Cuando se está llevando a cabo la cosecha número 20 de soya transgénica en el Cono Sur, la organización Grain aporta 20 razones para exigir su prohibición:
Porque es delincuente. Su cultivo fue autorizado por un organismo, la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria, a partir de un expediente de 136 folios, de los cuales, 108 fueron aportes de Monsanto, la empresa creadora de esta nueva semilla.
Porque es monótona. Con un ejército de tractores, la invasión de la soya significó el nacimiento de una nueva república. La república unida de la soya, con más de 54 millones de hectáreas, repartidas entre Paraguay, Bolivia, Argentina y Brasil, donde sólo se cultiva soya; donde no hay espacio para más vida.
Porque es un golpe de Estado. En esta república gobiernan ininterrumpidamente Monsanto y otras corporaciones del sector soyero, como Syngenta o Cargill.
Porque viste uniforme. Y, acariciando sus anillos mágicos, dicta leyes. Quien controle la semilla única se lucrará por sus ventas y por su uso, incluso en los casos en que el productor o productora guarde semillas para los años siguientes.
Porque es una dictadura. Las corporaciones mandamases cuentan, también, con el apoyo de medios de comunicación contrarios a la libertad de expresión y a cualquier debate sobre los impactos del modelo.
Porque monopoliza. Con la implantación impuesta del monocultivo de soya, día a día fue aumentando la concentración de la tierra en pocas manos.
Porque vacía. Y forzó a la desposesión y al éxodo de cientos de miles de campesinas y campesinos que dejaban atrás su capacidad de producir alimentos para la población local.
Porque enferma. El superpoder mutante con el que nace esta semilla de ciencia ficción es la inmortalidad frente a un veneno inventado por el propio Monsanto, el glifosato. Su uso no ha dejado de crecer y, cual lluvia persistente, sobre estas tierras caen cada año más de 550 millones de litros de este herbicida clasificado como probablemente cancerígeno
por la Organización Mundial de la Salud.
Porque mata. Porque sembrando estos cultivos, brotaron los pueblos fumigados
donde el incremento del uso de venenos en general, y del glifosato en particular, es causa de muchas enfermedades. Y de la enfermedad de la muerte.
Porque remata. Y quienes se han ido oponiendo al avance de este río de lava inanimada han sido perseguidos y asesinados.
Porque no es de fiar. La inocuidad de la soya transgénica en la alimentación, con su glifosato como aliño, nunca ha sido demostrada.
Porque es carnívora. Aunque la soya no coma carne, su producción masiva es determinante para la expansión de la ganadería industrial y la producción de carne barata en todo el planeta, con todos sus graves impactos ambientales, sanitarios, en el clima y en la salud a escala global. A más ganadería industrial, más desaparición de pequeñas granjas sostenibles y orientadas a las economías locales.
Porque engorda. La soya, junto con el aceite de palma y el azúcar son las materias primas estrellas en los alimentos procesados. No se come fresco, no se come verde, no se come sano.
Porque es desierto. La expansión de los cultivos de soya, hachazo tras hachazo, ha acabado con millones de hectáreas de bosque nativos en todo el Cono Sur.
Porque sustituye. Al avanzar la soya, la ganadería se desplaza hacia otros ecosistemas mucho más frágiles, en ocasiones territorios de pueblos originarios, con consecuencias gravísimas sobre los mismos.
Porque esteriliza. Esta agricultura, sin bisturí, abre la tierra en canal para despojarle de sus nutrientes, y ya nunca más podrá parir.
Porque asfixia. Finalmente, toda la cadena de la soya –su cultivo, su transporte, su uso– tiene un enorme impacto en el incremento de la emisión de gases de efecto invernadero.
Porque es mediocre. La tecnología de este cultivo transgénico ha fracasado desde el punto de vista agronómico con el surgimiento malezas resistentes al glifosato, obligando al aumento de su uso y al de otros herbicidas.
Porque simplifica. De hecho, la tecnología de la transgénesis es una traición a la complejidad de los sistemas genómicos.
Porque engaña. Y si su supuesto beneficio era la mayor productividad, está demostradísimo que los cultivos de soya transgénica no producen más que los cultivos de soya convencional.
* Revista Soberanía Alimentaria.
Autor de No vamos a tragar