En La Revuelta del Público y la Crisis de Autoridad en el Nuevo MilenioMartin Gurri describe la erosión que padece la autoridad política como consecuencia del progreso tecnológico, la masiva diseminación de dispositivos digitales y una fenomenal oferta informativa. Gurri advierte la incapacidad de las jerarquías propias de la sociedad industrial para preservar su estatus en un contexto en el cual la información es abundante, circula rápidamente y, en principio, entre cantidades ilimitadas de personas. Semejante oferta complica tremendamente el secretismo, componente esencial de lo sagrado.
Gurri expone una contienda entre el Centro y la Periferia (el alude a Border, con lo cual límite o frontera pueden sustituir el término que he preferido). El Centro está configurado por las organizaciones jerárquicas y sus rígidos procedimientos, es un colectivo lento, inepto para enfrentar los nuevos desafíos, las acciones que diseña tienen por objeto boicotear las emergencias susceptibles de alterar el estado de las cosas. La Periferia, por el contrario, es la geografía en la que pululan sectas y redes: “asociaciones voluntarias de iguales”. Su razón de ser es la oposición al Centro, pero no les interesa el gobierno, por ende no se capacitan para ejercerlo. Edificar un gobierno implica definir jerarquías, diferenciar y racionalizar sectores, restaurar desigualdades. “Hacer un programa es la estrategia del Centro” sentencian los periféricos de Gurri. Las sectas periféricas apuntan a modelar las conductas en los términos transmitidos por la “sociedad buena”.
Gurri conmina a descifrar los conflictos subterráneamente suscitados entre sectas y organizaciones jerárquicas, para descubrir las discontinuidades. El conflicto que importa no es la disputa entre el partido demócrata versus el partido republicano, sino entre ambos artefactos habitantes del Centro versus las redes del Tea Party. El libro es del 2014, hoy podríamos postular como disputa relevante la manifestada entre los elencos estables de conservadores y laboristas versus el movimientismo de Jeremy Corbyn.
Puede a su vez conjeturarse que los desafíos irrespetuosamente planteados por Trump a los líderes de la OTAN y signatarios del Acuerdo de París, importan una pícara maniobra del ex animador de reality shows para nutrir su autoridad mediante el vaciamiento de importantes jerarquías foráneas y globales. Esto agrada a buena parte del auditorio de la Periferia. Su conservadorismo económico, sin embargo, no le asegura aprobación del establishment corporativo multinacional, por la impredecibilidad de sus acciones. El Donald, en todo caso, es un cuentapropista del Centro.
La apuesta del establishment central encuentra mejor carnadura en Emmanuel Macron. Su estética, falsa des-ideologización y retórica multicultural configuran un producto electoral mucho más fino. Como valor agregado, es francés. La abstención récord del 51% del electorado galo en la primera vuelta de las legislativas francesas denuncia los límites del experimento, de ningún modo insuperables.