Para superar el neoliberalismo, no bastan sólo los votos, ni las campañas electorales, ni las primarias, aunque claramente pueden ayudar en la tarea compleja y de largo aliento que comenzamos con el Frente Amplio. Incluso si se ganan elecciones, no basta. Para superarlo se necesita dar una lucha contrahegemónica, desde una mirada gramsiciana, capaz de avanzar, como lo hemos hecho desde 2006, y sobre todo desde 2011, desde los diversos movimientos sociales y populares, desnaturalizando el sentido común que instaló el neoliberalismo (el famoso TINA o “no hay alternativa” de Thatcher), entendido éste como una racionalidad globalizante y normativa, y no sólo cómo una ideología o un mero sistema económico, siguiendo la tesis de Dardot y Laval.
Necesitamos multiplicar las organizaciones y redes comunitarias en los territorios, implantar procesos productivos autónomos y cooperativos, así como socializar y comunalizar otros, multiplicar las resistencias a los extractivismos de todo tipo, tanto urbanos como de los recursos y bienes comunes. Podemos comenzar por implementar prácticas cotidianas de micropolítica, desde nuestros espacios más íntimos, hasta el trabajo colectivo. Para así retomar y reproducir valores de fraternidad, compañerismo, ética a toda prueba y transparencia en nuestros procesos, que deben ser la base mínima para construir este proceso colectivo de transformaciones desde nuestras diversidades.
Vale la pena preguntarse entonces si acaso estamos preparados y ver cuales son los flancos abiertos en el Frente Amplio, como lo hace Nicolás Romero. Para responder a estas interrogantes, precisamente debemos abordar algunos temas centrales, partiendo por la democratización radical al interior del FA como primera etapa; así como definir una política de vínculos claros y orgánicos con los diversos movimientos sociales; y finalmente el contenido colaborativo y emancipador del programa. Podemos vislumbrar las respuestas desde la siguiente proposición: levantar estos procesos a través de la construcción de políticas prefigurativas. Qué significa esto, según Hernán Ouviña, serían las “prácticas territoriales que plasman de manera embrionaria los gérmenes de la sociedad futura por la cual luchamos, en la medida en que ensayan aquí y ahora una transformación integral de la vida”.
Para esto se requiere organización territorial, ser protagonistas de las luchas sociales y políticas, así como trabajo intelectual y teórico, pero no de vanguardias iluminadas y conductoras, sino que de retaguardias que acompañan y sistematizan esos procesos de creación de poder popular. Lo esencial es poner en práctica, aquí y ahora, las ideas de sociedad que soñamos, y no necesariamente esperar a “ser gobierno”, para aplicar el “programa”, sino que comenzar desde ya a producir colectivamente y “comunalmente” ese programa. Se necesitan entonces políticas prefigurativas, que nazcan y se desarrollen en los territorios, que vayan desde pequeñas escalas y se puedan federar y asociar a mayores escalas, todo esto en paralelo a los procesos de “asalto institucional electorales”, que pueden ser una oportunidad para difundir y multiplicar nuestras ideas, pero pueden ser una trampa sino avanzamos en la construcción social previa de esas prácticas concretas y ancladas en las bases sociales. Como declara pertinentemente el alcalde del Frente Amplio en Valparaíso, Jorge Sharp: “el excesivo vértigo electoral que estamos viviendo puede hacernos perder lo esencial y lo fundamental del Frente Amplio. Tiene que ser capaz de constituirse en una fuerza política social y ciudadana de carácter permanente en la política chilena, que sea capaz de impulsar un nuevo modelo de sociedad… Nosotros hablamos de un nuevo modelo de sociedad post neoliberal”.
Pero ese modelo de sociedad post neoliberal tiene múltiples formas de construirse. Como diversas son las posibilidades desde las diferentes escalas espaciales y temporales de como abordemos la estrategia de superación del neoliberalismo a la chilena. En este sentido poner en el centro el trabajo territorial, y la disputa por el territorio y su producción colectiva, como se entiende por ejemplo desde el sentido revolucionario de derecho a la ciudad, es el camino que proponemos, y que tiene por ventaja que ya se lleva construyendo desde hace décadas en múltiples territorios, se trata entonces de federar y tejer vínculos entre lo existente, así como abrir y fundar nuevas iniciativas.
