Estamos en año electoral, y al parecer no es mucho lo que ocurre con nuestros candidatos. Permítase un poco de optimismo y un paralelo, pues la elección pasada hubo una candidata, vaya que sí. Bachelet, esa ex ministra de defensa, mujer, madre, torturada, exiliada, hija del valiente soldado Bachelet; nos ahorró la elección y el debate. Pero claro, como dice Ortega, uno es “uno y sus circunstancias”; y ella tenía hijo, lo que subió como la espuma, bajó como la espuma, y es que el proyecto de la Nueva Mayoría era el verdadero sinsentido, el verdadero mal hijo, y el señor Dávalos, su peor imagen.
Miguel de Unamuno frente a los generales franquistas acuñó la siguiente frase: “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”. Yo la hice mía en aquel año electoral, mirando como descendía nuestro padrón electoral efectivo, elección tras elección. Para la presidencial de 1989 votaron 7.158.727 personas, de un padrón con inscripción voluntaria que era de 7.557.537. La participación fue mayor al 90% de los ciudadanos con derecho a voto. En la presidencial de 2009, última con voto obligatorio y padrón voluntario, sólo votaron 7.203.371. En 20 años prácticamente no se modificaron los votantes, y son los que crearon la cultura del sufragio. Ellos fueron los que votaron (de manera tradicional) en las Municipales 2012 -sólo votaron 5.790.617 chilenos- haciendo triunfar a la Concertación de manera clara. Pero el escenario electoral estaba cambiando silenciosamente. Claro que Bachelet había ganado la presidencial el año antes de presentarse. Pero ganó a pesar de la incredulidad de los escolares, a los cuales ya había traicionado en las movilizaciones del 2016. Hay que recordar que el problema de la educación explotó en el primer año de su gobierno, y los avances fueron bastante discretos. El no haber atendido la legalidad de ciertas Universidades que siguieron estafando a los alumnos, mientras la educación pública perdía y perdía matrícula. La tasa del CAE no se tocó, tampoco el crédito CORFO. Y suma y sigue. Por eso que no es de extrañar que muchos de esos problemas no se solucionaron en su segundo periodo. A lo que se suma una coalición desordenada, sin base y con una crisis política y de contenidos sin precedentes en la historia de Chile. Bachelet más que ser recordada por esas tres grandes reformas (tributaria, educativa y constitucional) será recordada por los casos de corrupción y las reformas político-sociales. Quizás uno de sus principales aciertos fue el llevar adelante la ley sobre aborto, la reforma a los partidos, la reforma al sistema binominal y los Acuerdos de Unión Civil. No todo podía ser tan malo, aunque nos quede una sensación de que fue más de lo mismo, pero ahora resulta que nosotros somos distintos, no sé qué tan distintos, pero el malestar está.
Es por ello que digo, parafraseando ahora a Camilo José Cela, que en Chile el que resiste, vence. No importa que no existan candidatos claros, quizás eso es lo que necesitaba Chile, un momento donde los carteles se apaguen y nos tengamos que poner a escuchar a desconocidos que propongan mejores ideas para un país estancado, haciendo que al fin valga más la idea que quien la dice. Pero los candidatos importan, aunque últimamente siempre los he sentido fuera de la política tradicional. Esos candidatos no tradicionales habrán de lidiar, con los tres embates que siempre se arrancan y siempre se estrellan contra el alma de los elegidos: el hombre impaciente, el del tiempo inclemente y el de la circunstancia desaforada e hiriente. En estos años, casi como nunca hemos tenido un poco de cada una de las tres. Lo que nos ha vuelto personas impacientes, desconfiadas y temerosas. Esto complica el escenario, pues los cambios sociales -sobre todo en educación y equidad- demoran.
Yo nunca he creído en los iluminados, tampoco en los partidos políticos que prometen superar tal o cual embate. Por eso, no creo ciegamente en los súper candidatos, esos que ganan sin debatir y hacer campaña. Más bien creo en el trabajo filosófico y científico unido, en las personas desinteresadas, y en la honestidad. Pero por sobre todo, creo en el tiempo. «Se dará tiempo al tiempo —pensaba y escribía Cervantes en La gitanilla—, que suele ser dulce salida a muchas amargas dificultades». Por su parte, Felipe II hizo elegante emblema de su gobierno aquello del: “yo y el tiempo contra todos”. Y es que a fin de cuentas, a toda política le llega su momento, y es signo de los tiempos, el redescubrir que Roma no se hizo en un día, ni tampoco por una sola persona. Alegrémonos de no tener candidato, pues quizás tú que eres una persona honesta, trabajadora y que quiere lo mejor para el país, te animas y tomas el camino de organizar algo. Las Alamedas siempre nos están esperando, de nosotros depende abrirlas.