Este 1º de junio se ha restablecido la costumbre republicana en el sentido de que el Presidente de la República rinda cuenta a la Nación, fijada para esta fecha. Este balance anual tiene poco sentido, pues no puede ser contestado por ningún parlamentario, ni menos por la ciudadanía, la verdadera detentora del poder – es una mentira “aquí y en la quebrada del ají” -. Cuando el entonces diputado, Gabriel González Videla pidió la palabra en la Cuenta del Presidente Arturo Alessandri y, posteriormente, Eduardo Frei Montalva y Salvados Allende Gossens, lo hicieran en la de su hijo, Jorge Alessandri, no sólo se les negó el uso a la réplica, sino se armó un tumulto.
Personalmente, estoy de acuerdo con la opinión del “guerrillero” Manuel Rodríguez, en que los gobiernos debieran durar un año y que el propio Presidente debiera derrocarse a sí mismo. Los romanos tenían una Institución llamada “el dictador”, y en caso de una situación de caos, su mandato duraba un año; si triunfaba, se le daba una corona de laurel, si fracasaba, se le mataba. En el fondo, lo ideal, siguiendo esta lógica, es que no debiera existir ningún gobierno, menos el dinero – como ocurrió en algunos lugares del campo aragonés, durante la guerra civil española -.
Anteriormente, los gobiernos se definían en términos positivos: El Presidente Pedro Aguirre Cerda usaba el eslogan “gobernar es educar”; Juan Antonio Ríos, “gobernar es producir”; Gabriel González Videla, gobernar es “bailar la samba”; Carlos Ibáñez del Campo, gobernar es “decepcionar”; para Sebastián Piñera, “todo es un bien de consumo”; y suma y sigue. Los mejores Presidentes de Chile estuvieron en el cargo apenas tres años – Pedro Aguirre Cerda y Salvador Allende – es decir, de lo bueno, poco. Frei Montalva y Salvador Allende han pronunciado los mejores discursos en el Parlamento, en el día de la rendición de cuenta a la nación, verdaderas piezas de construcción ideológica; entre las más desafortunadas intervenciones fueron las de Eduardo Frei Ruiz-Tagle y de Sebastián Piñera, pues se les atribuye mucha ignorancia y un poco de jerga económica.
En esta segunda década del siglo XXI, gobernar es decepcionar pues lo ciudadanos eligen como Presidentes a verdaderos mamarrachos – Mauricio Macri, Donald Trump – que tratan a su país como su propia empresa y, a los ciudadanos, como sus empleados.
El caso de Michelle Bachelet es distinto: fue elegida, en su segundo mandato, con el 60% de los pocos ciudadanos que concurrieron a las urnas – un 25% del universo electoral -. La Presidenta logró elegir una mayoría parlamentaria en ambas ramas del Congreso y la mayoría de senadores y diputados que hoy ostentan el cargo se lo deben a Michelle Bachelet, pero los traidores la han dejado sola. (Siempre he pensado, de acuerdo con Maquiavelo, que los seres humanos ruines y muy capaces de matar a su padre cuando buscan el poder el dinero; Weber decía muy bien que el político pacta con el diablo; hay que ser muy torpe para buscar la salvación en la política. El santo y el política se encuentra en las antípodas humanas).
Michelle Bachelet intentó cumplir con su programa de gobierno, pero esta fidelidad la hundió, pues los programas no están hechos para ser cumplidos. En el primer año, muy rápidamente, trató de llevar a cabo las reformas prometidas – el senador Jaime Quintana siempre ha tenido la razón: si se quiera hacer una revolución, así sea gradual y socialdemócrata, hay que usar la retroescavadora, pues sin demolición no hay construcción -. Pensemos un instante: sin la reforma del artículo 10, número 10, de la Constitución de 1925, que permitió expropiar a los latifundistas, hubiese sido imposible llevar a cabo la reforma agraria, que tanto bien hizo a Chile. Si se pretende realizar verdaderos cambios, es necesario contar con el odio de los privilegiados.
La intención de la Presidenta Bachelet fue el de tocar intereses a los ricos, teniendo al interior de su gobierno la “quinta columna” y “el caballo de Troya, de parte de la Democracia Cristiana, especialmente de la mafia Walker-Martínez- Pérez Yoma y otros, es decir, la mejor oposición a la reformas estuvo dentro del propio gobierno – el mismo Walker confesó, en un ataque de sinceridad, que no había leído el programa, pero cuando se presentó como candidato a senador por Valparaíso, visitó hospitales vestido con la “bata blanca” de Bachelet -.
La reforma tributaria fue vendida, entre tecito y tecito en la casa del derechista empresario Juan Andrés Fontaine, con el apoyo incondicional del DC, Andrés Zaldívar. La reforma educacional se enredó en manos del ministro Nicolás Eyzaguirre. A la larga, la única reforma exitosa fue la reforma al sistema electoral, terminando con el binominal y reemplazándolo por D´Hont, corregido.
La derecha siempre ha sido muy inteligente para movilizar las capas medias y a la lumpen-burguesía, que teme a los cambios que favorecen a los ciudadanos y, sobre todo, porque quiere seguir conservando los privilegios conseguidos, en una época de altos precios del cobre. Estas capas sociales vieron, por ejemplo, en el fin de la selección de alumnos y en los colegios particulares que lucraban con aportes del Estado, un peligro para su forma de vida: ¿cómo se entendía la mezcla entre sus hijos y los de los ´rotos´? Mal que mal, en el particular subvencionado los niños y jóvenes podrían jugar con hijos de oficiales de carabineros o de pequeños y grandes narcotraficantes, y no con vástagos de marginales y cesantes, y algunos de sus progenitores con estadías en la cárcel.
En una de las marchas de los apoderados de los colegios subvencionados, lucía un cartel que lo decía todo: “querimos pagar”.
La derecha, tanto de la Concertación como Chile Vamos, es cruel: cuando la UDI estaba en el suelo, debido al caso Penta, la Revista Qué Pasa” publicó los negocios de la nuera de la Presidenta, quien reaccionó mal asesorada de forma que su prestigio se derrumbó y continúa hasta hoy. De ahí en adelante las reformas murieron y vino la “Restauración”. Quienes han estudiado el período de la reconquista en la historia de Chile podrán captar la crueldad de la época y la venganza de los chapetones, una vez reconquistado el poder.
Actualmente el general Mariano Osorio de la “restauración” fue el ministro del Interior Jorge Burgos – hoy jefe de campaña de la candidata DC, Carolina Goic -; Casimiro Marcó del Pont, gobernador de Chile en la época de la reconquista, ha sido reemplazado por el “mano de guagua” Rodrigo Valdés, ministro de Hacienda; el único que falta es Vicente San Bruno, el más cruel de los opresores españoles, que se ensañó con los patriotas, pero lo está haciendo la derecha, que pide militarizar la Araucanía.
Los súbditos chilenos no son iguales a los de la Revolución Francesa, pues tienen mejor clase y menos odio: aun cuando muy malo haya sido el gobierno, siempre terminan premiando a “sus reyes y reinas”, por ejemplo, Sebastián Piñera que gobernó pésimo, terminó con el 50% de aprobación en las encuestas, y podría ser que los gobernados fuesen tan idiotas que lo reeligieran, pues la estupidez humana no tiene límite. Ahora Michelle Bachelet se acerca al 30%, según la reciente encuesta Adimark.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
01/06/2017