Cada uno puede darle el significado político que quiera a la multitudinaria marcha del 26 de marzo pasado organizada por el colectivo de organi zaciones sociales y de trabajadores NO+AFP. No deben olvidarse sin embargo algunos datos objetivos: primero, que tal iniciativa de inmenso éxito en el plano de la acción colectiva por el derecho a una pensión digna —como también lo fueron las marchas del año pasado— convocó a sectores sociales de todas las edades tras el principio de la solidaridad entre las generaciones.
Segundo, que tales manifestaciones se han realizado en un contexto de reflujo del movimiento estudiantil y sindical durante este gobierno y, tercero, en medio de una crisis de legitimidad de la institucionalidad postdictadura debido a la corrupción política.
Sobre el retroceso de la lucha estudiantil conviene decir algo. Que es en gran parte el resultado de lo que fue la política adoptada por ex dirigentes estudiantiles pertenecientes a Revolución Democrática (RD). Quizás con muy buenas intenciones. Pero también es un hecho objetivo que éstos se insertaron en el aparato del Estado después de que su líder Giorgio Jackson declarara que el Gobierno de Bachelet sería “una oportunidad para abrir ciertas agendas”.
Recordemos de paso que también se apelaba al discurso desmovilizador del “ímpetu reformista” del Gobierno de la NM. Y fueron no pocos los y las que confundieron sus deseos con la realidad. Que de hecho los hizo instalarse en modo espera y no en actitud de movilización ni de debate.
Más claro aún: muchos se dejaron llamar a engaño en la época, por la sonrisa y la “proximidad” del carisma de la “incombustible” M. Bachelet.
¿Eran conscientes estos militantes políticos salidos del movimiento estudiantil de que una caracterización errada de un Gobierno y de la coyuntura, junto con una política de alianzas insostenible, no ayuda a dotarse de los recursos tácticos adecuados para continuar la lucha sociopolítica cuando las condiciones cambian?
Porque la “nueva política” no puede ser dar giros con tumbos, sin reconocer errores. Pues así, quienes lo hacen, se asemejan mucho, nuevamente sin quererlo quizás, a la vieja demagogia de los profesionales apernados de la política transicional postdictadura. Y le hacen un magro favor a la política como actividad legítima y necesaria en la disputa por el poder de conducción de un país.
El politólogo francés René Girard utiliza el mecanismo de mimesis para referirse a este frecuente fenómeno de imitación de los políticos entre sí en la esfera política.
Fue así como los aprendices del viejo oficio de tecnócrata (la “burocracia racional” tan elogiada por G.W.F. Hegel en el siglo XIX con su visión del omnipotente Estado portador de “progreso”) contribuyeron desde el ministerio de Educación a sembrar la ilusión que desde ahí se podría, en comisiones de expertos (dónde se definen normas, pactan acuerdos y se construyen “consensos”), sin marchas en la calle, ni asambleas en las aulas ni vínculos con los trabajadores y organizaciones sociales, avanzar en la lucha por una educación pública y gratuita.
¿No fue así que jóvenes asesores trabajaron objetivamente dentro del Estado para desmovilizar subjetivamente al movimiento estudiantil? Lo cual nos lleva a una pista: es difícil resistir al poder que ejercen los controladores y a las prácticas burocráticas y cupulares cuando se opera y funciona dentro de las instituciones del Estado, ya sean los ministerios o el parlamento. Y sin control ciudadano dentro o fuera del Estado, porque todavía no están las instituciones ni la práctica democrática para hacerlo. Y por mucho que se tenga un discurso novedoso y democrático.
¿Cómo olvidar que en esos mismos instantes la diputada Camila Vallejo incurría en un “error” similar?
¿No era acaso el primer ministro de Educación de Bachelet, Nicolás Eyzaguirre, connotado neoliberal —hoy de perfil bajo—, ex empleado de Andrónico Luksic en el canal 13 (TV), funcionario del FMI además de consejero actual de la presidenta y compinche del otro neoliberal de Hacienda, Rodrigo Valdés, según la ex dirigente estudiantil comunista, “el más idóneo” para sacar adelante la reforma educacional exigida por el movimiento estudiantil en años de lucha?
¿Ya se olvidó cómo Eyzaguirre instrumentalizó ante la opinión pública a sus “asesores” de RD, recién salidos de las luchas universitarias, para darse una imagen de reformador y al mismo tiempo aprovecharse del visto bueno del PC que confiaba ciegamente en su ex militante convertido en tecnócrata neoliberal?
