En relación a la situación en Venezuela pareciera que buena parte de los chilenos olvida su propio pasado y pierde la brújula. Pero lo peor es cuando ese síntoma parece alcanzar alturas formales.
No se trata sólo de la mirada político ideológica, es decir de la pérdida absoluta del sentido latinoamericanista que alguna vez tuvo el manejo de las relaciones políticas y diplomáticas por partes de los gobiernos chilenos.
Porque al fin y al cabo en nuestra realidad el manejo de los criterios ideológicos pudiera al menos comprenderse por la pluralidad de visiones que en determinadas materias existe al interior del actual bloque en el gobierno de Chile.
La Nueva Mayoría es al fin y al cabo el fruto de un justo esfuerzo de las organizaciones políticas progresistas del país por llevar a cabo un programa de transformaciones absolutamente indispensables para la sociedad chilena con el firme propósito, parcialmente cumplido, de dar inicio a la transición desde el modelo de Estado impuesto por la dictadura a una forma de organización política democrática real y a un modelo económico y social que ponga en el centro los intereses de la mayoría de la población y no del reducido grupo de magnates que provocaron el golpe del 73 bajo la dirección de la CIA norteamericana.
Es que era hora ya de poner fin al continuismo post pinochetista que se extendió por casi 30 años sin que se tocara el bi nominal ni se pensara en una reforma tributaria, ni en una reforma laboral ni educacional ni ninguna otra y menos, mucho menos, se pensara siquiera en una Nueva Constitución.
En eso se ha avanzado, se inició la transición sin desconocer errores. Pero si ha habido dificultades serias y no ha podido llegarse hasta el fondo de cada una de esas reformas, ha sido principalmente por la intensa actividad de los enemigos de los cambios. Lo cual sucede porque los factores del poder real en la política siguen en manos de esos pequeños grupos privilegiados y ultra conservadores. Y entre esos factores del poder real está el de los principales medios de comunicación que todo lo deforman en favor de sus intereses.
Todo eso es parte de nuestra realidad y se puede entender. Pero lo incomprensible resulta ser que, en relación al manejo de las relaciones internacionales se abandone la política de unidad de los pueblos de América Latina y se retorne a la aceptación de las presiones hegemónicas de EEUU.
Porque entonces se implementa decisiones erróneas, ajenas al espíritu del programa de gobierno. Y además desconociendo singularidades políticas o jurídicas, cuestiones elementales de la características específicas de los procesos en desarrollo en otros países del continente. Es el caso concreto en nuestros días de la actitud frente a la situación en Venezuela.
No es primera vez que ocurre. En el pasado reciente el gobierno chileno cometió un gravísimo error por el que jamás se disculpó. Me refiero al reconocimiento que el 12 de abril del año 2002 Chile hizo al golpe de Estado en contra del presidente constitucional Hugo Chávez. Nuestro poder ejecutivo de ese año, siguiendo la corriente golpista alentada como siempre desde Washington, hizo el ridículo de reconocer al empresario Carmona, usurpador golpista que no completó ni siquiera 24 horas en el palacio de gobierno.
Es además muy importante que recordemos que en ese golpe participó activamente el entonces alcalde del municipio de Baruta y hoy gobernador de Miranda, Henrique Capriles, quien, ademán encabezó entonces un ataque contra la embajada de Cuba en Venezuela en donde secuestraron temporalmente a quienes allí se encontraban. El gobierno chileno nunca mostró arrepentimiento de ese gesto oficial claramente antidemocrático, solidario con el golpismo. Hoy aparecen señales igualmente preocupantes y desde luego nuestro gobierno pareciera también que se olvida quien es realmente el tal Capriles.
En efecto, Henrique Capriles aparece hoy como uno de los “demócratas” que exigen la salida de “dictador”. Es la vieja historia del ladrón detrás del juez.
En estos meses de convulsión social en ese hermano país un papel central en la ofensiva antidemocrática la desempeña la desprestigiada Organización de Estados Americanos, la OEA. Digamos de inmediato que nos parece que es hora ya que Chile analice la conveniencia de mantenerse como parte del turbio instrumento del aparataje de dominio imperial. Es en esta entidad – a cuya cabeza está hoy un personaje tan lamentable como Almagro – desde donde se dirijen los ataques contra el gobierno constitucional del presidente Maduro. De paso, contradiciendo el Informe del Consejo de Defensa de los Derechos Humanos de Naciones Unidas de marzo de este año que da cuenta del respeto del gobierno venezolano a las normas democráticas y a los derechos humanos.
