Mi padre siempre bromeaba con esa inolvidable frase cuando deseaba inocular en nuestros espíritus de adolescentes el deseo de viajar, conocer, crecer. “Más allá de ese palto se encuentra Roma”.
En realidad, si mis hermanos y yo hubiésemos mirado aquel árbol con detención de investigadores habríamos constatado que a sus espaldas se encontraba un exacto punto cardinal: el noreste (NE). Desde Santiago, viajando hacia el NE en línea recta posiblemente se llegue a Roma. Nunca lo he podido comprobar, pues no me ha sido posible viajar a la ciudad eterna, pero la geografía y la realidad señalan que sí, que es verdad… viajando hacia el NE desde Santiago se llega a Roma, lo que hace posible que el viejo adagio sea cierto, pues tal vez todos los caminos si conducen al viajero a esa ciudad.
Bellos recuerdos, aunque no puedan ser aplicados a materias políticas ya que nadie sabe –a ciencia cierta- hacia dónde llevarán a Chile, y a su pueblo, los caminos que se encuentran más allá del día domingo 19 de noviembre de este año 2017.
Muchos expertos en estas materias se atreven a asegurar que esos caminos son circulares, que regresan al punto de partida para iniciar de nuevo la misma ruta que, tarde o temprano, conducirá al exacto sitio donde todo se inició… para empezar otra vez y así, siempre así, seguir rumbeando por décadas y décadas. Quienes piensan de tal laya afirman que el neoliberalismo (una etapa del capitalismo) ha dejado de ser un simple sistema, pues ya se ha convertido en una verdadera ‘civilización’… la civilización del consumo desatado, del individualismo y de la desprolija e injusta distribución de la riqueza.
¿¨Tiene asidero esa interpretación de nuestra realidad política? Quienes la sostienen dicen contar con argumentos suficientes, y uno de ellos lo proporcionó, hace ya muchos años, Aldous Huxley al referirse irónica pero asertivamente al tipo de ‘democracia’ que imperaba entonces en el mundo occidental y que, de acuerdo a los que opinan críticamente del neoliberalismo, continúa tanto o más vigente que entonces.
“Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”.
A la opinión de Huxley ha venido a unirse un ácido comentario escrito por Francisco Rubiales en el diario electrónico “Voto en Blanco”, líneas mordaces que se refieren a la situación actual de España pero, qué va, calzan a la perfección también con lo que sucede en nuestro país, acá en el llamado ”último rincón del mundo”. Lea usted a Rubiales y juzgue (entre paréntesis hemos escrito Chile, en lugar de España):
<(Chile) es el país donde la gastronomía, la ración de fútbol casi diaria, las innumerables fiestas y las mentiras del poder, sirven para fabricar esclavos tan imbéciles que creen vivir en un paraíso cuando la verdad es que sus políticos les oprimen con impuestos insoportables, les roban, les engañan diciéndoles que su dictadura de partidos es una democracia y en el que la Justicia, la información y prácticamente toda la acción de gobierno están infectadas de corrupción, arbitrariedad y abuso.
<Pero los (chilenos), como dijo Aldous Huxley, “aman su servidumbre”.
<Cualquier otra sociedad sería incapaz de soportar tanto abuso y tanta injusticia como la (chilena). Los rumanos, con una corrupción de inferior calado, han salido a las calles y plazas hasta acorralar a su gobierno y obligarle a que retire una ley que despenalizaba algunos delitos de corrupción, mientras que en (Chile) nadie se moviliza, a pesar de que los partidos políticos se han convertido, por la acumulación de delitos y por las colas de delincuentes que esperan ser procesados, en las asociaciones más peligrosas y delictivas del país>.
En nuestro país la democracia está compuesta esencialmente por una dictadura de determinados partidos políticos agrupados en dos coaliciones hermanas que conforman una sociedad de intereses mutuos, las que al igual que en una carrera de postas se van pasando el testimonio cada cuatro años a objeto que el público vea una cara distinta de tiempo en tiempo, aunque todos los corredores pertenecen al mismo equipo. Y si el gobierno está en esas manos significa que la democracia imperante no es perfecta, como sí lo es la dictadura que la maneja.
La pregunta del título, “¿qué habrá más allá de noviembre?” tiene una respuesta clara: nada nuevo… más de lo mismo. Con otra cara y otra vestimenta, claro está, pero el revoleteo que causarán las campañas políticas ratificará la frase escrita por Giuseppe Tomassi di Lampedussa: “todo tiene que cambiar, para que todo siga igual” (“Il Gattopardo”).
No olvidemos que esa palabra, ese concepto ultra manido, “el cambio!”, fue utilizado por Sebastián Piñera el 2010. Mucha gente cayó en la azucarada batea de aquella palabreja. Piñera llegó a la presidencia y… ¿cuál fue el ‘cambio’? ¿Cambió el insoportable sistema de AFP’s, el de las Isapre, se rebajó sustancialmente la enorme brecha económica, la delincuencia se redujo hasta alcanzar cifras significativamente menores? ¿Hubo justicia y aplicación de justicia administrada como tabla rasa urbi et orbi? ¿Se terminaron las colusiones, negociados turbios, robos en descampado y expoliaciones humanas que el mega empresariado venía efectuando desde la época de la dictadura? ¿Se logró un acceso igualitario a una Educación gratuita y universal? ¿Mejoró sustantivamente la calidad de la Educación pública?
