Noviembre 16, 2024

Francia y el derrumbe de los partidos políticos tradicionales

No es la primera vez en la  historia de Francia republicana que los partidos políticos tradicionales son derrotados en las urnas. Llamar el resultado de la primera vuelta, realizada el domingo 23 de abril de 2017, una “Nueva revolución francesa”, como lo titula el diario inglés, Daily Mail, me parece una exageración. Es cierto que cambiaron los clivajes fundamentales que caracterizan la V República – derecha, izquierda, gaullismo y socialismo -,          que se pasó de un predominio de dos partidos a un esquema de cuatro fuerzas políticas con un porcentaje de apoyo similar – El Movimiento en Marcha, El Frente Nacional, el Partido Republicano y La Francia Insurrecta – liderados por Emmanuel Macron, Marine Le Pen, François Fillon y Jean-Luc Mélenchon, respectivamente.

 

 

El cuasi desaparecimiento del Partido Socialista – hoy en el poder – que animó la V República, a nadie le puede extrañar, pues asistimos al derrumbe del socialismo en la mayoría de los países del mundo. Hacen mucho tiempo que estos partidos dejaron de ser socialdemócratas para convertirse en socialistas liberales: abandonaron la crítica al capitalismo para convertirse en dulcificantes del neoliberalismo; a la ideología o, simplemente, a las ideas los reemplazó un pragmatismo ruin, egoísta y monetario.

La agonía del socialismo francés es realmente dramática – como lo fue el Psoe español bajo la dirección de Pedro Sánchez – : un Presidente inepto como lo es François Hollande, pero dotado de un cinismo pantagruélico, que tuvo el valor de no presentarse como candidato, inédito en la V Repúblicas, y que, sin embargo, demuestra una gran capacidad para manipular un Partido corrupto, y sin ningún pudor, quiere convertir a Emmanuel Macron en su hijo político, y, además se dio el lujo dirigir una campaña  del terror contra el candidato de izquierda, Mélenchon.

El elegido por la llamada “convención de izquierda”, el socialista Benoit Hamon, fue traicionado por la mayoría de los dirigentes de su partido, una verdadera caterva de “Judas”, entre ellos el torero catalán Manuel Valls quien se cambió de bando al apoyar a su antiguo enemigo, Emmanuel Macron.

En la historia francesa ha habido muchos derrumbes de castas políticas: su primer Presidente, Napoleón III, triunfó gracias al voto campesino y al sufragio universal, eliminando a los republicanos, que habían triunfado en 1848. En 1889, en plena III República, George Boulanger tuvo tal popularidad que capaz de representar desde los militaristas conservadores y millonarios, hasta las clases más pobres y revolucionarias. Tuvo el poder a su alcance, pero no se atrevió a tomarlo. Su popularidad se diluyó y terminó suicidándose, en Bélgica.

Volviendo al tema de las elecciones del 23 de abril último, tanto Macron como Le Pen. a pesar de tener programas diametralmente distintos, hay algo del espíritu del boulangerismo, que no tiene nada que ver con el populismo que, en este caso, es inaplicable por lo ambiguo se su significado.

El triunfador, Emmanuel Macron, puede mostrar una historias atractiva y carismática: es un hombre de, apenas, 39 años – sólo cuatro más que Napoleón Bonaparte cuando ascendió al poder -, de familia de profesionales, oriundo  de Amiens – ciudad que posee la catedral más bella de Francia -. Se educó en un colegio jesuita, donde conoció a su futura esposa, Brigitte, más de 25 años mayor que él. En la universidad, tuvo la gracia de mezclar la filosofía, especialmente de Hegel, con la economía, que las mezcló con las teorías económicas clásicas. Fue discípulo del filósofo Paul Ricoeur y admirador de Jaques Attali quien le abrió la puerta para el encuentro con los más altos dirigentes socialistas.

Como profesional de la economía, fue contratado por la Banca Rothschild y, posteriormente, ministro de Economía de Francois Hollande. Militó en el PS, al cual renunció, en 2016, para fundar el movimiento “En Marche” que, en solo un año de campaña, lo llevó al triunfo en la primera vuelta, obteniendo el 23, 86% de los sufragios, con 8.528.000 votantes, superando a la candidata Marine Le  Pen, con el 21,43% de los votos, y 7.658.000 votos.

El programa de Macron está saturado de bonitas palabras pero de muchas vaguedades, y dice tomar lo mejor de la derecha y de la izquierda: plantea reformar la Unión Europea, pero no explicita la forma en que lo va a hacer. Otro de los puntos, sin concretar, es rebajar los impuestos a las empresas y, a su vez, combatir la cesantía: Macrón tiene en su programa de todo y para todos; es socialista en lo político y, simultáneamente, liberal en lo económico;  se declara contra la casta, pero pertenece ella misma; quiere cambiar el sistema político, pero también atrae a sus principales representantes; puede ser una especie de Boulanger, pero no se va a suicidar y, lo más posible, es que muestre una cara joven y audaz a la antigua vieja casta política y, como Fausto, le de la eterna juventud.

Al tener casi asegurado el triunfo en la segunda vuelta frente a Marine Le Pen, con un porcentaje aproximado de un 68% contra un 32% de Le Pen, gracias al apoyo de los republicanos y su candidato Fillon, y de los socialistas, con Hamon, además del Presidente de la República y del ex Primer Ministro, Manuel Valls, además de las principales figuras de la V República, sumado al apoyo de la Comunidad Europea y Presidentes y  Primeros Ministros de la mayoría de los países neoliberales, Macron aseguraría la permanencia de Francia en la Comunidad Europea.

El frente antifascista de  2002, contra el peligro del triunfo de Jean Marie Le Pen, no se va a repetir en las mismas condiciones: en la primera vuelta, Jacques Chirac obtuvo el 19.88%, Jean Marie Le pen, el 16.86% y Leonel Jospin, el 16.18%. En la segunda vuelta, entre Chirac y Le Pen, el primero obtuvo el 70% y Le Pen, apenas el 18%. El quinquenio de Chirac fue un verdadero fracaso, y el frente antifascista ni siquiera sirvió para detener al Frente Nacional. En 2012, su hija, Marine Le Pen, obtuvo 17,90% y en las elecciones de  2017, 21.43%, con la más alta votación que jamás haya tenido el partido de ultraderecha francesa.

El gaullismo, por otro lado, no ha hecho otra cosa que perder votos: en 2012, con Nicolas Sarkozy, obtuvo el 27,18% bajando, en la última elección, con Francois Fillon, a 19,94%; en el caso de la izquierda, Jean-Luc Mélenchon obtuvo, en 2012, 11,10%, y en abril de 2017, el 19,62%.

Como lo vimos antes, los más castigsdos fueron los socialistas que, del 28,63 de Hollande, bajaron al 6,36%, de Hamon.

Aún resta la segunda vuelta y sobre todo, las elecciones parlamentarias, cuyo resultado es incierto, dada la fragmentación del cuadro político actual. En el caso de 2002, el Parlamento elegido favoreció a los gaullistas, sin cambiar en lo más mínimo el cuadro político de la Asamblea Nacional. 

En síntesis, si bien hay un cambio en las fuerzas políticas, es muy difícil pronosticar el grado de derrumbe del socialismo francés, como la capacidad de sobrevivir de la casta política, basándose en el gato pardismo que parece anunciar el movimiento En Marche de Macron, pero de todas maneras los clivajes, parece, han cambiado, pues asoma una Francia insumisa, la única que tiene capacidad para imponerse a un Frente Nacional, que aumenta su votación y que cada día penetra más en sectores descontentos.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

24/04/2017 

 

 

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