dos y cuatro puntos en la próxima encuesta. Pero, claro, las encuestas mienten, así que no habrá de qué preocuparse.
¿Habrá servido de algo esta función?
Quizás sí para los interesados en reiniciar la izquierda: para saber qué es lo que no hay que hacer.
Con todo, las cosas se van a recomponer a la velocidad del rayo.
Se pedirán perdón. Se darán las manos. Se jurarán lealtad. Beatriz dirá que lo siente. Boric que sigamos. Jackson que sí, claro.
Mayol tendrá su sufrido cupo en el D10.
Y el mundo seguirá su curso como si nada. Porque no verdad, no ha pasado nada.