A las primarias se les atribuía las mismas propiedades que antes tenía la jalea real: rejuvenecer a los viejos y dotar de vitalidad procreativa a los jóvenes. Hoy está ocurriendo algo parecido con el aloe vera, penca milagrosa a quien mi amigo, Agapito Santander, le atribuía poderes mágicos.
Por desgracia, no hay ningún fruto milagroso capaz de semejantes proezas: lo vivido nunca más se repetirá, y los instantes de gloria y de satisfacción nunca volverán, pues es la ley de la vida y lo que alguna vez fue prometedor, ya no será jamás. Los fenómenos históricos son asimilables a la biología.
Algo sí tenemos claro: la tarea de esta elección presidencial es lograr que la mayoría de los electores derrote a Sebastián Piñera en las próximas elecciones presidenciales, pues este personaje, cada día más reaccionario, es el enemigo principal. Es evidente que de alcanzar la primera magistratura su gobierno sería, sin lugar a dudas, una crasa regresión y una destrucción de las pocas y débiles reformas llevadas a cabo por el gobierno de Michelle Bachelet. Es tan evidente que la tarea central ahora es evitar el triunfo de Piñera que todos los partidos, llamados de centro izquierda, hacen lo posible para que esto ocurra.
El hecho de llamarse partidos de “centro-izquierda” o de “centro derecha”, siempre me ha parecido una siutiquería para disimular que el verdadero clivaje es entre izquierda y derecha, sin apellidos. La Democracia Cristiana, por ejemplo, nunca quiso ser de centro pues, por ejemplo, para su ideólogo principal, Jaime Castillo Velasco, era un Partido de vanguardia que quería hacer, nada menos, que la revolución cristiana, inspirado en la doctrina social de la Iglesia y Jacques Maritain.
La política y los políticos parten de la idea de que hay que saber engañar a los electores: ponerle un nombre llamativo a una idea radical de cambio siempre ha sido atractivo e incentivador para los ciudadanos: contraponer el socialismo comunitario al socialismo marxista, la Revolución en Libertad, de Eduardo Frei Montalva a la Empanada y vino tinto, de Salvador Allende, dio muy buenos réditos a la Democracia Cristiana, que le permitió camuflarse como una fuerza progresista, y desde luego, alcanzar el poder. De nada sirvieron los escritos de autores marxistas, incluso, trotskistas, como el libro del historiador chileno Luis Vitale, Esencia y apariencia de la Democracia Cristiana.
Hoy, los prohombres dirigentes de la Nueva Mayoría, algunos de ellos viudos de Ricardo Lagos, que lo han convertido en un héroe, semejante a Arturo Prat – no sé por qué a los chilenos les encanta colocar en el Panteón a los derrotados – ahora resulta que Ricardo Lagos era el único precandidato que tenía un acabado programa de gobierno que, de seguro, hubiera sacado a Chile del “marasmo”, de no haber sido crucificado por los socialistas, Partido al cual él pertenecía, así fuera un poco helvético.
Escuchamos cotidianamente la misma monserga: “sin el matrimonio, aunque mal avenido, entre el centro y la izquierda, no sólo es imposible ganar a Piñera, sino lo que más grave, gobernar el país. Definida la Democracia Cristiana como centro, si aceptamos que exista, me parece una falacia pues, en este Partido, el camino propio no es más que optar por la derecha, bajo formas finas e hipócritas. Mariana Aylwin, la banda de los Walker, Eduardo Aninat, Edmundo Pérez Yoma, la dupla Martínez-Alvear, no son más que de derecha, un poco menos fascistoides que los integrantes del Partido Unión Demócrata Independiente, (UDI), es un derechismo socialcristiano, muy distinto del de los “millonarios” (Legionarios) de Cristo, pero hay matices que los diferencia, por lo tanto, igualarlos sería una estulticia.
Dentro de los democratacristianos hay un sector que sigue definiendo su domicilio en la centro-izquierda y que le gustaría remendar una Nueva Mayoría que tiene los días contados. Tener su casa en la centro-izquierda significa muy poco, pues esta agrupación fue posible cuando democratacristianos y socialistas pensaban, prácticamente, lo mismo con respecto a las políticas de la llamada “Concertación”. La gente olvida con facilidad que se aspiró a fundar un partido político transversal de la Concertación, es decir, unir a socialistas y democratacristianos o bien, que ambos desaparecieran para formar una combinación superior. También existió el MAPU-Martínez, que respondía a los mismos principios, pero de forma caricaturesca.
