Alejandro Guillier, a comienzos del año en curso, llegó a convertirse, en el candidato más competitivo contra el postulante a La Moneda, Sebastián Piñeda, incluso, en las encuestas realizadas por los empleados del magnate, aparecía en algunas de ellas como ganador en la primera vuelta. ¿A qué se debía el llamado fenómeno Guillier con tanto apoyo popular, al menos en las encuestas?
A mi modo de ver, las respuestas se pueden explicar por la crisis de las élites acusadas, transversalmente de corrupción, ambiente que favorece a un candidato nuevo y que se le percibe, en este caso, como un periodista honesto y veraz.
Mi hijo, Rafael Andrés, hace una buena distinción entre populismo y elitismo: el primero promete lo que no va a cumplir y, el segundo, cumple lo que al pueblo, en general, no le sirve.
En el Chile y también en el mundo de hoy, los partidos políticos son despreciados por gran parte de la ciudadanía: hay una dicotomía que parece insalvable entre el pueblo y dirigencia de partidos. “La ley de hierro de las oligarquías”, planteada por Max Weber y, posteriormente por Robert Michels, se cumple a cabalidad.
No es ninguna casualidad que dos candidatos muy populares, Guillier y Sánchez, sean reconocidos periodistas: la única verdad es la capacidad de comunicar y mantenerse cerca del ciudadano de a pié. Antes eran abogados, economistas y médicos…, hoy estas profesiones sirven de poco, pues la política no tiene nada que ver con la ley, tampoco sana a nadie y la economía, por su parte, es una ciencia oculta, basada en pronósticos erróneos, en cambio los medios de comunicación moldean la opinión pública, y las encuestas, aunque falsas, se convierten en un instrumento útil para domesticar a las masas.
Alejandro Guillier es un periodista perspicaz y capta muy bien las inquietudes de la opinión pública, convencido de que mientras interprete y acompañe el sentir popular, va a tener posibilidades de éxito; esta es una de las razones por las cuales se negó a inscribirse como militante de cualquiera de los cuatro partidos políticos que lo apoyan, sino que optó por el difícil camino de reunir las firmas requeridas para ser candidato independiente.
Los cuatro partidos políticos que apoyan a Guillier – PR, PS, PC y PPD – le aportan más problemas que soluciones: en primer lugar, las directivas están separadas de sus militantes; en segundo lugar, el candidato tiene que llevar el peso de un gobierno de baja popularidad, el de Michelle Bachelet; en tercer lugar, el acuerdo de apoyo de un sector del Comité Central de Partido Socialista ha tenido efectos secundarios, como por ejemplo, provocar la ira de los viudos del ex Presidente Ricardo Lagos; en cuarto lugar, al no existir primarias en la Nueva Mayoría, hace imposible el uso de los debates públicos para conocer las propuestas y programas de gobierno del candidato.
El ex ministro de Justicia, Carlos Maldonado, del PR, importante líder de la candidatura de Guillier, tiene sobradas razones al denunciar las malévolas críticas de personajes derechistas de la Concertación, entre ellos Eugenio Tironi, José Joaquín Brunner, y muchos otros más disimulados a quienes, en el fondo, les gustaría que triunfara Sebastián Piñera en las próximas elecciones presidenciales – estos personajes son los barones de la “quinta columna”; recordemos que Tironi escribió un libre donde describe su traición a Eduardo Frei Ruiz-Tagle -. Para más remate, el candidato Guillier tiene que arrastrar a personajes, como Camilo Escalona, Rodrigo González, y otros, que son genios para robar cámaras – sólo les falta imitar a Trump para desplazar a gente buena y colocarse en primera línea -.
Por su parte, la candidatura de Carolina Goic ha tenido el mérito de despertar una especie de chauvinismo partidario que estaba casi muerto en la Democracia Cristiana. Entregarse al ala más conservadora de los Walker, Martínez, Alvear y Mariana Aylwin, entre otros, le ha dado réditos a la candidata, al interior del Partido que, con la promeso de domicilio en la centro-izquierda, evita que los “chascones”, es decir, los progresistas, abandonen el Partido y así, evitar un nuevo quiebre.
Tiene razón Alejandro Guillier cuando critica al gobierno por su falta de conducción política, llevando a la Democracia Cristiana al “zapato roto” del camino propio. Por su parte, el gobierno, que cada día está más lejos de la escena política, pretende mediar en el despelote existente en la antigua Concertación – hoy se hace llamar Nueva Mayoría -.
El único Partido coordinado, leal y que no le crea ningún problema al candidato, es el comunista que siempre ha tenido la gracia de no permitir fracciones en su seno, desde Lenin hasta nuestros días. El príncipe Mijail Bakunin describía muy bien el carácter autoritario de Carlos Marx y el despropósito de la dictadura del proletariado, así como el centralismo democrático: el Comité Central reemplaza a los militantes y a esta institución la reemplaza el dictador (Stalin), sin embargo, este Partido centralizado, usando el sentido común, ha sido útil, por ejemplo, en el gobierno de la Unidad Popular, al combatir a la ultraizquierda, y en gobierno de Michelle Bachelet al ser leal al programa, y ahora, la disciplina en el apoyo y lealtad a la candidatura de Alejandro Guillier.
En la mayoría de los países asistimos a una crisis de los Partidos Socialistas – no corresponde literalmente a la Socialdemocracia – y la candidatura de Guillier también tiene que pagar el costo del desbarajuste del socialismo en Chile.
El dilema que debe resolver el candidato Alejandro Guillier es el dejarse dominar por los partidos que lo apoyan, o bien, tomar el camino del apoyo popular, es decir, optar entre el elitismo o el populismo. El término populismo en la historia no siempre ha tenido una acepción negativa. Pues dividir las opciones políticas entre en neoliberalismo y populismo es, francamente, ilógico: el populismo puede identificarse con lo popular.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
26/05/2017