Cuando me desempeñaba como profesor, en el Instituto de Historia de la Universidad Católica de Valparaíso, en plena época de la Unidad Popular, en los claustros plenos se desarrollaban verdaderas batallas ideológicas: el combate era tan de vida o muerte que lo ganaban los derechistas o nosotros; aún recuerdo la frase desesperada “el burgués siempre es el otro”, del poeta Godofredo Iommi, quien le había quitado al gran poeta Vicente Huidobro su mujer, Ximena Amunátegui. Esta frase retrata el gran drama del fanático, que es la falta de empatía hacía sus semejantes, pues no puede entender que alguien piense distinto a él, que tenga otro color de la piel distinto al suyo, que pertenezca a otra cultura, en la mayoría de las veces muy superior, que sea pobre.
Chile ha sido construido con el aporte de distintas nacionalidades: en el siglo XIX, con el aporte de los alemanes que colonizaron el sur de Chile, traídos por Vicente Pérez Rosales, que transformaron la región de Los Lagos en una pequeña Baviera; en el norte y en Magallanes, los inmigrantes croatas que, hasta hoy, han contribuido a poblar y colaborar en el desarrollo y crecimiento de áreas extremas del país; los ingleses, verdaderos piratas, poblaron la IV Región y Valparaíso – esta última ciudad, prácticamente un emporio del imperio británico -; los chinos, que formaron parte de la clase obrera en la explotación de las salitreras, ahora siguen aumentando en número debido al éxito culinario y otras habilidades en los negocios de exportación e importación; los italianos, famosos como almaceneros, negocio muy fructífero en un país de comerciante; habría que sumar a los franceses, cuya cultura tanto admiramos desde el siglo XIX y comienzos del XX.
Chile se caracterizó por la acogida y verdadero “refugio contra la opresión”, con la llegada del Winnipeg a Valparaíso, que traía a los refugiados españoles republicanos, que venían huyendo de la dictadura de Francisco Franco. Cuando se impuso en Brasil la dictadura militar, que derrocó al gobierno constitucional de Joao Goulart, muchos demócratas encontraron asilo en Chile, donde fueron recibidos generosamente. También ha sido una tierra de asilo para muchos líderes políticos del continente sudamericano. (Recuerdo que la primera vez que oí hablar de brutales torturas contra un opositor a la dictadura fue por boca de una refugiada brasilera, y me costaba creer que un ser humano pudiese atreverse a convertirse en verdugo de sus semejantes).
En el siglo XIX quisimos imitar a franceses, ingleses y alemanes, y nuestros “valientes soldados” aún hoy visten como los nazis y marchan como ellos, el paso de ganso al ritmo de Lily Marleen, marcha predilecta del dictador Augusto Pinochet. Después pasamos a imitar a los norteamericanos al construir una sociedad individualista y neoliberal convirtiendo, incluso, “la educación en un bien de consumo” y la salud, que se sólo la alcanzan los tienen dinero.
El racismo se ha expresado, en primer lugar, en el desprecio a los bolivianos y a peruanos: la guerra del salitre no fue solamente motivada por intereses económicos, sino también en la visión de una “guerra civilizadora”; la Prensa chilena mostraba que el Perú era un país degenerado y de una cultura “afeminada”, que debiera ser dominada por la clase masculina chilena, que contaba con las virtudes de un país espartano; en cuanto a los bolivianos, como unos “cholos” ignorantes y primitivos, fácilmente dominables.
En nuestro mismo territorio, esta guerra civilizadora se dirigió al exterminio del pueblo mapuche, por medio de la llamada “Pacificación de la Araucanía”, que no fue otra cosa que el aprovechamiento del triunfo de la guerra del salitre para extender el territorio que, por derecho, pertenecía al pueblo mapuche, por medio de una guerra de aniquilación, que fue un verdadero genocidio. Baste leer las obras del argentino Domingo Faustino Sarmiento y del chileno Benjamín Vicuña Mackenna para comprender hasta qué punto los criollos despreciaron a los primeros habitantes de ambos países. La obra civilizadora, interpretada por los intelectuales liberales del siglo XIX, se puede resumir en la frase de Sarmiento “civilización o barbarie”. La masacre de “los cabecitas negras”, llevada a cabo por Bartolomé Mitre, en Argentina, fue tan brutal e inhumana como la de Cornelio Saavedra, en Chile.
