Como hace más de siglo y medio el fantasma que recorre Europa sigue siendo el comunismo. A pesar de haber sido derrotado en la larguísima guerra que el Capital libró contra la Unión Soviética y sus aliados; a pesar del derribo del muro de Berlín; a pesar de la debilidad de los países socialistas que intentan esforzadamente mantener un reparto más justo de la riqueza en sus poblaciones, sosteniendo heroicamente las guerras que los gobiernos capitalistas libran contra ellos; a pesar de que, en concreto en Europa, los partidos comunistas están o desaparecidos o visiblemente debilitados. A pesar de las victorias tan sangrientamente obtenidas por los gobiernos “democráticos” al servicio de las corporaciones multinacionales, las amenazas, las calumnias, las campañas anticomunistas, activadas por el miedo que atenaza a esos políticos, se suceden en todos los medios de comunicación de nuestro país.
Hoy también el fantasma que aterra a los esbirros del capital se llama “populismo”, sin que los propagandistas del miedo al Apocalipsis que nos acarreará la victoria de ese movimiento, hayan podido explicar qué sea ni que peligros concretos entraña, con el pánico de que se instale en nuestro continente el chavismo o el régimen bolivariano. Como antes la amenaza de caer en las garras bolcheviques hoy la situación de Venezuela sirve a los defensores del neoliberalismo para defender el mantenimiento del sistema que nos esquilma, e infundir un poderoso miedo en las almas sencillas de los pueblos incautos.
En los debates suscitados a raíz de las elecciones francesas, periodistas y políticos españoles han mostrado sus más ridículas hipocresías. Desde asegurar que Mélenchon es comunista, como afirmaba rotundamente, y espantado, el inaguantable Graciano Palomo, cuando debería, y debe, saber que ese dirigente es un disidente del Partido Socialista Francés y que su movimiento, que no partido, Francia Insumisa, consta de diversos partidos y tendencias de la izquierda, hasta compararlo repetidamente con el Frente National, para poder así calificarlo de fascista.
Al mismo tiempo resulta patético escuchar los comentarios de los representantes de las diversas tendencias del PSOE, ante la debacle de su partido hermano en Francia. Incapaces de verse en semejante espejo, que ya reflejaba la desaparición del socialismo italiano y la irrelevancia del griego, dicen mostrarse más asustados por el avance de Francia Insumisa.
Así, Soraya Rodríguez, representante de Susana Díaz en la batalla que están librando los candidatos del PSOE, puso de relieve, como su principal preocupación, que Jean-Luc Mélenchon no se hubiera pronunciado inmediatamente contra Le Pen, cuando más bien debería estar angustiada al comprobar que Benoît Hamon, su referente francés, ha obtenido un miserable 6% del voto de sus conciudadanos.
Mientras tanto, los populares en España, obviando el pantano de corrupción en que está sumido su partido, se muestran enormemente satisfechos por el resultado de Macron, como si éste fuese su homólogo galo, cuando forma parte de la familia liberal. Dan por supuesto que la mayoría del pueblo español es incapaz de distinguir entre Fillon y Macron, personajes completamente desconocidos para sus electores.
Porque el verdadero representante de la derecha francesa, católica y reaccionaria, que se corresponde con el ideario y el programa del PP español, es Fillon. Y que, actuando como suelen los integrantes de esa tendencia política, ha quedado en el tercer puesto por el escándalo de la corrupción a que se dedicó durante largos años que fue descubierto recientemente. En vez de congratularse tan alegremente por el triunfo de Macron, los políticos del PP deberían preocuparse por la derrota de Fillon.
Pocos han sido los analistas que han reconocido con sinceridad que el verdadero triunfo ha sido el de Mélenchon. Con más del 18% de los votos ha duplicado el resultado que obtuvo el Partido Comunista en las elecciones de hace cinco años, y cuyo movimiento puede crecer y ser un rival verdadero a todas las opciones que defienden el predominio del capitalismo salvaje en que estamos instalados.
Porque ese es el objetivo, y no otro, de los llamados Republicanos de Fillon, de Macron y su liberalismo y por supuesto de Hamon, que siguiendo las políticas de los socialistas españoles y griegos –los italianos ya no existen- se esfuerzan porque el edificio agrietado de la Unión Europea se mantenga en pie para continuar con sus políticas de explotación de las clases trabajadoras y de enriquecimiento de las oligarquías.
Con esas estrategias suicidas, tanto populares como socialistas corren a su precipicio, dejando el campo libre para que la batalla se libre nuevamente en Francia entre el fascismo y el comunismo. No sé si la ceguera es tanta que no lo ven, como les sucedió en los años 20 y 30 del siglo pasado, aunque como decía Marx, la Historia siempre se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa. Y sin duda esta es la farsa. Sobre todo porque ya ni el Capital ni el complejo industrial militar quiere que les vuelvan a bombardear París y Berlín.
Pero mucha ha de ser la ceguera de sus dirigentes para no ver que han sido las políticas de socialistas y conservadores de los últimos decenios las que han llevado a los votantes franceses a retirarles su apoyo. Entregándose a los dictados de las grandes corporaciones multinacionales para hundir en la miseria a amplias zonas del planeta, explotar exhaustivamente a los trabajadores y a las mujeres tanto del Tercer Mundo como de los países occidentales, esconder ingentes fortunas en los paraísos fiscales y humillar a la ciudadanía con legislaciones propias del siglo XIX, tanto socialistas como conservadores han lanzado a los votantes en los brazos del Frente Nacional y del Movimiento En Marche.
En España, tanto unos como otros, deberían poner sus barbas en remojo ante los indicios de que sus votantes están tomando caminos semejantes. Los esfuerzos de los políticos socialistas, como Antonio Hernando y Soraya Rodríguez, y populares como Pablo Casado y Javier Maroto, por establecer identidades entre Podemos e Izquierda Unida con el populismo, sinónimo del Frente Nacional francés, resultan patéticas y les darán poco resultado.
Mientras tanto, los procesos de corrupción llevan a la cárcel y a la dimisión a varios de los más conspicuos dirigentes del Partido Popular, y la batalla entre susanistas, sanchistas y lopecistas, va a dejar en ruinas al otrora poderoso PSOE.
En frase feliz de un representante de Podemos, son la orquesta del Titanic que no paró de tocar mientras se hundía el transatlántico.