«En una guerra siempre pierden los mismos» es una frase que se deja oír en una escena de la película española «Soldados de Salamina» y refleja lo que ha sido una constante en cada conflicto bélico que se produzca en cualquier lugar de nuestro planeta; es decir, pierden aquellos que tienen la desgracia de no contar con los recursos suficientes para no ser víctimas de la violencia y de la destrucción desatadas.
Lo que en épocas pasadas se catalogó como métodos correctos de hacer la guerra han sido sustituidos por otros que, en estas mismas épocas, resultaran condenables desde todo punto de vista ético y moral, dado el exceso innecesario de crueldad, de destrucción y de muertes de personas de cualquier edad, observado durante la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, en la guerra de Vietnam. En la actualidad no sorprende a nadie que se cometan desmanes a diario contra poblaciones enteras indefensas, convertidas en blancos y escenarios de conflictos bélicos, generalmente azuzados por las potencias occidentales, con Estados Unidos al frente, como ocurre desde hace décadas en la región del Medio Oriente, sin visualizarse una solución definitiva.
Todo esto representa una nueva metodología para la dominación. Aunque suene inverosímil. No se puede ignorar la utilización de nuevos y mejorados engranajes de control de la vida de poblaciones enteras; muchas veces sin que éstas se den por enteradas. La evolución de la política a una economía-política (basada, sobre todo, en los postulados de la economía neoliberal) impulsa, puesto que le es necesaria, la homogenización de los diversos grupos sociales, al margen de sus características étnicas, antropológicas, culturales y/o religiosas; lo que explicaría, en parte, las expresiones xenófobas y racistas que han aflorado con fuerza en Europa y Estados Unidos durante las dos últimas décadas, legitimadas por una guerra contra el terrorismo que, por cierto, solo sus gobiernos están autorizados a decretar y llevar a cabo. Es un proceso de disciplinamiento que recurre a todo tipo de recursos jurídico-legales, religiosos, propagandísticos, mediáticos, ideológicos y sicológicos que terminen por moldear a cada individuo a la medida de los requerimientos del nuevo poder corporativo económico-político. Dicho por Michel Foucault, “la disciplina, desde luego, analiza, descompone a los individuos, los lugares, los tiempos, los gestos, las operaciones. Los descompone en elementos que son suficientes para percibirlos, por un lado, y modificarlo, por otro”. Para esto es esencial inculcar entre las personas el afán compulsivo por obtener y disfrutar bienes materiales, aún por encima de su propia dignidad, lo cual las empuja al egoísmo y al abandono de cualquier expresión de humanidad y de solidaridad respecto a sus semejantes.
Lejos de preservar y resaltar la particularidad de las personas (en un amplio y deseable sentido) lo que se pretende es que ellas sean y actúen como masa, lográndose su encauzamiento colectivo, de manera que respondan más dócil y resignadamente a los designios de aquellos que los gobiernan. El actual predominio de los dispositivos de seguridad contribuye con este propósito, justificado por el temor a convertirse eventualmente en víctimas de terroristas que, como se ha demostrado desde hace tiempo, son estimulados, respaldados, entrenados, financiados y armados por los gobiernos de Estados Unidos y Europa occidental. Todo en nombre de la libertad y la democracia.
El enorme crecimiento demográfico experimentado en los últimos cien años y las migraciones masivas hacia Estados Unidos y países de Europa ha hecho que algunos políticos, economistas y asesores de seguridad se planteen incrementar los controles ejercidos mediante genocidios sistematizados. Esto haría más accesible la posibilidad anhelada de influir, dominar y controlar a individuos y grupos sociales en todas sus facetas. De este modo, los sectores dominantes, los usufructuarios de este poder económico-político globalizador, se garantiza a sí mismo la salvaguardia de su hegemonía y la estructura de dominación que la hace factible. Esto, como se puede concluir, conduciría al mundo a un totalitarismo corporativo, quizás no a la manera como lo describe George Orwell en su distopía “1984”, pero sí muy cercanamente, el cual le impondría a la humanidad una misma identidad o lógica.