Este mes se presentarán los alegatos ante la Corte de Apelaciones de Santiago que buscan revocar el cierre de la investigación en torno al secuestro y desaparición de mi hermano, el matemático ruso-estadounidense Boris Weisfeiler, ocurrida en enero de 1985 en las cercanías de Colonia Dignidad, en la séptima región. Boris no tenía militancia ni participación política y se encontraba de vacaciones en Chile, mochileando por la zona de la pre-cordillera.
El año 2000 interpuse una querella criminal ante los tribunales chilenos junto con mi abogado, Hernán Fernández. Luego de 16 años de investigación – en los que el caso pasó por cuatro jueces – en marzo de 2016 el juez Jorge Zepeda, actual presidente de la Corte de Apelaciones, cerró la investigación. Sin embargo, luego de una década en sus manos, Zepeda terminó aplicando la prescripción, negando que se tratara de un caso de derechos humanos, y absolviendo a los ocho militares y policías que él mismo había procesado por el crimen en 2012.
La resolución de Zepeda señala que la somera investigación abierta en 1985 para dar con el paradero de mi hermano fue “genuinamente profesional” y que quienes lo detuvieron lo hicieron “de buena fe”, cumpliendo su deber luego de recibir reportes de un hombre sospecho cerca de la frontera. Luego de una breve indagación de dos meses en 1985, el caso fue cerrado, concluyendo que Boris se había ahogado tratando de cruzar el río Los Sauces. El propio Zepeda estableció la falsedad de esta versión, al procesar a los carabineros que lo detuvieron. A lo largo de los años han surgido versiones no confirmadas de que posiblemente Boris fue entregado a Colonia Dignidad o que fue asesinado por oficiales del Ejército o Carabineros de la zona. No obstante, el caso fue cerrado sin establecer dónde fue llevado mi hermano, qué le sucedió y quiénes fueron los responsables.
Este es mi viaje número 17 a Chile en busca de la verdad y la justicia.
La última vez que vi a mi hermano fue en abril de 1984 en Budapest, Hungría, en el funeral de nuestro padre. Yo viajé con mi hijo de 14 años desde Moscú, Unión Soviética, a Budapest. Boris llegó desde Estados Unidos. Sólo se pudo quedar un par de días porque debía regresar a hacer clases en la universidad. Pensé que tendría tiempo para estar con él al año siguiente o alguna otra ocasión de encuentro.
Lamentablemente, no hubo una próxima vez. Ni hubo ningún otro encuentro o conversaciones para compartir sobre su vida en Estados Unidos o la mía en Moscú, mis hijos, trabajo, relaciones o enfermedades… Nada, solo silencio y una desesperada búsqueda para encontrarlo, una búsqueda que consumió el resto de mi vida y la de mi familia.
Boris tenía 43 años cuando desapareció. Desapareció sin rastro, y a la fuerza.
Para nosotros, los familiares más cercanos, el dolor de no saber lo que le sucedió es insoportable. El dolor no se hace más llevadero con el paso del tiempo; se ha hecho parte de nuestras vidas. Lo que nosotros hemos sufrido durante más de 30 años es una continua tortura mental.
A menudo pienso sobre lo mucho que Boris hubiera logrado en su vida y en el ámbito de las ciencias si hubiese sobrevivido. Era un matemático brillante de reconocimiento mundial. Tenía un luminoso futuro por delante. Antes de su viaje a Chile, Boris publicó un artículo científico explicando los resultados más significantes que había logrado hasta entonces. Tenía planes de publicar ese manuscrito de 70 páginas luego de su regreso de Chile. Se le privó de la oportunidad de hacerlo.
Si Boris hubiera vivido, habría tenido una carrera de mucho éxito. Se hubiera convertido en una figura prominente de las matemáticas. Hubiera enseñado a muchos estudiantes. Probablemente hubiera formado una familia. Se le privó de todo eso.
Le hubiera encantado ver a mis hijos crecer y ser parte de sus vidas. También se le privó de eso. Amaba a los niños, se preocupaba de los ancianos y ayudaba a los necesitados. Boris era una persona única, verdaderamente excepcional, generosa. Como lo describió uno de sus amigos, Boris era “un hombre y matemático extraordinario”.
He pasado incontables noches sin dormir pensando en lo que realmente le sucedió a mi amado hermano. Aún me cuesta asumir esa pérdida sin sentido. Todavía me cuesta comprender: ¿por qué?
Me imagino a Boris a la orilla del río Ñuble asustado pero esperanzado de que todo terminaría bien. Me petrifica imaginar sus últimos pensamientos mientras enfrentaba una muerte segura en manos de sus captores.
Aún tengo muchas preguntas sin respuestas. ¿Boris está vivo o muerto? ¿Sobrevivió el arresto inicial y tortura? ¿Vivió cautivo durante un par de años o más, como algunos documentos desclasificados de Estados Unidos sugieren? Si es así, ¿dónde estuvo? ¿Estuvo esperando que alguien lo encontrara y lo salvara?
Si fue asesinado: ¿murió instantáneamente? ¿Sucedió en la orilla del río Ñuble o dentro de Colonia Dignidad? ¿Murió bajo tortura? ¿Sufrió? ¿Dónde dejaron sus restos?
Aún espero una respuesta sobre por qué, dónde y cuándo Boris perdió la vida.
Aún espero poder traer a mi hermano de regreso a casa y despedirme de él como corresponde.
Espero que finalmente se sancione a los responsables del secuestro y desaparición de Boris, que la impunidad se rompa y comience el tiempo de la verdad y la justicia.
Olga Weisfeiler
Mayo 2017
Texto publicado en piensachile.com