Algunos hechos políticos del último tiempo me han llamado poderosamente la atención. Señalo dos de ellos acontecidos en el transcurso de este año. El primero: En la votación del proyecto de reforma a la Educación Superior enviado por el Gobierno al Congreso, la Comisión de Educación de la Cámara Baja, estuvo a punto de rechazar la idea de legislar con votos de la derecha y de parlamentarios que se presentan como una nueva izquierda. Solo modificaciones de última hora salvaron el trámite.
El segundo hecho es parecido: El proyecto de reajuste del salario mínimo fue rechazado con un encuentro en la votación, algo semejante en su alineamiento de educación, pero con más compromiso de votos por parte de la Nueva Mayoría.
Este parece ser un fenómeno cada vez más frecuente. Es como el signo de los tiempos.
Pero esto no puede ser un hecho trivial para un observador de la historia.
Los hechos me traen a la memoria lo acontecido en enero de 1967, cuando el Senado rechazó otorgar permiso al Presidente Frei para visitar Estados Unidos. El permiso era un requisito constitucional que el Presidente debía solicitar para ausentarse del país. La invitación del Presidente Johnson se quedó sin invitado, porque el Senado, por 23 votos (de la izquierda y la derecha) contra 15 no otorgó el permiso.
Aquello fue recibido por muchos como una humillación al Presidente. Pero lejos de eso, algunos comentaristas consideraron que era un error atribuir el hecho a la persona del Presidente. El semanario de izquierda Punto Final decía: “En realidad los distintos sectores políticos que votaron contra el permiso que constitucionalmente debe obtener el Primer Mandatario para abandonar el territorio nacional criticaron duramente la política norteamericana. En este sentido —como en muchos otros — la oposición no es un todo homogéneo.” Como pudo verse en su tiempo el rechazo respondió a razones distintas, pero en los hechos provocó un encuentro entre la derecha y la izquierda al momento de votar.
Pero alguien podría reparar, en esos momentos, que el motivo del encuentro era una reacción emocional fuera de lugar. Que el momento no era el cumplimiento de una obligación constitucional para mostrar posiciones y antagonismos políticos y sociales del Chile de entonces. Cierto, pero el hecho mostró eso: Un encuentro de izquierda y derecha,tal como hoy las votaciones de iniciativas del gobierno están revelandolo mismo.
Analistas más sagaces y audaces, hablaron de que Chile se encontraba ese 1967en un Punto Cero. Fue todo un tema en ese tiempo. El Gobierno de Frei impulsaba cambios estructurales en el país que eran históricos. La reforma agraria, la chilenización del cobre y el fortalecimiento de la organización popular eran los más notables. En la perspectiva del tiempo histórico, estos cambios se pueden apreciar en su justa medida. Marcaron un cambio sin el cual el Chile de hoy no se entiende. Pero las fuerza políticas los evaluaron de manera distinta. Para la izquierda eran insuficientes y para la derecha eran la preparación para que el país avanzara al socialismo y al comunismo.
La tensión de este proceso dejó al Gobierno de la época sin capacidad de garantizar gobernabilidad por mucho tiempo. El partido gobernante como partido único nació marcado por un sino. Una gran capacidad para desatar procesos sociales y una gran incapacidad para conducirlos y controlarlos. El resultado es de todos conocidos. El país se radicalizó y terminó por romperse el orden institucional.
Quien percibió con claridad lo que se avecinaba fue un líder que llamó a la unidad política y social del pueblo. Solo esa alianza hará posible los cambios en Chile, señaló. Pero la ciudadanía lo relegó al tercer lugar en la elecciones presidenciales de 1970. Lo que para Radomiro Tomic era un requisito ineludible para sostener los cambios, no fue comprendido en su tiempo, sino solo cuando era urgente recuperar la democracia y se construyó la alianza que dio origen a la Concertación y que le ha dado gobernabilidad a Chile por más de 20 años.
El costo social y político que pagamos por esa incomprensión dejará huellas en la historia de Chile. Incluso quienes asumieron posiciones más extremas en el Chile de los 70 lo reconocieron tardíamente. En la entrevista que la periodista Patricia Politzer hace al líder socialista Carlos Altamirano en 1989, éste señala: “con 16 años de distancia, puedo ir incluso más lejos en el análisis de los acontecimientos En ese entonces, si de realismo se trataba, habría que haber aceptado la llamada unidad social y política del pueblo que ofrecía Radomiro Tomic en torno a su persona” .Y, a la pregunta de la periodista si la Unidad Popular debió negociar su programa, Altamirano responde “en esa fantasía especulativa, he dicho algo más grave: que debimos apoyar la candidatura Tomic y su programa”
A veces la comprensión de los tiempos históricos llega demasiado tarde.
Al año siguiente de la derrota de Tomic, algunos abandonamos la Democracia Cristiana, convencidos una vez más que este conglomerado político así como desató un proceso de cambios que no pudo conducir —y terminó entregando el país al gobierno de la izquierda—, había iniciado un proceso opositor que tampoco podía conducir y que, como lo demostró la historia, terminó con en una dictadura. Parece que la marca de nacimiento siempre lleva a la DC a intentar transitar por un “camino propio”. Incluso hoy, olvida que el mundo post moderno pone en el centro el tema de que toda acción humana, incluida la política, es una co-.construcción social de carácter relacional.
Las señales de los últimos acontecimientos muestran la aparición de un ominoso porvenir. La suerte y la permanencia de la formula política que ha dado gobernabilidad al país por más 20 años, está en serio peligro de sobrevivencia. Puede que de nuevo el país esté en un Punto Cero.
¿Qué debe hacer la izquierda en esta coyuntura, con la que se vuelve a encontrar en la historia?
Sobre eso reflexionamos en la segunda parte de esta columna.
Jorge Leiva C.