Otra oportunidad actual es el proceso programático participativo y la creación de los comunales del Frente Amplio en Chile y en el extranjero. Éste puede ser un tremendo ejercicio de “ofensiva intelectual desde abajo”, como bien definió el concejal de Peñalolén del Frente Amplio e Igualdad-MPL, Lautaro Guanca. El proceso programático podemos entenderlo como una especie de ensayo general del proceso constituyente y social que pretendemos construir mañana, aunque el proceso programático puede ser insuficiente si sólo se queda en este corto período electoral de 2017, y no se plantea como un proceso permanente de discusión, construcción social y autocrítica, de largo aliento para poner en ejercicio espacios de democracia radical.
No hay modelos ni recetas para avanzar, cada historia y contexto son diferentes, pero a lo que podemos echar mano es a la historia y a las experiencias de otros que nos antecedieron, así como las políticas prefigurativas que se construyen actualmente en diversos lugares del mundo y de Chile, que podrían inspirarnos. Proponemos un sucinta recopilación no exhaustiva y heteróclita de algunas experiencias que podrían interpelarnos, en el entendido de que podemos sumar cientos o miles de otras para enriquecer nuestro proceso. Experiencias que en su momento transformaron el curso de la historia, más allá incluso de sus territorios y temporalidades. Todas podrían criticarse por diversos aspectos, sin duda uno central ha sido su continuidad en el tiempo. Si las observamos a partir de las escalas, entendemos que el factor de anclaje al territorio es clave. Siguiendo las palabras de la diputada del partido pirata de Islandia, Birgitta Jónsdóttir, podríamos decir como ella: “no tengo todas las soluciones, pero creo que si recabamos las ideas que se están poniendo a funcionar en muchos sitios del mundo, podemos crear muchos modelos distintos para sociedades distintas”.
Comencemos por algunas experiencias históricas a la escala grandes ciudades, que pueden darnos ideas para implementar este proceso de cómo superar el neoliberalismo desde un mirada territorial y prefigurativa:
El proceso de la Comuna de París en 1871: autogobierno de la ciudad por sus propios habitantes organizados para resistir a la guerra con Prusia y a la reacción del monarquismo y la oligarquía francesa, pero también una respuesta a la brutal transformación urbana de París conducida por Haussmann. Este fue un momento revolucionario, que duró 3 meses, íntimamente ligado a la autogestión de la ciudad de manera autónoma por el pueblo de París, lo que hasta hoy muchos denominan como el único momento en la historia de un ensayo de un socialismo autogestionario a la escala de una gran ciudad. Su legado en varios aspectos sigue vigente. Entre sus avances políticos en su tiempo se cuentan la instalación de una democracia radical basada en la soberanía del pueblo, el reconocimiento de la plena ciudadanía a los extranjeros, la igualdad salarial entre hombres y mujeres, la requisición de las viviendas vacías y de las empresas abandonadas, la instalación de la escuela pública, gratuita, laica y obligatoria, entre otras medidas, que aún hoy siguen vigentes en la agenda política.
La Barcelona de 1936 gestionada por los habitantes y los sindicatos: en el contexto de la guerra civil española y de la anterior instalación de la república y del triunfo del Frente Popular en 1936, hay que revisar como se organizó la ciudad catalana, en lo que el historiador Chris Ealham, denomina como un proceso de “urbanismo revolucionario”, con la expansión de los servicios públicos autogestionados por las asambleas de barrios, la instalación de guarderías para niños, de bibliotecas públicas, de nuevas escuelas, así como el funcionamiento de un transporte público colectivizado y gestionado por sus propios trabajadores.
