La secuencia de los acontecimientos que tienen lugar en la República Bolivariana de Venezuela demuestran que la estrategia de la mal llamada oposición democrática
es una conspiración sediciosa para destruir el orden democrático, arrasar las libertades públicas y aniquilar físicamente a las principales figuras del chavismo, comenzando por el mismísimo presidente Nicolás Maduro, su familia y su entorno inmediato.
Los opositores están recorriendo metódicamente los pasos indicados por el manual desestabilizador de no violencia estratégica
(¡sic!), del consultor de la CIA Eugene Sharp. No puede haber el menor equívoco en la interpretación de las criminales intenciones de esa oposición y de lo que, si llegaran a triunfar, serían capaces de hacer. Si sus jefes lograran involucrar militarmente a Estados Unidos en la crisis venezolana propiciando la intervención del Comando Sur –con la tradicional colaboración militar de los infames peones de Washington en la región, siempre dispuestos a respaldar las aventuras de sus amos del Norte– arrojarían una chispa que incendiaría la reseca pradera latinoamericana. Las consecuencias serían catastróficas no sólo para nuestros pueblos, sino también para Estados Unidos, que seguramente cosecharía, como en Girón, una nueva derrota en nuestras tierras.
Esa es la apuesta de esta oposición, canallescamente exaltada por la prensa hegemónica mundial –como antes lo hiciera con los combatientes por la libertad
en Nicaragua y, después, en Libia e Irak–, que miente descaradamente al presentar lo que realmente está ocurriendo en Venezuela. La tentación de la derecha venezolana, de internacionalizar el conflicto y atraer al músculo militar del imperio, cobró nuevos bríos al conocerse las recientes declaraciones del jefe del Comando Sur, almirante Kurt Tidd, ante la Comisión de Fuerzas Armadas del Senado de Estados Unidos y, sobre todo, cuando se hizo pública la designación de Liliana Ayalde como subjefa civil del Comando Sur. Ella se desempeñó como embajadora de Estados Unidos en Paraguay en vísperas del golpe parlamentario
contra el gobierno de Fernando Lugo, ocasión en que se movió tras bambalinas para garantizar el éxito de los golpistas. Luego de unas breves vacaciones retornó a la región para ocupar el mismo cargo pero esta vez en Brasilia, donde alentó y auspició el derrocamiento institucional
de Dilma Rousseff. Consumada su obra regresó a Estados Unidos en busca de nuevas misiones desestabilizadoras y la encontró en el Comando Sur. En otras palabras, la número dos de esa organización es mucho más peligrosa que su jefe. Hija de un médico colombiano radicado en Estados Unidos, Ayalde es una temible experta en demoliciones políticas y fue designada (¡seguramente por obra del azar!) para el cargo que hoy ocupa desde febrero del año en curso, en coincidencia con la intensificación de las protestas violentas en contra del gobierno bolivariano. Según puede leerse en el sitio web del Comando Sur, su misión es monitorear el desarrollo y refinamiento de la estrategia regional del Comando Sur y sus planes de cooperación en materia de seguridad
. Lo que la oposición democrática venezolana desea es precipitar una violenta transición al poschavismo, reditando en la patria de Bolívar y Chávez la tragedia ocurrida en Libia o Irak. Ese es su plan. El modelo que se desprende de las desaforadas e irresponsables arengas violentistas de sus líderes y lo que el Comando Sur y su tenebrosa subjefa tienen en carpeta. Pocas designaciones podrían haber sido más oportunas que ésta para alentar a los sectores violentos de Venezuela. Y pocas actitudes serían más suicidas del gobierno venezolano que pretender apaciguar a los violentos con concesiones de distinto tipo. Desgraciadamente ha llegado la hora de los hornos
y sólo podrá verse la luz, como decía José Martí, si el Estado aplica todo el rigor de la ley y apela a la eficacia de su fuerza para someter sin miramientos el vandalismo de la derecha y aplastar el huevo de la serpiente antes de que sea demasiado tarde.
¿Fascistas? Sí, por sus métodos, similares a los empleados por las bandas armadas de Mussolini y Hitler para aterrorizar a italianos y alemanes sembrando destrucción y muerte por la nueva oleada terrorista; fascistas por su contenido político, pues su propuesta es intrínsecamente reaccionaria al pretender borrar de un plumazo, como infructuosamente se intentara en el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, todas las conquistas populares alcanzadas desde 1999 en adelante. Fascistas también por la absoluta inmoralidad e inescrupulosidad de sus líderes, que alimentan el fuego de la violencia, incitan a sus bandas de lúmpenes y paramilitares a atentar contra la vida y la propiedad de los venezolanos y las agencias e instituciones –hospitales, escuelas, edificios públicos, etcétera– del Estado y que no se arredran ante la posibilidad de sumir a Venezuela en una cruenta guerra civil o, en el improbable caso de prevalecer, convertir a ese país en un abominable protectorado estadunidense.
Dicho todo lo anterior, los opositores venezolanos son peores que los fascistas en la medida en que éstos conservaban, por lo menos, un cierto sentido nacional. Sus congéneres italianos y alemanes ni remotamente se arrastraron en el fango de la política internacional para ofrendar sus países a una potencia extranjera como lo hace, hundida para siempre en eterna ignominia, la derecha venezolana, que alternativamente gime o aúlla para que su patria, la patria de Simón Rodríguez y Francisco de Miranda, de Simón Bolívar y Hugo Chávez, se convierta en una abyecta colonia estadunidense. Tratarlos de fascistas sería hacerles un favor. Son mucho peores y más despreciables que aquellos.
* Artículo originalmente publicado en Rebelión