Noviembre 18, 2024

El deber de inmiscuirse en los asuntos foráneos

La humanidad no sería una, ni sus derechos podrían ser proclamados o exigidos, si los países no intervinieran efectivamente en los asuntos de los otros estados. La universalidad de las ideologías y de las religiones tampoco habría sido posible si sus creadores se hubieran acotado a las fronteras artificiales entre las naciones.

 

 

Hasta la misma lucha por salvar al Planeta de una hecatombe medioambiental podría considerarse una injerencia indebida en los asuntos de los otros estados, de los que viven en otros continentes o, incluso,  al lado nuestro. Claro: tampoco podrían explicarse las constantes guerras y las incursiones de los más poderosos en los territorios de los más débiles. De la misma forma como, también, la acción de misioneros y revolucionarios más allá de sus naciones sería considerado una grave transgresión. Un atropello a la “libre determinación de los pueblos”.

Por algo existen las Naciones Unidas y su Carta Universal de los Derechos Humanos , principios que le dan fuero a este organismo multinacional para velar e intervenir por la suerte de todos los habitantes del Orbe. De no ser así, el propio Pontífice romano tendría que ser considerado un imperialista y ser confinado dentro de los pocos kilómetros cuadrados de El Vaticano. En la práctica, abogar por la NO injerencia en los asuntos de los otros países le da carta blanca a los tiranos y a sus regímenes totalitarios, así como justificaría que un gobernante tan atrabiliario como Donald Trump cierre sus fronteras y desbarate todos los acuerdos y tratados suscritos por su país con el mundo.

Particularmente interesante nos parece la  entrevista que el diputado Guillermo Teillier le acaba de conceder a El Mercurio para justificar la posición de su colectividad respecto del frustrado viaje del secretario general de la OEA y de otros varios dirigentes políticos del Continente a Cuba. Sin embargo, en ella afirma que la diferencia del  Partido Comunista con la Democracia Cristiana es que su referente político “no se mete en las cuestiones internas de los otros países…”. Sin duda una falaz declaración que contradice valores como el del “internacionalismo proletario” y hasta podría desacreditar el testimonio de un Che Guevara en Bolivia, como la de todos los que se trasladaron al África para combatir, entre otros, la discriminación racial y la hambruna. Sería una pasión inútil e intrusa la de aquellos líderes y combatientes que se enrolaron en las luchas de liberación de los pueblos oprimidos, así como hoy múltiples organizaciones de bien llegan a asistir a las víctimas de los conflictos y la intolerancia.

En relación a Cuba, Venezuela y otras naciones, ciertamente es muy legítimo adoptar distintas posiciones sobre lo que allí ocurre, así como defender o fustigar libremente a tales regímenes. De la misma forma como tantos apelamos (comunistas, sobre todo) a la acción de todo el mundo en solidaridad con la disidencia chilena durante la dictadura de Pinochet.  Demandando, incluso, el envío de armas desde el extranjero  para oponernos al propósito de Pinochet de perpetuarse en el Gobierno. O justificando, como se sabe,  hasta ese frustrado magnicidio que acometió el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, una expresión guerrillera financiada y alentada por la valiosa solidaridad del régimen de Fidel Castro. Y  que, por supuesto, los comunistas apoyaron.

En el ánimo de mantener la alianza oficialista,  resulta absurdo que se eludan las lógicas e históricas diferencias entre los que integran la coalición gobernante pactada para mantenerse en el Ejecutivo y consolidar una mayoría parlamentaria. Como parece ser el propósito de Mariana Aylwin y otros de sus camaradas falangistas empeñados en imponer la hegemonía de su partido dentro del actual gobierno. O movidos, ahora, por el deseo de establecer acuerdos electorales con sectores de la centroderecha, al tiempo de establecer alianzas solo con aquellos izquierdistas reciclados ideológicamente y que abjuren de su pasado.