Sigamos con algunas experiencias históricas a escalas más locales, como los barrios:
La ciudad libre de Christiana en Dinamarca: es un barrio autogestionado en la ciudad de Copenhagen, habitado por más de 1000 personas, y que desde los setentas a partir de la ocupación de un regimiento abandonado, funciona hasta hoy como un espacio de propiedad comunal, donde la propiedad es colectiva y se practica la autogestión democrática del territorio.
No necesitamos ir tan lejos, podemos volver a mirar y reaprender de los procesos de construcción de poder popular en Chile, en las tomas de terrenos históricas del movimiento de pobladores, en los cordones industriales y en los comandos comunales durante la unidad popular. En esos procesos, debido a las exigencias del momento histórico y a la fuerza de los movimientos populares, se constituyeron espacios de control y socialización de los medios de producción, tanto de la ciudad, como de algunas áreas de la economía. El funcionamiento orgánico con un enfoque territorial fue clave en estos procesos, así como la colaboración entre distintos actores de los territorios: trabajadores, pobladores, estudiantes, técnicos y profesionales. Esa también es nuestra historia.
Hay además experiencias contemporáneas y que han sido capaces de resistir al neoliberalismo global en las últimas décadas, a escalas de ciudades o regiones:
Las comunidades zapatistas en Chiapas y sus juntas de buen gobierno: que funcionan con cargos revocatorios y rotativos, que no duran más de 2 ó 3 años. Ponen en práctica una idea de des-especialización de la política, a partir del concepto de “mandar obedeciendo”, con el objetivo de dispersar el poder. Promueven las capacidades productivas de las comunidades, basadas en cooperativas, desarrollan un trabajo de salud autónoma, compuesto de clínicas, microclínicas y redes de agentes comunitarios de salud. La educación es objeto de una de las mayores movilizaciones de fuerza de los zapatistas. En las 5 zonas zapatistas de Chiapas funcionan 500 escuelas, en la cuales 1300 promotores educativos aprenden y enseñan junto a 16.000 estudiantes.
El Movimiento de los sin tierras (MST) en Brasil: que nace como una respuesta a la concentración histórica de la propiedad de la tierra, además utiliza a su favor el artículo de la constitución post dictatorial de 1988, que reconoce la función social de la tierra y la propiedad. El MST tiene presencia en 23 estados de Brasil, con más de 2 millones de miembros, más de 500 asociaciones de producción, comercialización y servicios; 49 cooperativas de producción agropecuaria; 32 cooperativas de prestación de servicios; dos cooperativas regionales de comercialización y tres cooperativas de crédito. Gestionan más de 1800 escuelas de enseñanza básica, con 160.000 niños y adolescentes estudiando en ellas; tienen 3000 monitores especializados en alfabetización de jóvenes adultos y cerca de 30.000 personas alfabetizadas. Desde 2005, tienen la primera universidad popular rural, la escuela Florestán Fernández.
Rojava y las comunas autogestionadas kurdas en Kobane: basadas en las ideas de municipalismo libertario de Murray Bookchin, y adaptadas a la realidad del medio oriente con las ideas de confederalismo democrático de Abdullah Ocalan, son hoy una respuesta de avanzada en un territorio en crisis y hoy en guerra. Hay que entender que el Kurdistán es una nación sin Estado, que tiene su territorio fraccionado entre las fronteras de Turquía, Siria, Irak e Irán. Y que ha tomado la estrategia del municipalismo, para superar la antigua estrategia de lucha por la liberación nacional. Entre los aspectos más interesantes de su proceso revolucionario, encontramos la política paritaria y feminista, presente en todos los cargos de representación, donde siempre hay una dupla hombre-mujer (o incluso transgénero), la práctica de la democracia directa basada en los consejos de barrios, cantones y regiones, así como la preocupaciones centrales dadas a la ecología política, y a la inclusión de todas las minorías étnicas o religiosas presentes en los territorios.
