A seis días de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia aún no está claro quiénes serán los dos candidatos que pasarán a la segunda vuelta. Así las encuestas estén manipuladas y, además, que pertenezcan a las grandes empresas, muy poco importa que se equivoquen, pues crean realidades y, en el tiempo de la post-verdad, lo único que existe es el tango “Cambalache”.
Pensemos, por un instante, que se prohibieran las encuestas sería equivalente a la negación de publicar los distintos horóscopos – aunque todos sabemos que son escritos e inventados por algunos periodistas – y sin pronósticos errados no habría economía, lo mismo ocurre con la política, por consiguiente, no hay más remedio que referirse a las encuestas, que construyen realidades más asertivas que la vida misma.
En la última encuesta francesa, cuatro candidatos se encuentran dentro de un margen de error, a tres puntos de diferencia entre ellos, es decir, hay un empate técnico: Marine Le Pen, la candidata del Frente Nacional, de extrema derecha, Emmanuel Macron, candidato del neoliberalismo socialista, de centro derecha, apoyado por el Presidente, François Hollande, por su Primer Ministro, Manuel Valls, y por François Bayrou, una especie de democratacristiano, de raíces del Movimiento Republicano Popular (MRP).
Podríamos asimilar el fenómeno Emmanuel Macron al antiguo democratacristiano Jean Lecanuet, un joven líder que pretendía superar las izquierdas y las derechas. Macron es la mezcla mortífera entre los bancos y la amalgama Socialdemócrata-Democracia Cristiana: no tiene nada de gaullista, pero sí mucho de neoliberal. Este líder es joven, muy atractivo – sobre todo para las mujeres – y logra engañar con un discurso rupturista y con la formación de un nuevo Movimiento, En Marcha, pero en el fondo él es una cara agradable del establishment y tiene la misma capacidad de engañar al elector que tuviera Hollande en las elecciones presidenciales anteriores; una de las diferencias entre Hollande y Macron es que el segundo es más joven y audaz, mientras que el primero, de empleado público de la mafia socialista pasó a ser un Presidente desastroso.
Francois Fillon, el otro candidato de la derecha, es un personaje patético, digno de ser analizado por S. Freud: ganó las primarias de su partido presentándose como católico y como un purista, que se entendía, iba a limpiar la corrupción de la V República. Su programa económico es claramente neoliberal y se propone la austeridad mediante la reducción de empleos. El descubrimiento por parte de Le Canard Enchainé, de diez años de sueldos pagados a su esposa Penélope, sin que los franceses hayan sabido de un trabajo concreto de asesoría, delito de fraude fiscal, hoy investigado por la justicia, terminó por develar el grado de hipocresía de este “pechoño” ultraderechista, Fillon, quien se negó a renunciar a su postulación a la presidencia del país ha perdido muchos votos, que pueden ir a Macron, el candidato “escoba”, quien logra atraer con su discurso a gente de distintas tendencias políticas.
El tema de la corrupción, que siempre está presente en los debates presidenciales, al final, siempre termina en situaciones extrañas – en Italia, por ejemplo, eligiendo al más corrupto de los candidatos, Silvio Berlusconi; en España, lo mismo ocurre con Mariano Rajoy; en Argentina, con Mauricio Macri; el Brasil, el reemplazante de Dilma Rousseff es un tipo tan pillo como Michel Temer
A la larga, que estén acusados de fraude al fisco y de otros delitos Marine Le Pen, Francois Fillon y Emmanuel Macron es insubstancial para determinar la actitud y conducta de los electores. (Que en Perú hayan sido cohechados por una firma brasilera, Odebrecht, no tiene mayor importancia para los ciudadanos de hoy; ¿cómo se puede explicar que corruptos y pillos, como Alán García, Alejandro Toledo y Ollanta Humala hayan sido elegidos como mandatarios en ese país? Podría haber tres posibles respuestas: la primera, que el poder es sinónimo de corrupción; la segunda, que los electores siempre eligen al peor de los candidatos; la tercera, que “la democracia es un asunto de ángeles”, como bien lo decía el gran filósofo de Ginebra, Jean Jacques Rousseau.
El otro candidato, Jean Luc Mélenchon, un antiguo socialista, seguidor de Francois Mitterrand, ex ministro de Enseñanza Profesional del gobierno de Leonel Jospin, que abandonó el Partido para aliarse con la izquierda; también fue candidato a la presidencia de la república, en 2012, con un apoyo del 11% de los votos. Mélenchon, hoy, por hoy, es el mejor orador de Francia – me permito recomendar a los lectores bajar de Youtube sus últimos discursos de este candidato, especialmente el pronunciado en la marcha de La Bastilla, con ocasión del aniversario del comienzo de la Comuna de París -.
Mélenchon, candidato de los comunistas y de los ecologistas, es agudo en sus reflexiones, contesta con fuerza y seguridad a las malévolas preguntas de periodistas, vendidos a la derecha, considerado de mal genio, pues no tiene empacho en contestar “pan pan, vino vino, a las embestidas venenosas de los acólitos del neoliberalismo. Sus polémicas contra las vestales del “cuarto poder” – la Prensa – son famosas.
Ahora, que aparecido en las famosas encuestas como posible candidato a la segunda vuelta, se ha despertado una ridícula campaña de terror, encabezada por titulares de Le Figaro que, en uno de ellos, menciona a este candidato como el “Chávez francés”; en otro, lo llama Maximiliano o Robespierre, Ilich, por Vladimir Ulianov, es decir, “Lenin”. Mélenchon respondió muy bien luego de un discurso en Toulouse a las estúpidas ofensas de los creativos del diario de derecha.
El programa de este candidato es, de lejos, el más profundo e interesante de que han presentado lo demás candidatos en estas elecciones presidenciales, que tienen como novedad el derrumbe del socialismo francés y el debilitamiento del gaullismo; ninguno de estos dos partidos se ve con posibilidades de tener un representante en la segunda vuelta.
Mélenchon plantea, nada menos, que un programa refundacional, es decir, poner fin a la V República, y crear una VI República que surja de una Asamblea Constituyente, a fin de colocar la lápida a la monarquía presidencial, y una Constitución que incluyera el derecho al aborto y otro serie de nuevos derechos sociales, entre ellos la jubilación a los 60 años de edad, la reducción de las diferencias sociales, el impuesto a las ganancias excesivas, y otros.
Mélenchon está muy claro respecto al resto a al tema de Unión Europea: o se reforma, o se le abandona, y tiene un plan A, que pactaría la reducción de los poderes de la Banca europea, es decir, poner fin a la Europa de la democracia bancaria, pero de fracasar esta reforma, recurrir al plebiscito para consultar al pueblo francés sobre la viabilidad del abandono de la Unión.
A mi modo de ver, Luc Mélenchon sería el mejor candidato para oponerlo al fascismo de Marine Le Pen y, además, abriría el camino para la refundación de la República, que incluya elementos de democracia directa, como la revocación de mandato para todos los cargos de elección popular.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
17/04/2017