A las consultoras internacionales dedicadas a medir el comportamiento de las economías de los diversos países las mueve, sobre todo, el interés de servir a los inversionistas mundiales. Siempre tratan de descubrir, en este sentido, los riegos a los que podrían exponerse éstos en la posibilidad de que los gobiernos implementaran políticas que afecten el libre mercado de capitales y bienes de consumo, entregando recomendaciones o prevenciones en tal sentido.
En el caso chileno, ya se nos ha advertido que el decrecimiento de nuestra economía podría inhibir o hacer más riesgoso invertir en nuestro país a consecuencia de la baja en los precios de nuestros recursos naturales o comodities, como los llaman, que, como en el caso de las exportaciones del cobre, siguen siendo uno de los pilares de nuestra economía abierta y dependiente del mundo y de las potencias como China que los demandan.
En sus informes estas consultoras también evalúan la realidad política y social de las naciones. En buenas cuentas, cuánto malestar existe en la población, lo que podría alentar reformas que pusieran en riesgo a quienes invierten dinero en nuestro país. O si en las contiendas electorales existen candidatos o partidos políticos que ofrezcan cambios que amenacen los llamados capitales que emigran de país en país, en su incesante búsqueda de mayores dividendos.
El haber retrocedido Chile, después de 25 años, en algunos puestos en la llamada calificación de riesgo soberano que hace siempre Standard and Poor´s constituye para El Mercurio un “merecido tirón de orejas” por el mal manejo económico del actual gobierno de la Nueva Mayoría, debido seguramente a aquellas presiones políticas que se le ejercen al Ejecutivo por un mayor incremento del gasto social. Todo lo cual le sirve a este poderoso matutino para señalarnos que debemos tener “mayor responsabilidad presupuestaria”, junto con advertir al gobierno que suceda al actual de Michelle Bachelet que desestime hacer promesas que puedan debilitar esa credibilidad que todavía se nos asigna en el extranjero. Además de abogar que los candidatos presidenciales en competencia procuren definir programas que no afecten nuestro equilibrio fiscal y la inversión foránea.
En buenas cuentas, lo que se propone este matutino, apoyado por esta consultora internacional, es inhibir aquellas iniciativas que todavía tiene pendiente la actual administración y que pudieran demandar mayor recaudación tributaria e inversión social. Que renuncien a una nueva reforma tributaria o derechamente a corregir las flagrantes desigualdades sociales. Así como están las cosas, parecen decirnos estos analistas, está todo muy bien y sería muy imprudente acceder a las demandas populares que, como sabemos, vienen estallando de norte a sur del país.
Curiosamente, y para tranquilidad de quienes son refractarios a la justicia, a disminuir nuestra escandalosa brecha social, el mismo Diario descubre que dentro del oficialismo, más allá de sus evidentes tensiones políticas, existen convergencias programáticas más que disensos, de igual manera de lo de lo que estaría aconteciendo entre las candidaturas de la derecha. Reconociendo, sí, que existen ofertas en materia medioambiental, en el uso de energías limpias y renovables, como en la disponibilidad de aumentar las pensiones del sector pasivo que podrían poner en riesgo la estabilidad del sistema económico. Entre éstas “generalidades” se advierte, por ejemplo, la voluntad de definir una nueva Constitución, cuestión que se sabe no cuenta siquiera con la anuencia de todos los actores del oficialismo. Menos todavía de la derecha.
Pese al “tirón de orejas”, da la impresión que para estos observadores internacionales, como para el decano de nuestra prensa, no existiría mayor riesgo de que en las próximas elecciones pudiera imponerse un candidato más radical, que se propusiera un cambio político, económico y social más drástico, que llegara a afectar considerablemente nuestros índices macroeconómicos, la actual distribución del ingreso o la confianza de los inversionistas foráneos. A pesar de que en algún momento se afirmara que los constantes cuestionamientos a Sebastián Piñera o los desencuentros de la Nueva Mayoría pudieran abrirle las puertas de La Moneda a las opciones “populistas”, como suelen ser tildados los referentes del progresismo.
Pero todo hace pensar que tal escenario resulta ahora realmente imposible al evaluar los resultados de las primarias del Frente Amplio, como la persistencia de varios candidatos empeñados en llegar a la papeleta electoral, provocando una vez más la dispersión de votos de todas las fuerzas contrarias al modelo vigente. Fenómeno que tanto ha favorecido a quienes han ganado los comicios durante toda nuestra larga posdictadura, sin darse cuenta, o sin tener en consideración, tampoco, que lo que más ha crecido electoralmente es la abstención y el desencanto popular. Lo que, en algún momento, podría ser peor para esa estabilidad del país tan celebrada por estas consultoras y ciertos medios de comunicación, que lo que menos les importa es realmente el bienestar social y la paz ciudadana. Soslayando que el desarrollo y esa “credibilidad” sostenida ha sido, por el contrario, un estímulo al desarrollo del crimen organizado y la corrupción de la clase política y del gran empresariado. De las desigualdades que han puesto a Chile sobre un polvorín que, de estallar, pudiera llegar a ser todavía más riesgoso o letal para los inversionistas extranjeros, que una seria disposición a gobernar con y para el pueblo, y no para las ínfimas minorías encantadas con un modelo que promueve intrínsecamente las desigualdades y la violencia social.
Realidad social que si fuera justamente considerada también por las llamadas izquierdas y los movimientos sociales las harían converger a una expresión política común en que, por fin, se superen los caudillismos, los sectarismos y otras malas prácticas. Porque si algo nos queda claro a todos es que tanto la Constitución de Pinochet, su estructura económica neoliberal y realidades como la de la concentración de la riqueza y el crecimiento de la inequidad se han ido perpetuando con cada uno de los gobiernos que lan sucedido al del Dictador. E, incluso, han llegado a seducir a varios de los más rabiosos políticos de antaño que alguna vez, con el puño en alto, se comprometieron con la Unidad Popular y esas reformas consideradas, entonces, como revolucionarias. Sin que nadie se sonrojara por esto.