Noviembre 15, 2024

Donald Trump y la Segunda Independencia de América Latina

El sábado 15 de octubre del año pasado, en una reunión de camaradería con colegas periodistas, se formó un pequeño grupo en el que surgió el tema de la próxima elección en los Estados Unidos. Personalmente manifesté mi preferencia por la candidatura de Donald Trump  junto con la sensación que ganaría la elección. Argumenté que pensaba que si Trump cumplía, aunque fuera en parte sus propuestas de campaña, esto sería bueno para América Latina.

 

 

A los pocos días, se publica en este mismo medio, una columna  de excelente factura analítica de Fernando Duque, en la que, especialmente en su segunda parte, describe  algunos elementos de las propuestas de Trump que podrían afectar positivamente el desarrollo político de los países de América Latina. De ahí en adelante ha escrito dos o tres columnas sobre las políticas que llevaría adelante el actual presidente de Estados Unidos, desarrollando algunas hipótesis que no dejan de ser interesantes.

Volviendo a la conversación a la que hacía referencia anteriormente, al  ver la cara de asombro de algunos de mis interlocutores, expresé que tomaran en cuenta que el contrincante de Donald Trump no era Bernie Sanders, sino Hillary Clinton, quien, al igual que varios sociólogos y filósofos europeos, personalmente pensaba que era peor que el magnate norteamericano.

En lo que concierne a América Latina, las decisiones de las políticas que ya ha empezado a implementar y que más afectarían a los países de nuestra América, son la construcción del muro en su frontera sur, y el fin de los tratados multilaterales (como el TPP), además de obligar (so pena de gravar con altos impuestos) a la industria automotriz (especialmente de México) a fabricar en ese país, los automóviles que exporta a Estados Unidos.

A todas luces, el país más afectado a corto, mediano y largo plazo, será México, especialmente con la construcción del muro y la deportación de miles de sus connacionales, toda vez que es la nación con mayor número de  indocumentados  que residen en la Unión Americana. Sin embargo, en este punto hay que hacer una salvedad: el muro anti “espaldas mojadas” ha existido desde hace mucho tiempo, sólo que no tiene la estructura física que se pretende construir ahora. Ese muro sicológico-ideológico ha servido para que se formara a su alrededor, una verdadera industria paralela (mafiosa) en que los “coyotes” han venido haciendo un extraordinario negocio al cobrar grandes sumas de dinero para “ayudar” a cruzar la frontera. Esto con grave riesgo para la vida misma de los  “indocumentados” como ha sucedido en numerosas ocasiones.

Ahora bien, los mexicanos y los latinos en general, que una vez en suelo norteamericano logran obtener un trabajo, siguen siendo ciudadanos de segunda categoría. ¿Recuerda, estimado lector, la frasecita que espetó Vicente Fox, en aquel entonces presidente de México, que sacó roncha en la comunidad afroamericana en Estado Unidos?: “Los mexicanos están haciendo trabajos que ni los negros quieren hacer”.    

Por otra parte, no debemos olvidar  que con motivo de la despedida de Barak Obama, se han efectuado balances en que se reconoce que ha sido el presidente que más indocumentados ha deportado, sin hacer aspaviento de su “gran logro”.

Pero ¿Cuál ha sido la responsabilidad de los gobernantes de nuestros propios países para que esta situación se venga produciendo desde hace ya un largo tiempo?  Si bien esto afecta a toda América Latina, es desde México y  Centro América desde donde  emigran más personas hacia los Estados Unidos en busca de oportunidades que en sus países no han podido encontrar. Y aunque me cuesta mucho hacer un análisis más o menos imparcial sobre México, un gran país, solidario sin límites (viví 16 años en ese bello país al llegar como exiliado político junto  a otros miles de chilenos, después del golpe cívico-militar contra el gobierno de Salvador Allende, y mis dos hijas son mexicanas de nacimiento), debo reconocer que los gobiernos, a partir de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, se fueron degradando a un nivel  inimaginable: ¿con qué autoridad moral puede Enrique Peña Nieto, exigir respeto para con sus compatriotas al presidente de los Estados Unidos, si él mismo ha sido incapaz de realizar un gobierno que le dé dignidad a su propio pueblo con múltiples asesinatos sin aclarar? ¿Qué podemos decir  de Felipe Calderón, cuyo gobierno tiene el triste récord de más de 100.000 desaparecidos?

Algunos analistas mexicanos han explicado que es hora de que México empiece a mirar hacia el sur. Pienso que eso es lo más correcto, pero creo que debiera empezar por mirarse a sí mismo, al igual que todos los países de la Patria Grande, pero sin dejar de mirar a su alrededor. 

En un artículo anterior explicaba que la palabra “crisis” significaba momento decisivo en un asunto de importancia: Crisis, lat. crisis.  Tom. del gr. krisis  ‘decisión’, deriv. de krino  ‘yo decido, separo, juzgo’. (*)  

Entonces, si debido a la asunción de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos y por las medidas que toma y tomará, nos enfrentamos a una crisis de proporciones, pienso que no podríamos estar en mejores momentos para tomar una de las decisiones más importantes que deberíamos haber tomado como pueblos de nuestra América: iniciar las acciones que nos conduzcan a una Segunda (verdadera) Independencia, conformando de una buena vez el sueño de Bolívar, San Martín, Martí y tantos otros: la construcción de la Patria Grande. Pero esta tarea no se la podemos dejar a nuestros gobernantes ineptos y corruptos. Ésta es tarea de los pueblos de la América mestiza toda.

La integración de América Latina es posible (en estos momentos se realiza la Quinta Cumbre de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC), cuya producción podría ser autosuficiente para abastecer a todo el subcontinente. Nuestros grandes empresarios, siempre tan preocupados de que lleguen nuevas inversiones, podrían empezar por dar el ejemplo e invertir en sus propios países y no enviar sus enormes utilidades a los paraísos fiscales. Es hora de que los pueblos debamos demandárselo y exigírselo, lo mismo que a nuestros gobernantes.  

No deja de ser curioso que sea el propio presidente del imperio, quien, a través de sus propias decisiones, nos convoque a tan digna y maravillosa obra.

(*) Joan Corominas, Diccionario etimológico de la lengua castellana, Grados, Madrid, 1976. 

    

 

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