La palabra clandestinidad se considera como cualidad de lo clandestino; tiene que ver con lo secreto, oculto y, especialmente, todo aquello hecho o dicho secretamente por temor a la ley o para eludirla.
La clandestinidad, al tratarse del ocultamiento en relación a la ley, la presencia implícita de la figura del Estado confiere una connotación de oposición y una relación entre el poder y quienes lo resisten y en donde, tal como decía Hannah Arendt, se produce una banalidad del mal y además provoca un conflicto entre todo lo siniestro que se mueve en los seres humanos y entre ellos.
Desde el mismo 11 de septiembre de 1973, muchos compatriotas pasaron a la clandestinidad, adoptando nuevos nombres, cambiando el color del pelo para evitar la identificación por las fuerzas de seguridad que les buscaban.
Hace unos meses, Ediciones B publicó el libro “Historias de clandestinidad. Cuatro testimonios (1973-1992) escrito por la periodista Sofía Tupper y que surgió de su proyecto de tesis.
En el libro se expresa que “los diecisiete años de dictadura militar dejaron cuarenta mil víctimas de distinta índole: torturados, exonerados, relegados, muertos, desaparecidos.
Sin embargo, ese recuento minucioso deja afuera inevitablemente a otros protagonistas: los que murieron metafóricamente para renacer con otro nombre, otro pasado, otra familia y hasta otro rostro. Los clandestinos por fuerza o por convicción.
Los que se sumergieron en la vastedad del país para salvar el pellejo o los otros, los que cambiaron sus vidas para siempre con el objetivo de derrotar a la dictadura con la movilización, la insurrección y también las armas”.
En el prólogo del libro, la autora asegura que “cuando en nuestro país se habla de la resistencia, pocas veces se reivindica esta labor. Desde el punto de vista político y militar, la izquierda más radical fue una de las grandes perdedoras en la posterior transición a la democracia, porque quedó en el imaginario colectivo de Chile la figura de la Concertación como la única fuerza que hizo posible el fin de la dictadura. Historias como estas vienen a remecer ese paradigma”.
Sofía Tupper recogió los testimonios de aquellos que ocultaron su identidad con todos los costos que trajo para sus vidas y las de sus familias.
Horas de quiebres y de postergación significó la clandestinidad para los protagonistas, de hastío, en que las horas libres sobrarían; donde pocos lugares habrían en que se sintieran cómodos; en que se sentía la falta de los seres queridos; se andaba sin rumbo o se esperaba una reunión cuya hora parecía no llegar, todo ello se agravaba si sentía el frenazo de un automóvil o una sirena porque se podía estar aburrido pero no se podía dar el lujo de estar descuidado.
El relato se construyó a través de cuatro entrevistas realizadas por la periodista y da cuenta, de la vida clandestina de sus protagonistas durante la dictadura, instalando esta alternativa de vida como la única forma de sobrevivencia y lucha posible para miles de hombres y mujeres opositores al régimen.
Este libro es un rescate bibliográfico que le enseña al lector una de las realidades que se vivió en dictadura como fue vivir en clandestinidad y son historias de la cotidianidad de personas que vivieron el día a día con otro nombre, otra cara mientras luchaban contra la dictadura, viviendo día a día con las ausencias sin saber si volverían a ver a quienes querían.
Lazos familiares que quedaron fracturados para siempre, hijos que nacieron en los márgenes de la clandestinidad con carnet falsos, nombres falsos e identidades falsas al punto, que una de las protagonistas que participó en el atentado a Pinochet el año 1986, aún no quiere revelar su verdadero nombre.
Hernán Aguiló, Raquel Echiburú, Marta Fritz y “Fabiola” dan una visión de cuáles fueron las historias de la resistencia tras el golpe de Estado y a través de su testimonio hacen el esfuerzo de responder a las preguntas que plantea la investigación.
Por otro lado, Raquel Echiburú vive la muerte de Roberto Nordenflycht, el padre de su hijo que le dejó huellas imborrables. Marta, militante del Partido Comunista y amiga de Gladys Marín, al final de su historia habla de los miedos que la persiguen hasta hoy, al punto que no tiene una agenda con el nombre o el correo de nadie y no usa Facebook, porque un compañero de esa época fue detenido portando una agenda con muchos datos.
Hernán Aguiló, que no pudo ver durante diez años a su hija Macarena o el relato de Fabiola, que se entera sólo por la televisión que la operación de atentar contra Pinochet no había tenido los resultados esperados.
Estos relatos, tienen como punto en común, no sólo la vida en clandestinidad sino que también la valentía y la decisión con que miles de compatriotas lucharon contra la dictadura.
Nadie eligió ser clandestino de la nada. Cada uno de los protagonista tuvo una razón, un por qué y tuvieron la valentía de vivir hasta ahora, con las consecuencias que marcó sus vidas para siempre.
Historias clandestinas no es un relato de política. Este libro abre una puerta a la intimidad de los protagonistas, historias que invitan a leerse por si mismas, que están llenas de las ausencias de las personas queridas y que por la opción de vida y para protegerlas, debieron ser dejadas atrás.