Noviembre 16, 2024

Decadencia: el triunfo del nihilismo

Toda civilización se impone por la fuerza, según Michel Onfray: en la mal llamada Edad  Media – invento del Renacimiento para caracterizar una época oscura entre la antigüedad greco-latina y el renacimiento – el teísmo se constituyó en la ideología hegemónica, y en las universidades, por ejemplo, la teología era el centro del saber, en que todo se explica por la existencia de un Dios omnisciente y omnipotente, y el destino consiste el lograr la vida eterna en el paraíso y, durante vida evitar las tentaciones del demonio y caer en infierno.

 

 

Todo poder viene de Dios y, en consecuencia, los Papas consagran a los emperadores. Siguiendo la doctrina paulina, quien detenta el poder terrenal debe considerarse como representante de Dios en la tierra y, oponerse a este mandato constituye una herejía, que debe ser castigada con el fuego.

En la inquisición, la tortura se justifica como necesaria para salvar tratar de salvar el alma del pecador, y el cuerpo carece de todo valor, pues lo importante el alma eterna e inmortal.

En el cristianismo medieval hay tendencias contrapuestas: por un lado, la teocracia, el culto del poder absoluto – que viene de Dios – y una identificación con Jesucristo – la pobreza, el amor al prójimo, la entrega al evangelio, la relación con la naturaleza – representada por los cátaros, San Francisco de Asís y los Hermanos Franciscanos.

En el Nuevo Testamento es difícil encontrar un Cristo humano: jamás ríe a carcajadas, pues sólo sonríe, y sólo se alimenta de símbolos, como el pan y el vino, que representarían el cuerpo y la sangre – según Onfray -. Si leemos el libro, En Nombre de la Rosa, de Humberto Ecco, vemos que el principal motivo de los crímenes dentro del monasterio es el libro de Aristóteles, La risa, pues se le concibe como una expresión externa, inspirada por el demonio.

La sabiduría popular se expresa a través de las “brujas”, que son delatadas, perseguidas y condenadas a la hoguera, pues se las consideraba como enviadas del demonio.

En las catedrales góticas, las gárgolas, en gran parte imágenes de demonios, representan la rebelión artística de los artesanos ante el totalitarismo del cristianismo de la época.

Para Onfray, uno de los momentos históricos más importantes para la humanidad, junto con el descubrimiento del nuevo y los descubrimientos científicos, es el conocimiento de la obra de Tito Lucrecio Caro – gran filósofo y escritor romano que vivió entre los años 99 y 55 A. C., fecha en que se suicidó – De Rerum Natura (Sobre la naturaleza de las cosas), descubierta en 1418, en un monasterio, en Alemania. Las obras de este filósofo, que sostenía una moral  materialista, es decir, que todas las cosas están compuestas de átomos y, aun cuando no niega la existencia de los dioses, asegura que no había que temerles, pues no se preocupaban  de los cosas de los hombres. La muerte, en consecuencia, no es más que la ausencia de vida y temerle sólo puede acarrear males innecesarios, por el miedo injustificado, y lo único que importa en la vida es conservar los amigos y ser justo. Lucrecio transmitió una filosofía epicuriana, materialista e irreligiosa e, influyó, además en el filósofo francés Michel  Montaigne, autor de Ensayos, (1595) obra donde relata su visión de la vida, liberada de los dogmas autoritarios del cristianismo. Montaigne se sorprende al observar a los indígenas brasileros quienes, a pesar de las apariencias y de vivir desnudos, son muy parecidos a los hombres. Con este filósofo comienza visión del buen salvaje, que llega a su culmen con el pensamiento rousseauniano y, posteriormente en el romanticismo del siglo XIX.

El atomismo de Lucrecio abre el camino para poner en cuestión, dese el punto de vista materialista, el aporte de Platón y de Aristóteles, el dualismo entre cuerpo y alma, el primero, corruptible y, la  segunda, eterna e inmaterial.

El atomismo de Demócrito y Epicuro permitió el desarrollo de la ciencia, así como la puesta en cuestión de la concepción ortodoxa-cristiana del universo con Copérnico, con Galileo Galilei, Giordano Bruno, Newton y, más tarde, Servet. (La inquisición no sólo sometió a la hoguera a Giordano Bruno, sino que forzó a Galileo Galilei a retractarse si quería seguir con vida, quien ni siquiera pudo salvarse con la intercesión de los Medicis).

