El último libro de Michel Onfray Decadence , de 650 páginas y, además una bibliografía comentada, es un trabajo erudito y, su vez, bastante polémico.
En el concepto de civilización Onfray no aporta nada nuevo, y se asemeja mucho a la concepción de Spengler, Huntington y Toynbee en el sentido de que cada civilización corresponde a una espiritualidad y religión en particular; tampoco se diferencia de estos autores me
ncionados en cuanto que cada civilización tiene un nacimiento, un culmen y una decadencia y la muerte. Basta, como lo dice el autor, ver las pirámides de Egipto, por ejemplo, o del Partenón, para constatar que muchas civilizaciones han muerto – sólo quedan las ruinas para solaz y admiración de los turistas – y, como los seres humanos, ninguna civilización es eterna y la actual, que Onfray llama judeo-cristiana, inevitablemente, va a perecer.
En su Tratado de teología, Onfray las emprende contra las tres grandes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo – esta última, herejía de la segunda -. En el caso del judeo-cristianismo, el libro comienza con una caracterización de Jesús como un personaje inventado, que nunca existió, interpretación que le atrajo, como es lógico, la antipatía y rechazo de los cristianos.
Según Onfray, en el Antiguo Testamento no sólo está vaticinada la venida de un “salvador” del pueblo judío con las características de Jesús, la sola diferencia entre judíos ortodoxos y cristianos es que los segundos creen que el Salvador del mundo ya llegó y, los segundos, aún aguardan la venida del Mesías.
Posteriormente, Onfray las emprende contra los evangelios llamados sinópticos – Marcos, Lucas, Mateo y Juan – cuyo nombre se refiere a que cuentan la misma historia de la vida de Jesús, y Onfray prueba la diferencia entre ellos. Aquellos que no son sinópticos se llaman apócrifos, y no son aceptados como verdaderos por la Iglesia Católica; los más conocidos son los de Judas, Magdalena, Pedro y Tomás, redactados por los gnósticos – secta cristiana que valoriza el conocimiento y el alma por sobre el cuerpo -; el Cristo de los evangelios gnósticos es un mago que, generalmente, tiene el don de hacer milagros; uno de estos evangelios, por ejemplo, cuenta que Jesús resucitó a un pollo asado, y otros, que mataba pajaritos para resucitarlos; también que fabricaba monos de arcilla, para luego darles vida.
En el evangelio de Judas, el apóstol más importante de Jesús es el Iscariote, que debe cumplir la misión de entregarlo a los romanos para que sea crucificado y, de esta manera, se cumpla su misión.
Cristo es un personaje ficticio, por consiguiente, se le ha inventado una vida: por ejemplo, es hijo de una virgen, lo que no es ninguna novedad en la antigüedad, pues se dice que la madre del filósofo Platón también era virgen.
La figura de Jesús es la de un hombre rubio, similar a la de los occidentales, cuando debiera ser moreno, parecido a los semitas.
En uno de los Concilios de la Iglesia se discutió si se debiera mostrar la figura de Jesucristo y la de los santos o abstenerse de representar las figuras bíblicas, es decir, los iconoclastas, que luego del Concilio perdieron, ganando la opción de pintar la figura de Cristo y de los santos que, hasta hoy, adornan las iglesias. En la edad Media, por ejemplo, las figuras sagradas constituían una forma de enseñar los distintos pasajes del Evangelio a los analfabetos.
Onfray contrapone la figura de Jesucristo a la de San Pablo: la doctrina de Cristo tiene una sólida base en el amor al prójimo y de respeto a los pobres, y las mujeres juegan un papel muy importante en la vida pública de Jesús, por el contrario, a San Pablo lo pinta como un hombre histérico, que desprestigiaba a las mujeres, como hijas de Eva y gestoras del pecado original. Una de las ideas más importantes en San Pablo es afirmar que todo poder viene de Dios, y el signo paulino es la espada, es decir, la persecución de los infieles.
El triunfo de la secta cristiana y la expansión del cristianismo se debe a la conversión de Constantino y es fácil de explicar, pues los seguidores de este credo contaban con ciertos privilegios, como el no pago de impuestos y el acceso a los cargos públicos, por el contrario, los llamados paganos eran perseguidos. Según Onfray, toda religión monoteísta se impone por la fuerza.
Los padres de la Iglesia tuvieron un rol muy importante en la creación de la ortodoxia cristiana. Hay que recordar que en los comienzos del triunfo del cristianismo existían múltiples herejía: para unos, Jesucristo era el Hijo de Dios y, como tal, debiera estar supeditado al Padre; para otros, en la hostia no estaba realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo y, así, como la imitación de la pobreza de Cristo y el rechazo del poder, como lo hacían los valdenses, o bien, a pureza y el culto del desprendimiento de los bienes materiales, propio de los albigenses.
El tema de la eternidad del alma no es propiamente de origen cristiano: Sócrates y Platón lo desarrollaron largamente; la agonía en el Huerto de los Olivos es muy similar a la última conversación de Sócrates en la víspera de tomar la cicuta. Podría decirse que el cristianismo es un platonismo para los pobres, esclavos y demás personas necesitadas. Cuenta Onfray que cuando San Pablo cuenta a los griegos sobre la resurrección de Cristo, no creyeron, más bien se mofaron, aunque los helenos eran bastante abiertos a la aceptación de nuevos dioses.
En la Edad Media se inventó que el pueblo judío había asesinado a Jesucristo, y es origen de la persecución de los judíos; Onfray llega a sostener que Hitler era cristiano y protegido por el Papa Pío XII, quien nunca lo condenó a pesar de sus múltiples crímenes. En el Índice están todos los libros que la Iglesia Católica prohibía, pero falta Mi Lucha, de Hitler, libro que, según Onfray, alaba a Jesucristo en el episodio de la ira y el azote a los mercaderes del Templo; el único interés de la Iglesia, durante el papado de Pío XII, era la persecución y el ataque al comunismo y, en este plano, los nazis y los fascistas eran sus mejores aliados.
(En la próxima entrega abarcaremos el auge y decadencia de la civilización cristiana)
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)