Noviembre 23, 2024

Una cultura de corruptos e inmorales

Para que existan esas anomalías humanas llamadasmillonarios, es condición necesaria que en el otro extremo haya seres atrapados en la pobreza, la marginación, la explotación, la ignorancia y en sus hijas predilectas la delincuencia, la violencia, el narcotráfico.

 

Las fortunas inmorales se construyen sobre la existencia  de millones de seres humanos acorralados por condiciones de vida indignos. Una salud que mata, una educación  que aprisiona, pensiones inhumanas, atragantados por deudas que estrangulan y mantenidos puntualmente a tiro de fusil por la represión. Y un medio ambiente degradado por la codicia.

 

Un millonario es una condición que niega lo humano solo por el hecho de acaparar riqueza morbosa, burlona e innecesaria en un mundo tan desigual como el que ellos mismos se han dado a la tarea de crear.

 

En la base de toda fortuna insolente, necesariamente hay un cúmulo de corrupción y falta de escrúpulos, tanto como sufrimiento y abuso. No existe fortuna inocente.

 

Alguien pagó de más, alguien murió, alguien fue estafado, muchos fueron engañados. Todos fueron explotados.

 

Voces corruptas se atropellan para insistir que Chile es una isla modelo de buenas prácticas, salubridad moral y honestidad a toda prueba que hace la diferencia con otros países asolados por la corrupción. .

 

No se quiere ver lo evidente; una nauseabunda cultura que lo ha corroído todo y que deja una estela de cosa podrida a su paso, de dinero mal habido y un tufo de sinvergüenzas con poses de personas normales, de misa diaria, de silicio, paso regular y Mandamientos.

 

Los inmorales que aplastaron a sangre y fuego al gobierno de la Unidad Popular enarbolando el verbo de la honradez y el patriotismo, no fue sino una banda de ladrones que entraron a saco al Estado y se hicieron de todo lo que pudieron.

 

Luego, dejaron la sacrosanta patria a expensas de quienes quisieron llevársela para otras latitudes en forma de concentrado de cobre o de pedacitos de árboles.

 

La cultura de la riqueza mal habida, del dinero robado por montones, de la rapiña desatada, de las ganas morbosas de tener mucho más robando lo que se supone es de todos, ha permeado hasta las más pintadas instituciones y personajes de aspecto decente.

 

Rapiñas de uniforme y mucho boato, se desembozan y muestran la cara que realmente tienen debajo de la pátina artificial del patriotismo, las creencias y lo que entienden por honestidad y decoro: pero que han robado hasta el hartazgo.

El Cuerpo de Carabineros se desfonda en medio de juicios por el robo de miles de millones de pesos de todos los chilenos, sin importar sus solemnes juramentos e himnos ni sus vehementes discursos que hablan de probidad, decencia, honestidad y austeridad.

 

En cualquier país decente, ese cuerpo policial ya no existiría.

 

Y siga el curso del Milicogate: el robo y la estafa transformadas en métodos habituales por altos oficiales del Ejército de Chile, incluidos algunos Comandantes en Jefe, que se llevaron fortunas completas por la vía de los gastos reservados y la coimas por la adquisición de armas.  

 

Estos héroes utilizaron el producto de esos robos para darse una  vida de lujos, alejada de la modestia castrense tan cacareada.  

 

Empresarios corruptos que enarbolan la encomiable idea del trabajo bien hecho, del esfuerzo cotidiano, de la honesta competencia y el sacrificio patriota, han estado robando al pobrerío sin acordarse de las penitencias celestiales reservadas a los pecadores.

 

 Y vea lo que ha pasado durante decenios con la casta de políticos que han hecho de la función pública un vehículo de los más eficientes y rápidos para enriquecerse con cargo a la estúpida y crédula gente que les compra sus discursos y vota por ellos.

 

Corroídos hasta la madre, han hecho malabares estrafalarios para ocultar fortunas de dudoso origen y aparecer como santas palomas mediante gimnasias y martingalas  financieras.

 

Este país ha estado por decenios en manos de ladrones con carné de militante con  las cuotas al día.

 

La alegría que ya venía, trocó en una cultura del cogoteo y el acomodo.

 

 

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