René Descartes, al plantear su teoría del conocimiento, por la cual se pone en duda todo lo sabido anteriormente, y busca verdades claras y distintas, cuya base “pienso, luego existo”, sin tocar directamente la ortodoxia católica por temor a la inquisición, pone a la razón por  sobre la teología, lo cual significó un vuelco epistemológico en el pensamiento moderno.

A partir del Renacimiento, la teología fue  reemplazada por  la filosofía y la ciencia, y en Maquiavelo la política se autonomiza de la ética cristiana. Así, al teísmo lo reemplaza el deísmo, es decir, existe un Dios, un gran relojero, que no se preocupa si el reloj se atrasa, pues Dios no se inmiscuye en los asuntos humanos.

Ya en el siglo XVIII, Lisboa fue arrasada por un terremoto, que diezmó a la mitad de la población, y Dios no intervino para salvar a los hombres, pues son independientes.

Los teístas siempre han creído que la peste o bien, las grandes catástrofes, son un castigo de Dios – como lo predicaba el sacerdote en los sermones, en la obra La Peste, de Albert Camus -.

Onfray fue siempre crítico de los jacobinos y los emparenta con las  experiencias totalitarias posteriores, especialmente, con el bolchevismo  y, su consecuencia,  estalinismo. Su admiración por los girondinos y su rechazo a Robespierre y sus seguidores ha dado lugar a muchas polémicas, pues uno de los mejores historiadores franceses actuales, Albert Soboul, autor de obras tan importantes como La revolución francesa, El Proceso de Louis XVI y los Sans culottes, entre otras,  es admirador de Robespierre y la época del terror, representándola como un avance revolucionario.

Para Onfray, la época actual se caracteriza por la decadencia de la civilización judeo-cristiana y el predominio del nihilismo. Con razón, sostiene que nadie  daría su vida por salvar la civilización actual, que está condenada a morir inexorablemente. Nadie se jugaría su vida por el Aifon o por conservar el “becerro de oro”. Como el Titanic en su naufragio, la civilización está condenada a hundirse para dar paso a una nueva, que aún no podemos precisar.

La visión de la decadencia, Onfray, aun cuando lo intente, no se diferencia mucho de los decadentistas de derecha, y su defensa es que se define como “ni optimista, ni pesimista, sino, simplemente, trágico y, de acuerdo con la frase de B. Spinoza, “ni llora, ni ríe, sino que comprende”.

Onfray ha sido muy criticado por la izquierda ortodoxa y también por los cristianos, pues sus postulados son bastante categóricos: los primeros, por admirar a los girondinos y rechazar el socialismo real y, en el segundo caso, por sostener que Jesús es un personaje ficticio.

Uno de sus últimos libros forma parte de una trilogía: el primero volumen,  Cosmos, trata de la relación con la naturaleza y de las enseñanzas de su padre, obrero agrícola; el segundo, Decadencia, objeto de nuestro estudio, y el tercero, que aún está en etapa de redacción, Sagesse, que se refiere a vivir lo más posible, en esta época de decadencia, es decir, actual como en la orquesta del Titanic.

Exponer las ideas de un pensador no significa estar  de acuerdo en todo con él, pues se puede rescatar, por ejemplo, algunas buenas ideas de Marx sin estar de acuerdo con la dictadura del proletariado; se puede apreciar el amor de Robespierre por el pueblo sin estar  de acuerdo con el terror; se puede admirar el valor en la lucha del Che Guevara, sin estar de acuerdo con el paredón; se puede estar de acuerdo con la opinión popular, pero no estar de acuerdo cuando la mayoría de los ciudadanos son partidarios de la pena de muerte, pues a  veces hay que tener el valor de ser enemigo del pueblo; se puede ser de izquierda, sin comulgar con el totalitarismo estalinista; se puede ser de izquierda y rechazar el socialismo liberal; se puede ser creyente y rechazar el poder de la jerarquía, que se puede convertir en autoritarismo; se puede criticar la democracia formal  raptada por los bancos, y no por ello ser populista.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

19/02/2017                                

 

 

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