Me han golpeado últimas declaraciones de altos “líderes” frente-amplistas.
Uno de ellos-aparentemente intelectual- propone una especie de socialismo celestial, surgido de su imaginación, en que el pueblo se gobernará a sí mismo en una especie de anarquía bucólica. Muy por debajo de Platón, siglo V AC, o de Tomás Moro, siglo XV de nuestra era. Y muy alejado de este mundo real.
Otro, candidato a candidato presidencial, arremete contra “la dictadura cubana”, utilizando la superficialidad de que hacen gala todos quienes se han opuesto al progreso de Chile (no de Cuba) desde 1963 hasta hoy, durante medio siglo, incluso la derecha fascista que en ello se excusó para matar gente y justificar sus crímenes.
No son pocos los precandidatos frente-amplistas a cualquier cargo que se proponen desplazar…a… ¡los comunistas! de las posiciones conquistadas. No a la derecha, a los comunistas. No avanzo en eso.
Acabo de leer a Giorgio Jackson y quedo muy preocupado. Jackson, que cita a cada rato a un diputado que se califica seriamente (en el capitalismo chileno de hoy, siglo XXI) de “liberal”, nos propone un “frente amplio” “que no sea de izquierda ni de derecha” (sic).
Esa autocalificación, un tanto mesiánica y que esconde su definición acerca de sectores sociales a los que se representa o representaría, ya ha sido hecha (por un tiempo) por muchas fuerzas nuevas con aspiraciones de levantar una especie de liderazgo ajeno a “la suciedad” de la lucha política desde hace siglos. Ej.: Frei y la Falange desde 1937.
Ya en plena Revolución Francesa (1789), en la Asamblea Constituyente creada, a la derecha de la gran asamblea se sentaron los girondinos, partidarios de una monarquía parlamentaria y del voto censitario; a la izquierda, los jacobinos, partidarios de la república y del voto universal, y al centro se ubicaron los indecisos, en eso que llamaron “marisma”, que en geografía y geología es un terreno pantanoso situado por debajo del nivel del mar.
Hoy, y por más de 225 años, la derecha mundial está integrada por quienes representan más cabalmente los intereses reaccionarios y la izquierda por quienes aspiran a representar a los sectores excluidos del poder y, en definitiva, explotados y marginados por éste. En “la marisma” está el centro.
La ecuación “izquierda-derecha” es el mejor constructo para explicar el mundo político global desde la Revolución Francesa y durante todos los siglos del capitalismo, en el que Chile volvió a estar inserto desde 1973.
La izquierda, que integró la Concertación y hoy la Nueva Mayoría (la de sectores de el PPD,PS,PC) ha pasado a ser, por su zigzagueo, sus contactos excepcionales pero descarados con el poder económico, su oquedad teórica, una izquierda débil y en extinción. Sus partidos no han sido capaces de juntar algunas miles de firmas, entre más de 12 millones de ciudadanos, para sobrevivir. Más del 65 por ciento de Chile no los “ubica”.
La derecha chilena, en cambio, es claramente representante del status quo capitalista, en su versión pinochetista dura (UDI) y en su versión dizque “liberal” (desde el siglo XX y en el XXI el liberalismo es de derechas), más o menos pinochetista (RN) y seguidora de los apetitos de uno de los más conspicuos y corruptos líderes de derecha: Piñera).
¿Por qué no se atreve Jackson a llamarse de izquierda? Las fuerzas de izquierda potentes y atrayentes bien pueden contar con adherentes centristas o centroderechistas -como el diputado liberal de marras, que nació políticamente en el norte junto a Fernando Flores- y adherentes del vasto mundo que se siente (¡vaya definición!) humanista, ecologista, anarquista pacífico, verde, trotskista, naturalista y otras yerbas respetables.
Ahora bien. Un Frente Amplio de izquierda, integrado por diversas fuerzas políticas (las “sociales” de izquierda también son políticas y necesariamente de masas) debe tener, para ser de hoy y seriamente transformador, una teoría política. No ser solo un conjunto de fuerzas que surge “a la izquierda” de la Nueva Mayoría porque algunos de sus dirigentes exigen verbalmente más del poder capitalista existente. Si la Nueva Mayoría es, hace rato, una alianza de centro, el Frente Amplio, surgido así, podría ser una alianza de centroizquierda ¿por qué no?
No basta un acuerdo electoral para las próximas elecciones de Congreso Nacional (en Chile no hay “parlamento”) y, eventualmente, presidencial; ni siquiera basta un Programa que, para ser masivo, tendrá que ser panfletario, agitador, dirigido comunicacionalmente a todos. Lo que es necesario y puede ser eficaz.
Todas las fuerzas revolucionarias de la historia han tenido teoría, y práctica revolucionaria (“ser revolucionario es hacer la revolución” enseñó un revolucionario muerto en combate en 1967).
La teoría política debe contener un acabado análisis de cómo funciona hoy el mundo (la actual globalización y sus sostenedores y máximos “dirigentes”, esos que se enriquecen con las guerras, los drones y el espionaje a cada uno de nosotros), la prognosis posible, y la inserción que, en ese mundo, tiene la nueva fuerza transformadora.
Debe, al mismo tiempo, proponer su “política internacional”, que es cada día más importante para el país, sobretodo este país básicamente monoproductor y monoexportador, que ubique a quienes más responsabilidad tienen en este injusto mundo y a las fuerzas planetarias posibles de unirse para modificar el actual orden mundial.
Los partidos y dirigentes del posible Frente Amplio no han tenido opinión sobre eso ni sobre Trump, jeringa a la cual no se les puede sacar el poto.