Con la desaparición política del héroe y caudillo, Ricardo Lagos, la resurrección de la Concertación se ha hecho imposible hasta ahora. Alejandro Guillier, a mi modo de ver, es la antítesis de Ricardo Lagos: periodista, que surge de la sociedad civil y así sea senador y cuente con el irrestricto apoyo de radicales y socialistas, no pertenece a la misma casta, ni menos a la misma generación de los concertacionistas. Si fuera un político cualquiera, no contaría con apoyo popular y sería víctima del repudio de la ciudadanía hacia estos señores feudales. Si le quitas valores de apoyo ciudadano, sería como cortarle el cabello a Sansón.
Las famosas primarias, estatuidas por ley, no cuentan con las cualidades mágicas que los políticos les atribuyen, pues no siempre han servido para generar un debate programático, tampoco para reemplazar la designación a dedo de los candidatos. Veamos históricamente algunas de ellas: en la primera, Eduardo Frei Ruiz-Tagle tenía asegurado el triunfo sobre Ricardo Lagos, el otro candidato, mucho antes de que se realizaran – los socialistas, salvo Carlos Ominami, apuñalaron a su líder, tal como lo acaban de hacer hoy -.
En la segunda, ocurrió lo contrario: Ricardo Lagos ganaba, de lejos al DC Andrés Zaldívar – aun no entiendo para qué se realizaban primarias, salvo aplicar a los ciudadanos un cazabobos -; en la tercera vez no hubo primarias, pues la candidata Soledad Alvear se retiró antes de efectuarse, para dar paso a Michelle Bachelet; en la cuarta, la más ridícula, tragicómica y caótica, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, DC, le ganó a José Antonio Gómez, PR, de la misma forma en que Chile lo hizo con la URSS, en el1973; lo único que recordamos de esa florida primaria fueron los garabatos proferidos por Camilo Escalona, a micrófono abierto al fino oído de Gómez; de la última primaria, ganada fácilmente por Michelle Bachelet, queda en recuerdo de los ciudadanos la traición de los democratacristianos a su candidato, Claudio Orrego, pues la mayoría de los parlamentarios querían tomarse fotos con Bachelet y su traje de doctora.
Para elección de candidatos al parlamento es muy difícil una primaria, pues hay que cuadrar ambiciones y cupos: cada partido político tiene sus propios intereses y cada pelafustán se siente un congresista. No hay que ser un técnico electoral para entender que el sistema D´Hont, que debuta en el mes de noviembre, favorezca a las listas únicas y a los partidos mayoritarios. La ubicación en el encabezamiento de la lista es esencial para aplicar la cifra repartidora.
Antiguamente, a comienzos del siglo XX, los candidatos presidenciales se elegían en las convenciones de agrupaciones afines de partido, y se exigía un 60% para ser proclamado. En 1910, hubo cerca de diez vueltas, donde aparecieron varios políticos conocidos, para terminar en la elección del anciano, Ramón Barros Luco. En 1938, Marmaduque Grove dejó el paso a Pedro Aguirre Cerca.
Que en alguna primaria haya votado más de dos millones de electores – ocurrió en la de Frei contra Lagos -, sólo indica que a los chilenos les gustaba votar, pues la primaria estaba resuelta desde antes, con el triunfo de Frei Ruiz-Tagle.
Aunque todos los políticos crean que si la Democracia Cristiana se allana a participar en la primaria, sea por convicción o por oportunismo – como ocurrió en la última elección de Bachelet – la Nueva Mayoría nunca resucitará, y tal ocurra lo que podríamos llamar una alianza instrumental: “todos contra Piñera”, con otrora “todo contra los radicales” o “todos contra Ibáñez”, máquinas que fueron muy buenas para destruir el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, y antes, posibilitarle el triunfo del “general dela esperanza”, Ibáñez.
El programa común y la consigna “un candidato, un programa y una lista parlamentaria común” tiene el mismo efecto de espejismo que las primarias. Ahora, que estamos comprometidos en los días santos, vale bien recordar la resurrección, principal misterio del cristianismo.
Cuentan que San Pablo cuando visito a los Griegos (que, dicho sea de paso, tenía un monumento al dios desconocido), nunca pudo convencerlos, por muy abiertos de mente que fueran, que algún día resucitarían los muertos en cuerpo y alma. Ojalá, Alejandro Guillier tenga mayor éxito que San Pablo y la Nueva Mayoría pueda resucitar de entre los muertos.( aunque sólo sirva para ganar al diablo Piñera)
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
13/04/2017