Noviembre 18, 2024

Trump no tiene grabaciones de sus encuentros con James Comey

Donald Trump reveló este jueves que todo fue un bluf, ya que no existen las grabaciones que insinuó tener al atacar a James Comey, ex director de la FBI; reiteró que toda la investigación sobre su presidencia es un complot de los demócratas y, para sentirse mejor, entusiasmó a sus bases al proclamar nuevas medidas antimigrantes y aseguró una vez más que ante la violencia en México construirá su famoso muro.

 

 

Ah, sí, también afirmó que no desea tener pobres en el gabinete económico.

Pero mientras sigue el circo en torno a la Casa Blanca, procede el intento para anular la reforma de salud implementada por Barack Obama y –sin gran atención de los medios o de la opinión pública– la gran ofensiva para desmantelar todo tipo de regulaciones y normas ambientales, libertades civiles, derechos laborales y controles sobre el capital financiero, todo lo cual sigue satisfaciendo a los fanáticos y aliados de Trump.

El proyecto de ley para la contrarreforma de salud –promesa electoral de Trump– fue revelado este jueves por el liderazgo republicano del Senado después de negociaciones secretas que fueron criticadas por legisladores de ambos partidos. Líderes republicanos desean llevarlo a votación la próxima semana,

Si el proyecto prospera, sería uno de los recortes más severos en la red de asistencia pública en las décadas recientes, con consecuencias particularmente alarmantes para los más necesitados, al reducir el programa de Medicaid y cancelar el mandato actual por medio del cual casi todo estadunidense tiene seguro de salud, entre otras cosas.

Obama, quien ha sido sumamente cauteloso en incidir en el debate político coyuntural, rompió el silencio este jueves al denunciar que el proyecto de ley republicano no se trata de salud, sino que más bien es “un traslado masivo de riqueza de familias de clase media y pobres a las personas más ricas del país. Otorga enormes recortes de impuestos para los ricos y para las industrias farmacéuticas y de seguros, pagados al cortar la asistencia de salud para todos los demás”, comentó en su página de Facebook.

Los demócratas están determinados a hacer todo para defender este legado de Obama, con el argumento de que millones perderán sus seguros de salud con la contrarreforma, y todos esperan una gran pugna política con enormes implicaciones para ambos partidos.

Pero la intriga dentro del palacio de Trump sigue captando la mayor atención. El presidente, en un par de tuits publicados esta tarde, pareció confesar que no tiene grabaciones de sus reuniones privadas con el ex director de la FBI James Comey, a quien despidió a principios de mayo. A mediados de dicho mes, entre la disputa pública sobre las razones del despido, Trump intentó intimidar a su ex subordinado con un tuit en el que advertía que Comey “debería esperar que no existan ‘cintas’ de nuestras conversaciones antes de que empiece a filtrar a los medios”.

Ese mensaje provocó ecos de Watergate al recordarse las famosas grabaciones de Nixon en la Casa Blanca, lo cual fue factor en el fin de su presidencia. Más aún, como resultado de ese escándalo, toda grabación y registro de reuniones en la Casa Blanca se consideran archivos pertenecientes al pueblo (aunque pueden mantenerse secretos por algún tiempo), y destruir u ocultar su existencia es un delito. Mientras tanto, Comey respondió que ojalá y existieran tales grabaciones, ya que confirmarían su versión de estos intercambios con el presidente.

Así, 41 días después del tuit amenazante contra Comey y un día antes de vencerse el tiempo límite de una solicitud del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes a la Casa Blanca para entregar cualquier grabación, Trump puso fin al suspenso al escribir: “no tengo idea… si existen cintas o ‘grabaciones’ de mis conversaciones con James Comey, pero yo no hice, y no tengo, tales grabaciones”.

Pero dejó en duda si podrían existir. Por tanto, legisladores insistieron en que un tuit no es una declaración oficial, y continuarán indagando si existen grabaciones, como parte de por lo menos cuatro investigaciones en curso en el Congreso sobre estos asuntos.

Más temprano, el presidente difundió una serie de tuits en los que reiteró que la investigación sobre la Casa Blanca es un complot demócrata y excusa por perder la elección, dijo. Argumentó que la supuesta intervención rusa en los comicios se realizó durante el gobierno de Obama, y preguntó por qué no habían hecho más para frenarlo.

Y no faltó el asunto del muro. En un tuit esta tarde, Trump escribió: México acaba de ser clasificado como el segundo país más mortífero en el mundo, sólo después de Siria. El narcotráfico es en gran medida la causa. ¡Sí construiremos el muro!

El miércoles, en un acto que parecía más de campaña electoral que presidencial, Trump viajó a Cenar Rapids, en Iowa, para un baño de pueblo entre sus bases más fieles; en este caso unos 6 mil fans. Ahí aseguró que todo lo que hacemos es ganar, ganar, ganar, y evitó en gran parte mencionar la investigación que lo obsesiona y que sigue poniendo en duda su presidencia. Decidió enfocarse en su tema favorito: las medidas antimigrantes y el muro.

Afirmó que está elaborando un proyecto de ley para prohibir que todo nuevo inmigrante reciba fondos de bienestar social (welfare) por lo menos durante cinco años, lo que provocó una ovación. Aparentemente, ni el presidente ni sus bases están enterados de que ya existe esa ley; fue promulgada por el presidente Bill Clinton hace más de 20 años.

Y reveló su plan para instalar paneles solares sobre el muro fronterizo, una idea que se atribuyó a sí mismo, al resaltar que eso generará energía y es autofinanciable.

Sencillamente no quiero a una persona pobre, declaró al elogiar su decisión de tener al ex presidente de Goldman Sachs, Gary Cohn, de asesor económico, y al multimillonario Wilbur Ross, de secretario de Comercio, y justificó: porque es el tipo de pensamiento que queremos.

Pero en Washington no goza de tanta adulación. El caucus negro del Congreso, conformado por 49 legisladores afroestadunidenses, rechazó la invitación a una reunión con Trump al afirmar en una carta que los millones que representamos tienen mucho que perder en su administración y que sus políticas devastarán comunidades negras.

Mientras tanto, el senador Bernie Sanders, ex candidato presidencial demócrata, definido como socialista democrático y aun el político más popular del país, advirtió que con Trump nuestro país está procediendo en una dirección autoritaria y la propia naturaleza de la democracia estadunidense está bajo ataque. En un discurso en el Carnegie Endowment for International Peace, en Washington, señaló que el ataque contra los medios, nuevas restricciones sobre derechos al voto e intentos para poner en duda el proceso electoral son parte de esta tendencia antidemocrática.

Si el presidente de Estados Unidos puede mentir, tú puedes mentir, alcaldes y gobernadores pueden mentir. A eso nos debemos acostumbrar, ¿a decir qué importa?

 

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