Tenía 16 años cuando escuché por primera vez hablar de Ernesto “Che” Guevara, yo estudiaba magisterio de Educación Física y el R, que me doblaba la edad, egresado de la misma escuela, trabajaba en la Dirección General de Educación Física, que quedaba a un costado de la escuela, éramos amigos, éramos amigos porque yo no aceptaba ser su novia, pero él siempre estaba ahí, como pretendiente de planta, me acompañaba por las tardes a la parada de autobús en la 4ta. Avenida y 18 calle de la zona 1, en la capital guatemalteca. Nos íbamos desde la 12 avenida, por toda la 18 calle y él aprovechaba para hablarme de guerrillas, trova y revoluciones.
Yo no entendía nada, no sabía qué era la trova, porque crecí escuchando música de los Tigres del Norte, Los Alegres de Terán, Ramón Ayala, Las Jilguerillas, Chelo Silva, música ranchera, mexicana. Y de lectura no tenía nada. Conocimiento general tampoco pues pertenezco a la generación de la desmemoria. El R, en una de las tantas tardes me contó de un tal “Che” pero yo no le presté mucha atención, mi cabeza estaba en otro lado, preocupada por ajustar para los pasajes para ir a estudiar, entonces lo que me decía entraba por un oído y salía por otro. Por lo general era así, yo arreciaba el paso y él caminaba lento, relajado, yo sabía que si no cruzaba la 18 calle en 5 minutos no lograba tomar el autobús de regreso a Ciudad Peronia. Sus palabras se perdían entre el bullicio de las ventas callejeras.
Una tarde mientras comíamos pizza en la 18 calle, hizo un dibujo de la fotografía icónica del Che, yo observaba por las ventanas al tumulto de gente que caminaba por entre las ventas y él con su lapicero dibujando de memoria el rostro del Che. Siempre lo dibujaba, en cualquier papel, y escriba frases suyas en libretas. Pasaron los años y nos dejamos de ver, yo no volví a escuchar de revolucionarios, ni de trova ni de nada, o tal vez sí, en la universidad pero la pasé de madrugada, ya no era la pena de los pasajes, sino del tiempo entre el trabajo, la universidad y los entrenos en el arbitraje.
8 años después de aquella primera conversación con el R, emigré. Llegué a Estados Unidos, y la depresión post frontera me consumió y me enmudeció durante años, agonizante comencé a escribir poesía, con el tiempo vinieron los relatos, todos hablaban de mi nostalgia por Guatemala, y de pronto mi blog se llenó de lectores de todas partes del mundo que se reflejaban en mi agonía por mi país de origen. Me llovían las felicitaciones, las cartas de lectores que me declaraban su amor, me escribían periodistas, intelectuales, pintores, poetas, escritores, diputados, yo solo escribía entonces relatos y poesía, experiencias como migrante y me desangraba cuando hablaba de mi melancolía por Guatemala.
Mi letra fue tomando su propio camino y fueron naciendo los artículos de opinión, siempre sobre experiencias y remembranzas, nada político. Mi blog creció increíblemente. El R, me había dicho que un día yo iba a conocer al Che y que no iba a poder escapar, porque ese día estaba en mi camino. En el 2013, me fui con mi cámara fotográfica a cubrir la manifestación del Primero de Mayo, en Chicago, quería documentar y ver de qué se trataba, nunca había asistido a una.
Ahí me di cuenta de la falsedad de líderes comunitarios, de gente arribista que se jacta de ser de izquierda, roja y revolucionaria, también de la resistencia de muchos jóvenes y de la consecuencia política de muchos mayores que apenas caminaban por la edad y el cansancio pero iban ahí, inmensidad de banderas, de varios países, de organizaciones políticas, ambientalistas y humanitarias, de la comunidad LGBTI, y allá a lo lejos sobresalía una, roja, que la ondeaba un patojo alto, canilludo, que no pasaba de los 18 años; llevaba puesto un sombrero al estilo Pancho Villa, y una playera negra con el rostro de Emiliano Zapata.
Caminé entre la multitud buscando la bandera, la manifestación avanzaba rodeada de policías que iban a pie, en bicicleta, en motos, en patrullas y a caballo. La bandera, la bandera, pensaba, ¿en dónde está la bandera? Allá a lo lejos la volví a ver, aceleré el paso, el lente de la cámara no alcanza distancias largas, trataba de tomar la foto pero no lo lograba, el corazón me latía a mil, la voz del R me revoloteaba en los sentidos, la imagen suya dibujando el rostro del Che, su voz perdida entre el bullicio de la 18 calle. La trova, los guerrilleros y las revoluciones. El R, su voz contándome del Che, la multitud, las banderas, los policías y el corazón palpitándome a mil. Quería llorar de emoción, de alegría, el Che, el tiempo era preciso, el momento había llegado, tenía al patojo y a la bandera justo frente a mí, le tomé la fotografía y le pedí que me dejara ondearla en lo alto de los cielos. Entonces él agarró mi cámara y me tomó la fotografía que después de publicaba crearía en mi blog, provocaría el rompimiento definitivo de muchos de mis lectores.
Yo estaba feliz, tenía en mis manos la bandera con el rostro del Che, la misma icónica que había dibujado el R en aquel restaurante cuando yo tenía 16 años. El momento estaba ahí y lo estaba viviendo en Estados Unidos. Mi encuentro con el Che no fue en Latinoamérica, fue en el norte del continente.
Emocionada, al día siguiente publiqué en mi blog las fotografías y una reseña breve y la fotografía mía con la bandera del Che. Por poco colapsó mi dirección de correo electrónico, los lectores que antes me escribían cartas de amor, me insultaban, me llamaban asesina, fanática, traidora, hija de puta (hijos de putas somos todos), vendida.
Mi blog se llenó de insultos y aquellos periodistas, poetas, pintores, intelectuales que me vanagloriaban con su lisonja, que decían que era una poeta y escritora consagrada, salida de no sé dónde, se tornaron en enemigos de muerte, por mi texto y la fotografía del Che. Lo mismo sucedió con gente de izquierda en Estados Unidos y Latinoamérica, que tenían puestos en el gobierno de sus países a costillas de los mártires de la Patria Grande, me trataron de fanática, de no analizar, de no usar el cerebro, de dejarme manipular, que el Che era un asesino, (esa gente de izquierda que hoy en día apoya la invasión de Estados Unidos en Venezuela).
Y fue ahí cuando comencé a escribir artículos de opinión, sobre política Latinoamericana. Finalmente tomé el espacio que había estado esperándome desde que tenía 16 años. Y reafirmé mi convicción por la ideología que inmortalizó a los héroes y heroínas de la Patria Grande. No podía ser de otra manera. La foto con el Che, solo alejó de mi blog a los camaleónicos y labiosos que bailan al son que les toquen.
De ahí pal real…
Yo, Ilka Ibonette Oliva Corado, paria y vendedora de mercado, celebro la vida, la lucha y la dignidad de Ernesto “Che” Guevara, ¡viva por siempre! Y quien no le guste que se vista y que se vaya.
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