El mentado ‘cambio’ si existió, pero sólo benefició a quienes precisamente la mayoría de los electores -y el pueblo en general-, acusaban como responsables de las desigualdades.
Para el grueso de la sociedad civil no hubo ‘cambio’, sólo hubo una puerta ancha y de par en par abierta para que los especuladores financieros y los capitalistas tuviesen tránsito expedito, sin ataduras ‘legales’, y lograran ganancias pingües. No se gobernó para el país ni para su gente; se gobernó para un grupo de inversionistas criollos y extranjeros, beneficiando a 12 o 15 familias, y además, como bien se sabe hoy, poniendo en grave peligro la soberanía del país al privilegiar negocios personales, particulares, por sobre el interés nacional.
El año 2014 el testimonio de esta posta política regresó a manos de la ex Concertación, y todo lo prometido allá y acullá por la sociedad duopólica se fue deshaciendo como un puñado de sal bajo el agua. Por angas o por mangas (por culpa del actual gobierno o de la actual oposición, o de ambos), el mentado ‘cambio’ y las manidas promesas y compromisos de campaña tampoco han mostrado algo positivo para las mayorías ciudadanas.
La vida sigue igual que ayer. El mega empresariado hace y deshace a su antojo y amaño. Este es, a no dudar, un tema en sí mismo, un asunto de máxima prioridad para todo gobierno que se precie de ‘independiente’. Medios de prensa británicos como el prestigioso “The Economist”, escriben en sus páginas internacionales notas punzantes que informan una verdad que no cuenta con detractores: “los chilenos desconfían del empresariado, no lo estiman ni lo quieren”. ¿Por qué será? “The Economist” dice que ello se debe a una combinación de los casos de colusión, a la mayor desigualdad de la OCDE y a la desconexión que los ciudadanos ven entre un club de Toby empresarial y el resto de la población.
En resumen, los chilenos ven y saben que los gobiernos del duopolio son para y por los empresarios….. no gobiernan para el país, lo hacen principalmente en beneficio del capitalista. La gente de a pie es material desechable… el capitalista es material apetecible. Así han gobernado Pinochet, Aylwin, Lagos, Frei, Bachelet y Piñera.
¿Va a cambiar ello más allá de noviembre 2017? Nos gustaría que esa fecha fuese prometedora como lo era el palto del patio de mi casa paterna, pues creíamos a pie juntillas que más allá de él estaba Roma. ¡Cómo quisiera que el domingo 19 de noviembre próximo fuese como el aquel viejo palto! ¡Cuánto agradecería yo que más allá de esa fecha estuviese el cambio, el de verdad, el que interesa a las mayorías!
Es una quimera, un sueño de verano, pues en la pista atlética de la política ya hay corredores instalados. Los primeros en ponerse las zapatillas con clavos son Piñera, Ossandón, Guillier, Kast. Enríquez-Ominami… desde el otro lado del estadio vienen acercándose, vestidos con lo necesario para la carrera, Goic, Tarud, Lavín, Walker, Larraín (el ‘maguito’), van Rysselberghe, Isabel Allende. El duopolio ofrece caras nuevas para el proyecto de siempre, el statu quo, el inmovilismo, el familisterio, el padrinaje y el compadrazgo, el amiguismo y la sociedad de intereses mutuos.
“La UDI no va a postular a ningún candidato que tenga problemas judiciales (financiamiento irregular u otro). Es un compromiso”. Ello lo aseveró y lo juró ante la prensa su propio presidente, Hernán Larraín. Hoy, el candidato natural de la derecha, Sebastián Piñera, tiene graves líos judiciales por el caso BANCARD y EXALMAR. Ya está metido en problemas judiciales. ¿Hernán Larraín y la UDI lo abandonarán? Ya verá que no. Inventarán cualquier argumento exótico para que don Sebastián siga en carrera. Ya verá, ya verá.
“En mi gobierno continuaré con la obra de Michelle Bachelet”, dijo a su vez don Alejandro Guillier (‘cara nueva). Bachelet continuó con la obra de Piñera, este continuó con la obra de Lagos y Frei, quienes al igual que Aylwin continuaron y consolidaron la obra de Pinochet y los “Chicago Boys”. Nada nuevo bajo el sol. La batuta de Friedman sigue dirigiendo la orquesta chilena.
El pueblo seguirá esperando encontrar el liderazgo que requiere, el programa que lo interprete y la ocasión para imponer ambos. Por ello, más allá de noviembre 2017 no nos espera nada diferente. Habrá tal vez otra cara, nuevas promesas, nuevas mentiras, pero los mismos resultados.
Que nadie se mueva a engaño ni se deje atrapar por esperanzas de cambio real. Tal vez el sistema no se haya convertido todavía en ‘civilización’, pero lo cierto es que más allá de noviembre próximo tampoco está Roma