Noviembre 16, 2024

El único ángel del MAPU

Yo sé de la imagen que se ha creado del Mapu: “jóvenes más que pudientes de los años sesenta, que gobernaron con Allende obteniendo cargos, y que 20 años después ascendieron con Aylwin, dada su irrefrenable ambición de poder y su oportunismo, y que hoy -todos- se han ubicado del lado del sector económicamente dominante que linda o integra la franja corrupta”.

 

Se de lo difícil que es destacar episodios nobles de la vida de ese partido, por el desprestigio en que han caído algunos antiguos militantes después que el Mapu dejó de existir, pero me arriesgo.

 

A fines de los años sesenta y principios de los setenta, el Mapu tuvo un fundador y principal dirigente: Rodrigo Ambrosio, su segundo Secretario General, después de Chonchol; unos prestigiosos “viejos” de 50 años (Gumucio, Chonchol, Julio Silva, Alberto Jerez y Vicente Sota); una Comisión Política (dirección nacional permanente) con integrantes nada de aristócratas y bastante pobretones: Enrique Correa; Eduardo Rojas, después Vicepresidente de la CUT; Fernando Ávila, pobre hasta hoy; Jorge Setz; Alejandro Bell (después gobernador con Allende y diputado); Luchín Toro; Ismael Llona; ( estos tres últimos funcionarios de Indap); María Antonieta Saa, joven feminista universitaria; Cesáreo Flores, poblador de La Granja; un joven abogado, Pancho Gueisse, y el ingeniero agrónomo Jaime Gazmuri, también funcionario de Indap, que integraba lo más alto de la Comisión Política. Bell y Flores nos dejaron antes que Parra.

Ni Vieragallo, ni Óscar G.Garretón, ni Insulza, ni menos Tironi (un niño univesitario) ni Echeñique, ni Pacheco Matte, ni Guilisasti, ni Olavarría, ni Riesco, ni Portales, legítimamente militantes, fueron dirigentes nacionales del Mapu en sus períodos de nacimiento.

Hubo sí muchos intelectuales de izquierda y escritores (Ariel Dorfman, Antonio Skármeta, Marcela Serrano, Dióscoro Rojas, Antonio Gil y poco después Tomás Moulian, Erick Polhammer, Mario Weisbluth, Rony Smarth, Eduardo Aquevedo, Kalki Glauser, Fernando Balcell, Mario Valdivia, Fernando Villagrán, Ignacio Aguero, Manuel Antonio Garretón y un Ángel que nos cayó de lo alto en 1970: Ángel Parra, de nombre Ángel Cereceda Parra, cantautor ilustre, más que militante nuestro, preso político de 1973, primero en el Estadio Nacional y luego en el campo de concentración de Chacabuco.

El gran periodista Patricio Fernández, de The Clinic, ha escrito que Ángel fue comunista y Mapu en esos años. Y tiene razón: los dirigentes del Mapu de Rodrigo Ambrosio y sus jóvenes más destacados éramos todos Mapu y comunistas.

En 1970, Enrique Correa, por ejemplo, proclamó públicamente: “Somos marxistas leninistas por los cuatro costados”. Esa autodefinición duró, creo, hasta su estadía en el exilio en la URSS y la RDA.

Ángel Parra, el mejor de los Parra después de Violeta y con permiso del poeta nacional, era de la edad promedio de la dirección nacional: entre 25 y 30. Estaba casado con una destacada militante, Marta Orrego, que lo acompañó más tarde al exilio en México, junto a sus pequeños Ángel Cereceda Orrego y Javiera Cereceda Orrego.

Ángel fue, aunque hoy aparece difícil creerlo, el creador del segundo himno del Mapu; el primero, en 1969, fue creación de un cabro chico, también nada de pituco y guitarrero: Dióscoro Rojas, el mismo rey de los huachafas.

El de Ángel, llevado al disco, debe ser de 1972: “El pueblo entero lucha de frente/Con sus banderas rojas y verdes/(coro, ídem) Mapu en la lucha quiere decir/Que en la batalla serán cien mil”.

Él participó en la creación y publicación del long play del Mapu “Se cumple un año y se cumple”, de 1971 (“Cuando amanece el día”), con la compañía de nuestros militantes Fernando Ugarte, el Cura Ugarte, y Payo Grondona (“Ahora sí el cobre es chileno”) y amigos muy cercanos como el Tío Roberto, Tito Fernández y Patricio Manns ( “Elegía para una muchacha roja”).

“Cuando amanece el día digo/ A mis dos hijos que traigan la luz/ De sus miradas para iluminar/ Tanta esperanza de trabajo y pan”

Él musicalizó, también, la gran concentración que realizamos a principios de 1973 llenando el Estadio Santa Laura.

El Ángel fue muy amigo nuestro, de José Miguel, de mi hermano Eugenio, de Rodrigo de Arteagabeitía, de Rodrigo, de Jaime, de Enrique de esos años, de Eduardo Rojas, de Alejandro Bell. Con Rodrigo, el fundador, se cuenta, compuso en una noche su contribución al disco “Se cumple un año y se cumple”.

Mi primera columna después del golpe, escrita en el exilio ( Diario Expreso de Lima, noviembre de 1973, hace 44 años) tiene el mérito de haber sido dedicada al Ángel compañero, en ese entonces preso en Chacabuco.

Hasta el 73 fuimos cien mil y luego un puñado que se fue disgregando, direcciones clandestinas y medio centenar de asesinados y desaparecidos. Después, el destino de buena parte de lo que fue la izquierda chilena desde el golpe, con héroes, vacilantes y acomodados.

Pero no tenemos orden de clausurar nuestros homenajes. De nadie.

Al Ángel del 73 y 74 lo acompañó Vicente Sota en el Estadio Nacional y en Chacabuco. Los dos terminaron en el exilio en Francia.

Entre nosotros, los muchachos de antes, ha habido mucho, excesivo aggiornamiento y no poca corrupción, pero la historia, con sus demonios y ángeles, no debe borrarse.

Menos la de la aparición de este Ángel que nos acompañó, como Gabriel, en el nacimiento y en los años llenos de luz previos al horror, otras luchas y otros destinos.

No faltan ni faltarán los que aún honraremos sus cenizas.

 

 

 

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