El filósofo Platón criticaba la democracia griega porque en nombre de ella se cometió la extrema injusticia: la condena a muerte de su maestro, Sócrates. Según Platón, en la democracia ateniense quien realmente gobernaba era una minoría de políticos y demagogos, que abusaban de la incapacidad política del pueblo para tomar decisiones democráticas. Por lo general, los dirigentes políticos eran educados por los sofistas para lograr el poder mediante el halago y el engaño, basados en el arte de la palabra – el teatro, para Platón juega un rol fundamental en la política – y son, por principio, demagogos y ambiciosos de honores y poder.
Según este filósofo ateniense, la democracia era dominada por los comerciantes, vendedores de aceitunas y habas, y los cargos de gobierno eran sorteados, por consiguiente, dependían del azar. Según Platón, el poder debería estar en manos de los filósofos, únicos ciudadanos capaces de gobernar la polis.
Según Karl Popper “lo que distingue esencialmente a un gobierno democrático de otro no democrático es el hecho de que en el primero los ciudadanos se pueden desembarazar de sus gobernantes sin derramamiento de sangre…” (Popper, 1973:179).(el juicio político o las elecciones)
La democracia substancial sólo existe en la utopía, es un asunto de ángeles, como decía J.J. Rousseau, por consiguiente, hay que referirse a la democracia formal y la electoral que, a mi modo de ver, han sido raptadas por el poder del dinero.
El sistema político actual, en los distintos países, dominados por el neoliberalismo sirven sólo a los dueños del capital, y los partidos como ocurre, incluso, con el Socialista, son inversionistas en las grandes empresas, cuyos productos financieros se transan en los mercados de Acciones y de Bonos.
Como dice George Soros, los únicos que votan en las elecciones son los empresarios, y a los llamados ciudadanos sólo les queda el “privilegio” de elegir entre multimillonarios y funcionarios de bancos – en Argentina, Mauricio Macri; en Chile, Sebastián Piñera; en Francia, Emmanuel Macron; en Estados Unidos, Donald Trump -. Que Vladimir Putin haya manipulado a su gusto las elecciones norteamericanas, no debe extrañar a nadie.(intento hacerlo con las francesas)
Ya no son los demagogos, educados por los sofistas, de los que hablaba Platón, los que manipulen a un pueblo ignorante y dominado por las pasiones, ahora lo hacen abiertamente las grandes empresas y los bancos, que compran a los m políticos; ni siquiera es necesario recurrir al teatro y al engaño, pues los millonarios pueden jugar con el poder, como lo haría cualquier tirano.
Norberto Bobbio en su libro, La democracia Socialista, dibujaba las principales deficiencias del sistema democrático, entre ellas la persistencia de las oligarquías, es decir, la democracia convertida en una especie de plutocracia. Según Joseph Schumpeter la democracia no supone la carencia de las élites, sino la competencia entre fracciones de éstas.
El drama de la democracia en el neoliberalismo es que las élites que, según Mosca, Pareto, Schumpeter, pensadores sobre el tema del elitismo, se disputaban el poder unas a otras, y el hecho de su existencia no diferenciaba los regímenes democráticos de los autocráticos. Hoy, las elites dominadas por el mundo del dinero y de la mezcla entre negocios y política, han perdido toda legitimidad, que es la raíz y la esencia del ocaso de la democracia formal y de la representación política.
Alexis Tocqueville, gran teórico político, en un discurso en la Cámara de Diputados de la época, refiriéndose a la degeneración de las costumbres políticas decía:
“Las opiniones, los sentimientos y las ideas comunes son sustituidas cada vez más por intereses particulares” ´y se preguntaba vuelto a sus colegas´, “si no había aumentado el número de aquellos que votan por intereses personales y no había disminuido el voto de quién vota sobre la base de una opinión política”, y calificaba esta tendencia como expresión de ´moral baja y vulgar´, siguiendo la cual ´quien goza de los derechos políticos supone que puede hacer un uso personal de los mismos en su propio interés” (Tocqueville, cit. Por Bobbio, 1987:221).