El municipalismo de Marinaleda en Andalucía: que a partir de la movilización de los sindicatos de campesinos sin tierras, recupera 1200 hectáreas para trabajarlas como cooperativas de producción y que al mismo tiempo que se movilizaban en la ocupación y recuperación de esas tierras ganan las primeras elecciones municipales finalizada la dictadura franquista, administrando el municipio con una inmensa mayoría hasta hoy. Las medidas faros que han implementado para sus más de 3000 habitantes van desde la colectivización de la tierra, tanto urbana como rural. Constituyendo un banco de suelo municipal donde se construyen viviendas sociales cooperativas en propiedad colectiva con ayuda mutua, por las que las familias pagan 15 euros al mes, unos 10mil pesos. El pueblo gira en torno a la instalación de las cooperativas de explotación agrícola y de producción de conservas, propiedades colectivas de la comunidad a través del sindicato, donde todos y todas ganan el mismo salario. Como medida de funcionamiento democrático, por ejemplo en Marinaleda los concejales o el alcalde no reciben sueldos, porque siguen realizando sus actividades como asalariados de la cooperativa o de otras instancias en el pueblo, en el caso del alcalde por ejemplo siguió siendo profesor del liceo y viviendo de su sueldo. Además utilizan una democracia radical basada en la participación de gran parte de la población en constantes asambleas donde se toman las decisiones vinculantes referentes al municipio.
El municipalismo de Barcelona en común y el triunfo de los movimientos sociales en la alcaldía: un proceso similar en algunos aspectos, pero anterior al de Valparaíso, donde desde diferentes movimientos sociales y organizaciones locales, así como algunos nuevos y pequeños partidos, se levanta una plataforma para participar en las eleciones municipales, denominada Barcelona en común. La alcaldesa Ada Colau, fue la vocera de la plataforma de afectados por la hipoteca (PAH), uno de los movimientos sociales más importantes desde la crisis de 2008, que podría ser un símil en Chile de las organizaciones de deudores habitacionales, como el ANDHA. Los principales desafíos que tienen en Barcelona en Común es como conciliar esta doble presencia, tanto en los movimientos sociales, y ahora desde la institucionalidad local. Han fomentado la construcción de viviendas cooperativas, así como el control de la gentrificación impulsada por la turistificación y la irrupción de los arriendos turísticos, tipo Airbnb, entre otras medidas como la de abrir la ciudad a los refugiados, así como políticas feministas y una hoja de ruta basada en la garantía de los derechos sociales para los ciudadanos.
Las asambleas ciudadanas regionales: No podemos olvidar las ricas y diversas experiencias, momentáneas, pero profundamente pedagógicas y emancipadoras, de las diferentes asambleas y sus levantamientos en Chile desde 2011, con los ejemplos de Magallanes, Dichato, Freirina, Aysén, Calama, Chiloé, entre otras. El lema de profunda alteridad y generosidad levantado en Aysén de “tu problema es mi problema” , así como la organización de la vida cotidiana durante el período de fuertes movilizaciones, son muestras claras de que hay un germen potente y una capacidad gigantesca de autonomía desde los territorios autogestionados por sus mismos habitantes, basada en la memoria colectiva y en la reconstrucción, a veces invisible, de tejido social. La contestación al modelo de desarrollo que necesita de territorios de sacrificio también hay que tomarla en cuenta.
Otras experiencias contemporáneas y que han sido capaces de resistir al neoliberalismo global, a escalas de barrios o territorios locales:
Las zonas a defender (ZAD) en Francia: Un ejemplo actualmente vigente, son territorios en autonomía y en resistencia contra grandes proyectos inútiles e impuestos (GPII) como el aeropuerto de Notre Dame des Landes, con un movimiento que resiste a su construcción que ya tiene más de 40 años. Y que en los últimos años ha tomado la estrategia de ocupación del territorio, así como de alianza con otros territorios. En las ZAD se levanta una vida comunitaria radicalmente democrática y en autonomía, donde se cultivan y producen colectivamente las tierras, se organizan escuelas de oficios y se práctica un ecologismo radical crítico.