Recién acaba de morir un revolucionario insigne que, junto con planificar el asalto a un cuartel dictatorial en una ciudad del este de su país y de estudiar la calidad de los helados y los quesos que debía gustar su pueblo, intervino victoriosamente en una guerra africana, luchó contra el apartheid, y se preocupó del destino de la humanidad e, incluso, de su posible desaparición.
Mucha de la gente joven de izquierda en Chile ha estudiado o estudia en universidades medio siglo más modernas y mejor dotadas que aquellas en que estudió el revolucionario muerto, en este mismo continente y en esta misma lengua ¿por qué no plantearse seguir sus pasos en esa necesaria amplitud de pensamiento? La propuesta de cambio de hoy nos obliga a no ser dogmáticos, por cierto, pero no ser estrechos ni chatos ni simplones ni demagogos.
La nueva fuerza de izquierda debe, en primer lugar, ser crítica a fondo del capitalismo chileno, inserto en el mundial; calificar el carácter del capitalismo existente en Chile, que no es sólo capitalismo y no sólo “neoliberal”; debe analizar las diversas clases sociales y capas que en Chile conviven y luchan; y las múltiples ideologías que nos atraviesan y el rol que debe jugar ante y entre ellas el “Frente Amplio” para constituirse en una fuerza nacional, transformadora y de izquierda. Debe, además, tener una opinión clara sobre nuestras fuerzas armadas.
¿El “Frente Amplio” propone un estado de bienestar capitalista para Chile, o una sociedad socialista? El Frente ¿será socialdemócrata, socialista reformista, en la perspectiva de profundizar para llegar a un socialismo democrático o será revolucionario (al estilo leninista en que se concibió la izquierda en Chile y el planeta hasta 1973 y 1990, respectivamente? ¿O nada de eso tan “pedestre” y muchas veces fracasado en la práctica?
Preocupa que parece proponerse “echarle para adelante” y después ver qué cosa somos y cómo quedamos.
Hay quienes proponen , después de variadas experiencias socialistas no plurales, que empujemos la profundización de la democracia hasta el socialismo. La democracia y el socialismo serían sociedades perfectibles (no sin retrocesos) y habría socialismo moderno y plural cuando el Estado de Bienestar democrático logre hacer prevalecer lo comunitario sobre el individualismo actual y, en lo económico, algo similar a lo que el capitalismo chileno actual ha logrado en 40 años: que el mayor porcentaje de la propiedad de la banca, de los medios de producción y de los servicios esté bajo su directo control.
¿O el “Frente Amplio” será “un frente” contra la corrupción evidente y a ojos vista que presenciamos en Chile y en casi todo el planeta? La corrupción política es un fenómeno que afecta o afectó a gobiernos de izquierda como el venezolano y el brasileño, a gobiernos de derecha y de centro como el mexicano, a gobiernos de derecha como el de Berlusconi en Italia, el del PP en España y el de Piñera, a dictaduras de extrema derecha como la de Pinochet o la de Arabia Saudita, a regímenes teocráticos como el del Vaticano, cuyo Jefe de Estado recién lo ha vuelto a denunciar. Incluso a gobiernos sucesivos de diverso tipo, como en el Perú. Y la lucha contra la corrupción deberá ser ineludiblemente nacional e internacional.
Sólo una vez acordado un cierto piso común de tesis en estas materias será posible un Programa básico, una propuesta nacional basada en ese programa y un pacto político-electoral para enfrentar las elecciones de fin de año.
De otra manera el nuevo “frente” podría ser percibido como una intentona demagógica (tipo Marcel Claude) o sencillamente centroizquierdista (una nueva Nueva Mayoría sin tachas éticas, impoluta, sin vicios ni pecados recientes y actuales, algo así como “la limpia juventud” que emerge en el sistema político actual) pero no una fuerza de izquierda, que critica de raíz al capitalismo, y que aspira a ser mayoritaria y a dirigir el país.
Es algo muy serio crear una nueva fuerza política de izquierda. Más en una evidente crisis política, marcada por la corrupción y el renacimiento de tendencias fascistas y “nacionalistas” en los niveles más altos de Occidente: EEUU, Alemania, Francia, Inglaterra.
Sectores de una izquierda verdadera -aquélla que sufrió en carne propia su desafío de construir un mundo nuevo y recibió la brutal represión- están pendientes, con esperanzas, del surgimiento de una nueva izquierda. Exigen, por tanto, más, y aportan lo que pueden en el terreno de las ideas. Estos sectores, creo, deben ocupar un lugar secundario, de retaguardia, en la nueva fuerza, y aceptar que en la cabeza estén, no sin crítica, los dirigentes nuevos, que son jóvenes pero no tanto como lo fueron Carrera, Rodríguez, Bilbao, Arcos, Miguel Enríquez o Rodrigo Ambrosio.
No basta con sumar a destacadísimas figuras nacionales que en los terrenos de la universidad, del sindicalismo, de la discusión sobre las AFP, de la izquierda del Congreso, de los movimientos sociales, pueden representarnos electoralmente. Además que es difícil sumar a quienes parecen reproducir las mismas contradicciones que se dan en la Nueva Mayoría.
La cosa es muy seria. Hay que fundarse en el estudio de todos los fracasos globales de las izquierdas, en las teorías más eficientes (no las más hermosas), en las nuevas ideas del ideario reformista a concho, en la decisión de conquistar el cielo con los pies bien puestos sobre la tierra, y en la lucha unitaria y consecuente de todos los días.
Hay figuras destacadas en lo que puede ser una amplia fuerza de izquierda. En estricto orden alfabético: Fernando Atria, Gabriel Boric, Giorgio Jackson, Gonzalo Martner, Alberto Mayol, Luis Messina, Manuel Riesco.
Ah, y se me olvidaba: el Frente Amplio uruguayo surgió como una fuerza de nueva izquierda y, con todos sus problemas, se mantiene como ello y en mayoría.