Cuando la memoria histórica inmediata se adormece, se despiertan consejeros improvisados, y cuando es la memoria histórica larga, la de las luchas sociales con su cúmulo de experiencias la que se desactiva, resurgen los encantadores de serpientes dentro del movimiento popular.
Así es. El gran mérito de las movilizaciones multitudinarias a lo largo de todo el país organizadas por NO+AFP y sus dirigentes salidos de organizaciones de trabajadores y organizaciones sociales, que han tenido que enfrentar a los más poderosos enemigos de los derechos sociales del pueblo de Chile, es haber repuesto la confianza en las movilizaciones sociales y mantenido el tenue y largo, pero sólido hilo rojo de las luchas populares en Chile. Sin olvidar que también ha sido un factor de politización de la clase trabajadora capturada por el sindicalismo de colaboración patronal y gobiernista.
Este factor esencial; sólo los narcisistas generacionales y los postmodernistas de todos los pelajes lo pueden ignorar. La victoria del movimiento popular NO+AFP es de un valor extraordinario pues muestra una vía de salida a la crisis generalizada, tanto del régimen político como de sus fundamentos capitalistas. Y desde afuera del sistema político corrupto.
Dejemos de lado el eufemismo “rivales” utilizado por políticos que quieren mostrar “amplitud de criterios” y miden sus palabras cuando se trata de identificar al bloque de poder dominante que utiliza todos los medios y recursos a su disposición para impedir el avance del actor popular hacia una sociedad más justa.
La verdad histórica es que quienes instalaron por la fuerza y el engaño las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), para imponer la “capitalización individual” y destruir la solidaridad generacional (entre las generaciones populares, que quede claro) intentaron también atomizar la sociedad y crear las condiciones de su despolitización. Lo hicieron siguiendo al pie de la letra las recomendaciones de los Chicago boys de Pinochet.
Estos aplicaron con rigor fundamentalista los consejos del patriarca Friedrich von Hayek y de sus seguidores Milton Friedman y Gary Becker. Eran conscientes de lo que hacían. Jaime Guzmán les entregaría el orden jurídico-político del Estado necesario, con rayado de cancha incluido: la Constitución del 80 y su Tribunal Constitucional, para bloquear la intervención de los gobiernos y toda iniciativa popular tendiente a desmantelar el orden capitalista neoliberal.
Los mismos sabían que las AFP eran un pilar del dispositivo neoliberal de poder. Tanto discursivo manipulador, como económico de despojo, además de ser una refinada tecnología de control social, individual y colectiva. Tal como lo vio y explicó el filósofo e historiador Michel Foucault (que no era marxista) en sus cursos en el Collège de France de enero a abril de 1989 y en su libro El Nacimiento de la Biopolítica.
Todo ascenso social es fruto del “mérito individual” y cada individuo es responsable de su propio capital humano y simbólico siguen pregonando los defensores del mercado de la educación. Fue el movimiento estudiantil en la calle que cuestionó estos supuestos principios inspirados por el neoliberalismo.
Los neoliberales conscientes y sus cínicos cómplices fueron y son los enemigos ideológicos y políticos del bien común y de la igualdad social. Son los mismos defensores contumaces de la propiedad privada (la grande, la que produce riqueza concentrada y no la de “mi auto”) y de la “soberanía del consumidor libre” que defiende José Ramón Valente, el asesor económico estrella de Piñera en El Mercurio.
En Chile, los neoliberales hayekianos contaron con el apoyo de sus aliados objetivos: los partidos de la ultraderecha y los neoliberalizados de la Concertación-NM para gobernar y consolidar. Y con la casta político-empresarial para acumular y desposeer. Esta última cuenta con sus poderosas organizaciones, la SOFOFA y CPC. Flanqueados de sus propios medios de comunicación que banalizan la vida ostentosa y el poder de los Piñera, Luksic, Matte, Paulmann, Solari, Angelini, etc. Son los del “ráscate solito con tus propias uñas”. Los que hay que derrotar políticamente (no por superioridad moral sino por decencia y sentido ético común).
LA COYUNTURA POLÍTICA ACTUAL A LA LUZ DE LAS MOVILIZACIONES DE NO+AFP
Así vistas las cosas, la lectura de la coyuntura o ciclo actual debe ser otra. Pues la analogía entre la experiencia de NO+AFP y la ocnstrucción de un Frente Amplio antineoliberal es pertinente. Tomar clara consciencia que los clivajes y discursos generacionales dividen, y la lucha de carácter político y social une y convoca a quienes participan individual y colectivamente en el mismo proyecto de sociedad. Cuya existencia se despliega en un mismo ciclo políto-histórico. Sin perder de vista la necesaria conexión de las luchas y la articulación de las demandas sociales.