Cuando ya nadie intenta desconocer que la propia Democracia Cristiana y sus principales figuras alentaron el quiebre institucional de 1973, justificando por largo tiempo las criminales acciones de una Dictadura iniciada con un brutal  bombardeo a la sede del Gobierno y que en menos de una semana abría campos de concentración, tortura y exterminio. Para horror, por supuesto, de la humanidad entera y especialmente de aquellas naciones que rompieron sus relaciones diplomáticas con nuestro país, decidiendo felizmente inmiscuirse activamente en nuestros asuntos internos. Destacando especialmente, como podemos recordar, aquellos países europeos gobernados por demócrata cristianos que no pudieron comprender ni tolerar la cómplice conducta de sus referentes chilenos.

El reconocimiento de la soberanía de cada estado, por cierto, no puede ser impedimento para que la legislación internacional y las entidades multinacionales velen y actúen para condenar y oponerle barreras efectivas a las injusticias y los atropellos que se cometen contra la dignidad de las personas y los pueblos. Sin embargo, lo que es verdaderamente inmoral e inaceptable es que en nombre de los derechos humanos supuestamente conculcados, Estados Unidos mantenga, por ejemplo,  un criminal y prolongado boicot a Cuba o defina a su entero arbitrio una lista de países proscritos. Mientras financia y asiste militarmente a los regímenes más terroristas y sanguinarios cuando éstos garantizan sus inversiones y negocios.

Muy contradictorio nos parece, asimismo, que mientras se participa en una operación política regional para arribar a Cuba, políticos como Mariana Aylwin soslayen toda palabra de repudio a la amenazas racistas y genocidas proferidas por el nuevo Presidente de los Estados Unidos. Que intente ella ingresar a este país sin contar con la visa requerida, además de proponerse enarbolar la causa democrática y republicana allá en el Caribe,  cuando aquí en Chile parece complacida con la institucionalidad legada por el Dictador y un orden económico social tan agraviante a los derechos de los trabajadores, que consagra –como se demuestra-  la discriminación de nuestras minoría étnicas y de los pobres. En vez de proponerse denunciar al mundo que, después de 27 años de posdictatura, una institución pública como el Sename torture y extermine a los niños vulnerables a su cuidado. Cuando la clase política a la que ella pertenece está infectada transversalmente por la corrupción y no pocos de sus camaradas son impugnados por recibir sobornos. Que ande preocupada de lo que sucede en Cuba, mientras calla  ante tantas las flagrantes impunidades acumuladas en Chile desde que su padre se propuso  hacer  “justicia solo en la medida de lo posible”.

Así como nos parece, también,  muy poco digno que una colectividad política -que, en efecto, nunca ha estado envuelta en cuartelazos y golpes de estado en Chile- responda con tanta cautela estas provocaciones que se le hacen desde un partido que hace tres años lo adoptó como socio político, y del cual ahora quiere desligarse. Previendo, sin duda,  el fracaso del actual gobierno y la inminente derrota electoral del oficialismo. Por ello, nos extraña la débil respuesta del Presidente del PC y la forma en que esconde su convicción del justo derecho que le asiste al gobierno cubano de impedir una provocación que, ciertamente, no encarna valores humanistas, demócratas ni cristianos. Sin considerar la gratitud que este Partido y toda la izquierda chilena le deben a un país que fuera tan solidario con el nuestro y cuya revolución deja en evidencia tantos logros para su pueblo, así como el mérito de advertirnos a cada instante de las maniobras imperialistas del gigante universal que tiene a pocas millas. 

Consideraciones que , de seguro, tuvo en cuenta nuestra Cancillería al retroceder respecto de las primeras declaraciones y acciones que hizo al momento que a la hija del ex Mandatario se le impidió subirse al avión que la llevaría a La Habana. Para descubrir la paja en los ojos ajenos, haciendo caso omiso de la viga que ternemos en los nuestros.

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