Son innumerables los ejemplos en los movimientos populares en América Latina, así como los movimientos de pobladores en Chile. Incluso algunos son parte del FA, como el Movimiento de Pobladoras y Pobladores en Lucha (MPL), que desde sus inicios, hace más de 10 años, además de reivindicar el derecho a la vivienda, avanzó y construyó progresivamente lo que podríamos denominar una “crítica de la economía política urbana neoliberal”, a través de una serie de “políticas prefigurativas ”, con una estrategia compleja y autónoma, capaz de estar en varios frentes simultáneamente, superando las demandas “asistencialistas”, para a través de la autogestión y la educación popular, hacer avanzar procesos de producción social del hábitat que van en contra de la lógica neoliberal, pero que al mismo tiempo son capaces de subvertirla para ponerla al servicio del movimiento y de los pobladores, transformando los espacios de lucro del modelo, en oportunidades de redistribución. El geógrafo brasileño Marcelo Lopes da Souza, ha sistematizado desde 2006 esta táctica-estrategia del sin, contra y desde el estado, en su caso estudiando a los movimientos sociales urbanos brasileños y argentinos. Su análisis parte desde la autonomía (a lo Castoriadis) de otros movimientos sociales latinoamericanos que avanzan “ juntos con el estado, a pesar del estado y contra el estado ”.
Y citemos para cerrar algunas experiencias productivas, relacionadas a la gestión de los medios de producción a través de cooperativas u otras formas de democratización de la economía. Casos conocidos podemos encontrar en la red de fábricas recuperadas en el mundo, como en Argentina luego de la crisis de 2001 o en Europa luego de la crisis de 2008. Uno de los más conocidos es la fábrica de cerámicas Zanón en Neuquén, llamada FASINPAT o fabrica sin patrones. Otros casos recientes son los de las fábricas Vio.Me en Grecia, Fralib en Francia, o Kazova Tekstil en Turquía. Un caso interesante es el de la red de cooperativas agrupadas en la cooperativa integral catalana, que se autodefine como “una propuesta constructiva de desobediencia y de autogestión generalizada para reconstruir la sociedad desde abajo (en todos los ámbitos y de manera integral) y recuperar las relaciones humanas afectivas, de proximidad y basadas en la confianza”. Otras son las cooperativas de Modragón en el país Vasco, con una idea de “empresa basada en la cultura cooperativista en la que el capital es un instrumento subordinado al trabajo”.
La propuesta, entonces, es que a partir de la consolidación de los comunales del Frente Amplio se levanten procesos de organización que sobrepasen lo meramente electoral, que se entrelacen con las luchas previas y futuras de los territorios, y que por sobre todo sean capaces de construir políticas prefigurativas, que pongan desde ya el programa post neoliberal del FA en acción desde espacios de resistencias e iniciativas. Que los comunales del FA logren constituirse en espacios físicos concretos, constituyendo centros sociales o escuelas, como fueron las escuelas que levantó la Federación Obrera de Chile (FOCH) por todo Chile a principios del siglo XX, con escuelas para obreros y asalariados, así como las escuelas racionalistas federadas para niños, inspiradas en la pedagogía libertaria del español Francisco Ferrer Guardia. Este proceso fue una de las bases de la experiencia del movimiento constituyente entre 1918 y 1925, y que culminó en la asamblea constituyente de asalariados y intelectuales de 1924.
Que desde los comunales del FA se federen o se inicien cooperativas de producción y trabajo, comités de viviendas cooperativas, proyectos de educación popular, espacios de ayuda mutua, en definitiva organización comunitaria y territorial que este disponible a asumir el desafío complejo y con protagonismo colectivo que implica superar el neoliberalismo. Esto incluye un reto para los actuales municipios con Alcaldes y concejales del Frente Amplio: en Arica, Bulnes, San Fabián, y sobre todo Valparaíso, por su simbolismo y peso específico. En esas comunas debiera existir una movilización importante de los comunales del Frente Amplio, apoyando esos procesos, y sobretodo levantando proyectos concretos a diversas escalas, capaces de converger, con los apoyos concretos de sus gobiernos locales, y mañana quizás con apoyo de otros espacios estatales.