Una coyuntura electoral permite proyectar las luchas y demandas en el escenario político electoral. Hay que aprovechar las condiciones sin contarse cuentos. Las cuñas mediáticas pasan. Un programa debe quedar en la conciencia ciudadana como un eslabón de un proyecto social. Su coherencia es fundamental pues debe sentar la semilla de un nuevo imaginario político-social ante la crisis de legitimidad del actual, de sello neoliberal, pero que presenta serias brechas y forados. A partir de puntos pragmáticos y reformas reales debe quedar grabada la percepción-imagen mental y la convicción racional de que “un gobierno nuestro, del pueblo ciudadano y de los trabajadores, es posible y necesario”. A eso se le llama construir hegemonía.
¿Habrá que recordar e insistir entonces que el Frente Amplio es una conquista popular y ciudadana para hacer política democrática y de izquierdas (en la unidad de la diversidad y contra la fragmentación postmodernista que exacerba lo “singular” y exalta el rol del individuo y lo privado por sobre el colectivo en un marco de crisis de legitimidad institucional)?
Por lo mismo, la política que se reivindica es de carácter popular, democrática, antineoliberal, feminista, ecologista, anticapitalista, socialista y también liberal bien entendida (hay que tener una obvia paciencia con los que se tragaron la vieja cantinela ideológica de que sólo el llamado “liberalismo” defiende la libertad y los derechos individuales y democráticos). Y esta política de los tiempos presentes, en estructuras heredadas del pasado, se hace con reformas, pero también con rupturas democráticas (Asamblea Constituyente por ej.) que conviene asumir con osadía y en pos de la justicia y la igualdad, y para cambiar Chile.
No está de más recordar que el programa del FA está en construcción. Cabe insistir en que este proceso es estratégicamente clave puesto que aúna voluntades argumentativas en espacios políticos comunes. Ahora bien, esta práctica, a la cual los dirigentes carismáticos y mediáticos deben subordinarse, se hace desde abajo; desde los territorios y la práctica de los pueblos.
¿Habrá que insistir en que los discursos presentes en el Frente Amplio no insisten con la fuerza que requiere el momento de desconfianza en los políticos (sean magnates, periodistas, economistas, o sociólogos), en que las definiciones programáticas no saldrán de cuatro paredes donde algunos “expertos” designados, con calculadora en mano, le darán el visto bueno a algunas reformas propuestas por los ciudadanos que quieran participar?
Habrá que repetir majaderamente que lo político determina lo técnico. Y que la nueva política es asunto de todos y de todas los y las que quieren compartir un proyecto, un programa de partido-movimiento y un programa de gobierno ( tres puntos diferentes, pero ligados).
Los análisis acerca de campañas electorales muestran que las redes sociales no son decisivas para ganar votos ni voluntades. Es siempre el trabajo constante en terreno hecho por militantes convencidos el que da frutos a corto y largo plazo; es el cara a cara argumentado con un programa claro en un todo coherente que sirve de instrumento clásico de agitación y propaganda en los encuentros de vecinos en barrios y casas y en los lugares o salidas de trabajo, oración, estudio, distracción, compras.
Es probable y necesario que en una campaña y en un proceso de construcción del frente se expresen diferentes prioridades. E incluso, en un proceso de definiciones de proyecto de sociedad, más adelante, en un congreso del Frente Amplio, se enfrenten tesis que podrán coexistir en el diálogo enriquecedor del debate político sólo si se dan en el marco de instituciones orgánicas que lo incentiven y respeten que las diferencias sean representadas en los organismos de dirección. Es la democracia partidaria. La que desapareció desde hace años de los partidos políticos; si es que alguna vez existió.
Son desafíos que hay que correr el riesgo de asumir. Ir a contrapelo de la corriente enemiga y adversa que fractura y fragmenta un proyecto de transformación social.
Por de pronto se trata de definir lo más democráticamente posible un programa de gobierno de carácter democrático y antineoliberal, que ataque de frente los pilares del régimen político y del modelo; la concentración del poder y la riqueza junto con la desigualdad de ingresos. Programa que tendrá que ser explicado y defendido con pasión e inteligencia por los candidatos al parlamento y por el o la candidata presidencial. Y la única garantía de que sea aplicado no radica tanto en la cantidad de parlamentarios elegidos y en el acceso al Gobierno del Estado como en la movilización y organización popular.