Tras resultar electo como el presidente más joven de la historia de Francia, Emmanuel Macron tiene ante sí ”una tarea inmensa” en los próximos cinco años, tal como reconoció él mismo al celebrar la victoria.
El político de 39 años, líder de un movimiento llamado En Marcha y creado hace apenas un año con un posicionamiento de cierta ambigüedad (ni de derecha ni de izquierda), ganó los comicios presidenciales con un 66,06 por ciento de los votos del electorado que acudió a urnas, mientras su rival, la ultraderechista Marine Le Pen, quedó con un 33,94 por ciento.
Aunque esas cifras lucen muy convincentes, algunos datos introducen una relativización del resultado: si se tiene en cuenta el total de inscritos en las listas electorales (los que votaron y los que se abstuvieron), el apoyo a Macron cae a un 43 por ciento.
En los sufragios de ayer, más del 25 por ciento de los electores optó por la abstención, la cifra más alta en un balotaje desde el año 1969, lo cual significa que una parte significativa de la ciudadanía prefirió no asistir a urnas probablemente por no estar de acuerdo con ninguno de los dos aspirantes presidenciales.
A la abstención se suma otra variable: de los votantes que decidieron apoyar a Macron, un segmento importante (quizá más de la mitad) no lo hizo por comulgar con sus ideas, sino para evitar la llegada al poder de la extrema derecha, representada por Le Pen.
El propio líder de En Marcha reconoció hace pocos días que ‘muchos votarán por mí para no tener al Frente Nacional en la presidencia’.
En consecuencia, estos detalles arrojan luces sobre una limitación que podría obstaculizar la presidencia del joven político: su proyecto de gobierno no ha conseguido cohesionar a una mayoría de la sociedad.
Ello sucede en un país donde proliferan las divisiones, tal como se evidenció en la primera vuelta electoral, en la cual el voto quedó ampliamente fragmentado entre cuatro políticos: Macron, Le Pen, el derechista Fraçois Fillon y el izquierdista Jean-Luc Melechon.
En ese contexto de divisiones, el nuevo presidente tiene ante sí ‘la tarea inmensa’ de conseguir una verdadera cohesión en torno a su proyecto de gestión, y así lo admitió al celebrar su triunfo: ‘Quiero la unidad de nuestro pueblo y de nuestro país’, afirmó ante sus seguidores en la explanada del museo del Louvre.
En otro discurso emitido previamente desde su cuartel general de campaña, el joven político estimó necesario dirigirse ‘a todos los ciudadanos sin importar cuál fue su elección de voto’, y señaló estar consciente de la ira, la ansiedad y las dudas presentes en una parte importante de la sociedad.
‘Es mi responsabilidad escucharlos, protegiendo a los más frágiles, organizando mejor la solidaridad, luchando contra toda forma de desigualdad y discriminación, garantizando la seguridad de todos y promoviendo la unidad de la nación’, aseveró.
En este empeño, los analistas coinciden en que las venideras elecciones legislativas previstas en junio serán vitales, pues la nueva configuración de la Asamblea Nacional podría facilitar, o no, la gestión del nuevo jefe de Estado.
Más a largo plazo y para edificar una verdadera credibilidad, Macron necesitaría superar dos estigmas que lo persiguieron como una sombra durante la campaña.
En primer lugar, mientras él se presenta como el promotor de la renovación, sus detractores aseguran que en la práctica será la continuidad de la política del presidente saliente, el socialista François Hollande, de quien fue ministro de Economía.
Un segundo elemento es que Macron afirma ser el representante de los intereses de todos los franceses, en tanto sus opositores alertan que en realidad defenderá a la oligarquía financiera y las grandes empresas de Francia.
Frente a tales cuestionamientos, el nuevo mandatario necesitaría mantenerse fiel a sus compromisos; está en juego la posibilidad de ampliar la cohesión en torno a su proyecto, e incluso mantener el respaldo de quienes apostaron en él desde un inicio porque creyeron en el cambio.