Tomando estas experiencias y otras no necesitamos enterrar la etiqueta de izquierdas, como una estrategia comunicacional, sino que podemos construir a partir de las izquierdas históricas algo más amplio, mestizo, híbrido y con rasgos de sincretismo político, que incluya la necesaria visión crítica del crecimiento por el crecimiento y descolonice la noción de desarrollo basado en el extractivismo y la destrucción del medio ambiente, que sea capaz además de despatriarcalizar nuestras prácticas políticas. El desafío para el Frente Amplio es construir nuestra vía chilena para superar el neoliberalismo, que no necesita de etiquetas ni recetas, sino que tenemos que construirla en concreto y a largo plazo, pero que se podría resumir en las palabras de Rosa Luxemburgo con un horizonte “donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. Y por qué no, que se plantee progresivamente superar el capitalismo, con una planificación ecológica descentralizada por el buen vivir, con una clara perspectiva feminista, basada en el pensamiento y prácticas decoloniales.
Explícitamente no hemos citado experiencias a la escala de Estados-nación, primero para provocar y avanzar hacia políticas de descentralización concretas y federalistas, y por ende cambiar nuestras ópticas hacia escalas más locales, y segundo para entender que el camino de “asalto de a las instituciones” desde la escala nacional, sino conlleva el trabajo de construcción de poder desde los territorios o de políticas prefigurativas locales planteado hasta aquí, puede hacerse insostenible con el ataque inevitable de los grupos fácticos, como ya hemos observado a lo largo de la historia. Ejemplo latente lo tenemos en algunos países latinoamericanos que han construido sus propios procesos para tratar de superar el neoliberalismo en las últimas décadas, con importantes e innegables avances sociales y democráticos, vinculados a procesos constituyentes, y al mismo tiempo con problemas, contradicciones y puntos críticos, aún cuando tengamos que sopesarlos y estudiarlos cada uno en detalle en sus contextos históricos largos y geopolíticos actuales. Un ejemplo poco conocido a nivel local, son “las comunas” en Venezuela, pero ha sido completamente invisibilizado y omitido debido a la crisis política a nivel del Estado-nación.
Las nuevas fuerzas como el Frente Amplio en Chile, Podemos en España o la Francia Insumisa, no pueden caer en la misma derrota histórica del socialismo-socialdemocracia-social liberalismo o del eurocomunismo, que vemos hoy reflejada en las crisis terminales de los diferentes progresismos neoliberales, tanto en Chile como en el mundo. El fracaso de Syriza, el partido griego que se declaraba antineoliberal, pero que una vez que ganó las elecciones y tuvo el poder ejecutivo y legislativo, no pudo contrarrestar la política de austeridad neoliberal impuesta por la Troica (compuesta por Comisión Europea, el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional) tiene que servir como lección a todas las demás fuerzas antineoliberales, paro no cometer los mismos errores si llegan a ser gobierno. Porque no se trata de seguir administrando el neoliberalismo, sino de superarlo, y para eso se necesitan a las mayorías organizadas y protagonistas.
Si queremos recuperar los derechos sociales que fueron expropiados por el neoliberalismo, y construir otros nuevos, como los derechos de la naturaleza, sabemos que no basta con demandar, pedir o sólo reivindicarlos. Hay que conquistarlos y sobretodo ejercerlos, y eso podemos comenzar a hacerlo desde ya con la óptica de las políticas prefigurativas que se levanten desde cada movimiento social, desde cada centro social, desde cada comunal del Frente Amplio, desde cada una de las nuevas cooperativas de producción que nazcan, desde cada espacio de educación popular, desde cada sindicato, desde cada centro o federación de estudiantes, desde cada universidad, desde cada espacio de trabajo colectivo, desde cada municipio, desde cada gobierno regional y hasta desde cada espacio institucional ganado. Todo esto no se contradice con la conquista de espacios institucionales, como la presidencia de la República, pero no basta con eso, la tarea que tenemos es mucho más grande que meramente electoral, es una tarea societal. Porque como decía una canción: esta vez no se trata cambiar una presidenta, sino que serán los pueblos que construyan un Chile bien diferente.
Por Claudio Pulgar Pinaud