En nacionalismo es el producto más acabado de la ignorancia y de la falta empatía con el prójimo. En el Chile del siglo XIX se desarrolló un movimiento nacionalista, cuyo principal representante fue Nicolás Palacios, su obra principal lleva el sugestivo título de La raza chilena, donde culpaba de todos los males del país a la inmigración latina – españoles, italianos, portugueses, franceses… – y en cambio era admirador y partidario de la inmigración germana; sostenía la peregrina teoría de que el “roto” chileno era una mezcla de los arios godos con los mapuches, es decir, los chilenos eran “rubios y esbeltos”. En favor de Palacios hay que decir que admiró al roto chileno pampino cuando fue médico de las salitreras, y de los primeros en denunciar valientemente la Matanza de Santa María de Iquique, en un diario católico, llamado El chileno, que se le motejaba como el diario de las cocineras, pues contenía narraciones novelescas y cebolleras por cada entrega semanal.
Francisco Encina, en su Historia de Chile, no ha hecho nada mejor que plagiar a Nicolás Palacios, y junto a Alberto Edwards Vives fundó un partido nacionalista. Basta leer a Palacios para comprender el contenido de las obras de Edwards y Encina.
Más inaceptable es el clasismo y racismo chileno cuando la mayoría de los demócratas de nuestro país fueron recibidos con los brazos abiertos en las distintas naciones del mundo, cuando fuimos expulsados por una de las más sangrientas dictaduras de América Latina, solamente homologable a la de Argentina. Los que sufrimos el exilio por pensar distinto no podemos sino simpatizar con todos los desterrados, sean cual sea su ideología, raza, credo u origen social.
Las opiniones vertidas recientemente por varios personeros de la derecha entre ellos los dos candidatos presidenciales Sebastián Piñera y Manuel José Ossandón, no sólo hay un marcado racismo, sino también un clasismo muy propio de nuestra plutocracia, que siempre ha admirado y rendido pleitesía a germanófilos, anglófonos y francófonos – en distintos momentos de nuestra historia. No debemos olvidar que los alemanes en Chile, como también parte de la derecha, que apoyaba a Gustavo Ross Santamaría, fueron partidarios de Adolf Hitler.
So pretexto de regular la inmigración a Chile, se trata copiar las ideas de Donald Trump, en el sentido de detener la entrada de los “ilegales” expulsando a los extranjeros que tengan un prontuario policial o bien, hayan cometido algún delito. Está claro que la medida propuesta por la derecha va dirigida, fundamentalmente, a los haitianos, por el solo hecho de su color de piel y, ahora, a los colombianos, so pretexto de importar la delincuencia a Chile.
Nada más brutal y discriminatorio, clasista y racista que las propuestas del candidato a la presidencia de la república J.M. Ossandón y de la diputada Clemira Pacheco, del partido Unión Demócrata Independiente (UDI), por Antofagasta, sumado a la de Sebastián Piñera y de otros cuantos xenófobos trogloditas.
Afortunadamente, hasta el mismo Presidente de la Corte Suprema ha declarado inconstitucional la expulsión de extranjeros, que se suma a la valiente denuncia del Padre Felipe Berríos S.J., que desarrolla su labor de apostolado en medio de campamentos de inmigrantes, en Antofagasta.
El aporte de los inmigrantes a Chile ha sido invaluable: baste recordar que los apellidos bancosos, que reemplazaron a los vinosos, son de origen extranjero, y que en Chile aún carecemos de muchos especialistas, especialmente en el área de la salud que, perfectamente, podrían venir de Colombia, Ecuador, Cuba y de otros países.
Olvidamos fácilmente que Haití fue la primera nación de América Latina en liberarse de la esclavitud y que derrotaron, en 1804, al poderoso ejército napoleónico. Los haitianos son un pueblo de artistas geniales, cuyo aporte a las artes plásticas chilenas puede constituir un aporte invaluable a las artes visuales chilenas. Poco o nada hemos hecho para acoger correctamente la inmigración de los países caribeños.
El desprecio por parte de los xenófobos de las culturas extranjeras es siempre una ignorancia supina.
Bibliografía
Nicolás Palacios La Raza Chilena
Francisco A Encina Historia de Chile Nacimento
Alberto Edwards La fronda Aristocrática
Carmen Mc Evoy Guerreros Civilizadores Política, Sociedad y Cultura Durante la guerra del Pacifico
UDP ediciones 2011
Herman Arthur
La idea de decadencia en la historia occidental
Andrés Bello 1998
Inmigrantes por país
Perú |
354 mil |
Argentina |
157 mil |
Bolivia |
153 mil |
Colombia |
131 mil |
España |
70 mil |
Italia |
52 mil |
Haití |
50 mil |
Ecuador |
49 mil |
China |
20 mil |
Venezuela |
19 mil |
Reino Unido |
18 mil |
Estados Unidos |
15 mil |
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
9 2/2017