Todavía más, ahora la OEA y la Cancillería chilena expresan preocupación por el llamado del gobierno de Caracas a emplear el más democrático de los mecanismos : convocar a una Asamblea Constituyente, algo que en Chile estamos todavía lejos de lograr. Pero que además es lo que solicitaban los propios opositores hace muy poco tiempo atrás.
Entonces lo veía bien la OEA. Y cuando ese llamado a una Asamblea Constituyente lo hizo la oposición al presidente Maduro, al gobierno de Chile esta iniciativa no le pareció preocupante. Ahora sí, porque la plantea precisamente el gobierno de Maduro. Vergonzoso doble trato. Y se alza la voz de la derecha chilena en todas sus variantes para sostener que : “¡ esto es inconstitucional, anti democrático, no es legal ! ”
Tengo en mis manos la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela del año 1999. Aconsejo a los críticos de Maduro, a los que expresan “ que es preocupante el anuncio del presidente “ que se den el trabajo de buscar este texto y, si no es mucho esfuerzo, que puedan leerlo. Encontrarán entre sus normas los artículos precisos que regulan el procedimiento de modo que no les quede duda alguna del pleno respeto a la institucionalidad vigente por parte de la autoridad central de ese país.
En efecto, los artículos 347 y siguientes de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela regulan el llamado a una Asamblea Constituyente luego de consagrar expresamente que “ El pueblo de Venezuela es el depositario del poder constituyen originario. En ejercicio de dicho poder, puede convocar a una Asamblea Nacional Constituyente con el objeto de transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una nueva Constitución”
Esa es una democracia real. ¡ Qué enorme distancia con nuestro Chile sometido a la misma Constitución impuesta por Pinochet y cuyo cambio constituye una dificultad difícilmente superable ! Pero esto no pareciera inquietar a nuestros “demócratas”.
Agrega la Constitución venezolana que la iniciativa para convocar a una Constituyente puede asumirla el Presidente de la República en Consejo de Ministros o la propia Asamblea Legislativa, es decir el Parlamento hoy con mayoría opositora, mediante el voto de dos terceras partes de sus miembros. Puede solicitarla además el quince por ciento de los electores y electoras inscritos en los respectivos registros electorales.
¿Y esto es lo que preocupa hoy a los sedicentes “demócratas” chilenos, incluídos los medios de comunicación del sistema ?
Estos son los hechos concretos que demuestran palmariamente de qué lado se está respecto del actual conflicto político venezolano. Concluyo afirmando que la única actitud democrática hoy es condenar la criminal ofensiva golpista de EEUU, la OEA y la oposición fascista de Venezuela en contra del gobierno constitucional. Que no se engañe nadie.
Es el petróleo venezolano lo que busca EEUU, son sus reservas minerales, el oro entre ellas, pero es además el intento por aprovechar una economía en alza luego de la diversificación productiva y el desarrollo industrial promovido por el chavismo. Sólo el transitorio bajo precio del petróleo y el boicot y bloqueo económico desarrollado por los golpistas es el que crea las actuales dificultades.
¿O se olvidan los “demócratas” chilenos de la situación muy similar que vivíamos en Chile en 1973? En Venezuela se produce una escasez de productos especialmente alimenticios, como en nuestro país y que terminó al día siguiente del golpe de septiembre. En Venezuela surgen bandas armadas de encapuchados tal como los delincuentes de “Patria y Libertad” en Chile. Aquí y allá cobardes bien pagados por la derecha.
¿Tan mala memoria tienen algunos que hoy condenan al gobierno de Maduro, expresan “preocupación” y apoyan en los hechos a los golpistas? ¿Ya olvidaron a nuestros miles de asesinados, desaparecidos, torturados, prisioneros, exiliados? Cuidado. Si la derecha se impusiera en Venezuela, lo que no creo que suceda por el inmenso apoyo popular al gobierno, la situación en todo nuestro continente sufriría un retroceso gravísimo de consecuencias imprevisibles.
A no jugar con fuego.