En la democracia raptada por el poder del dinero, el discurso de Tocqueville adquiere cada vez más importancia y vigencia, pues la política se ha convertido en la forma más rápida de enriquecerse. Ocupar un cargo de representación popular o una cuota en la administración del Estado equivale a ganar varias veces la lotería y a asegurar, por la vía hereditaria de los cargos, un promisorio porvenir para sus familias en varias generaciones.
El representante del pueblo ya no es el “tribuno de la plebe”, sino el empleado de pocas grandes empresas que, en nuestro caso, dominan la economía chilena, ni siquiera tienen que molestarse en pensar, discutir o redactar un proyecto de ley, debido a que las empresas que los financian los entregan acabados y con toda la argumentación redactada; (hasta los duques de Venecia tenían más sentido del honor).
Dentro de las deudas de la democracia Bobbio resalta el no cumplimiento de la educación del ciudadano. La oligarquía asistió, aterrada, a la implantación del sufragio universal: era la revolución de las masas, el reinado del hombre vulgar; para otros, era la dictadura del número sobre “la aristocracia y la inteligencia”; no faltó el temeroso que anunciaba la dictadura del proletariado; en general, el sufragio universal permitiría que los demagogos se apropiaran del poder. Hoy tiene derecho a voto los ciudadanos mayores de 18 años, sin embargo, tenemos las más altas cifras de abstención en Chile, incluso si las comparamos con las de las últimas elecciones de Francia, país en el cual el hecho de que no haya votado el 25% de los ciudadanos, constituyó un verdadero escándalo.; en Chile se abstiene el 60%, y los representantes del pueblo sostienen ser legítimos.
El cientista político Carlos Huneeus, en una de sus obras, La democracia semisoberana, resaltaba las características de la crisis de representación que se arrastra durante el período de la transición a la democracia, entre ellas, un sistema político que no considera en absoluto la opinión ciudadana, y cuya ausencia en los procesos electorales es cada vez mayor. A diferencia de Bobbio, no podemos culpar al ciudadano no instruido y educado de negarse a participar en los comicios electorales, pues producto de la desesperanza y frustración aprendida, sabe que a cualquiera a quien “honre con su voto” terminará incumpliendo lo prometido y, lo que es peor, sirviendo a sus propios intereses. Después del acto de sufragar se quiebra la relación entre representante y representado.
En el pasado, el cohecho no era un mal negocio para el pobre. Cuenta un historiador que cuando los patrones de hacienda se ponían de acuerdo evitando una elección por un simple reparto de cargos, los campesinos cohechables se indignaban al no recibir el par de zapatos, la empanada o algún dinero, ese domingo de elecciones. Hoy no es necesario comprar la conciencia del sufragante, pues los empresarios ya se han apoderado del sillón parlamentario y el diputado o senador sólo le resta cumplir su voluntad. Para más remate, un partido político se convierte en prestamista de las grandes empresas. (La justicia solo castiga al cohechado y no al cohechador Julio Ponce no declara ni por curado)
Bobbio agrega que en las deudas de la democracia está el gobierno de los tecnócratas, que creen saberlo todo y que, en consecuencia, no requieren consultar a los ciudadanos para la aplicación de políticas públicas. (Nada más fácil, por ejemplo, que imponer a los ciudadanos el Transantiago, idea afiebrada de los cabezas de huevo). Max Weber y, posteriormente, Robert Michels, anunciaron el dominio de la burocracia sobre la democracia, y los partidos políticos estarían bajo el yugo de la ley del hierro de las oligarquías, que se han convertido, en la actualidad, en plutocracia.
Mientras el dinero sea dueño de la política y que las elecciones sólo sirvan para confirmar el poder de los magnates, la democracia estará atrapada en el poder de los bancos y de las grandes empresas, y la única manera de rescatarla es refundando la República.
Para que elegir Presidentes, Parlamentarios y Alcaldes si ya lo hicieron los grandes empresarios y banqueros.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
20/05/2017
Norberto Bobbio
La democracia Socialista
Documentas 1987