La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca muy probablemente será uno de los eventos más relevantes no sólo del año, sino que marcará el comienzo de un nuevo ciclo que se extenderá, por lo menos, más allá de esta década. Un periodo del cual ya tenemos algunos adelantos, como un agitado clima político en Estados Unidos y, en aquello que a los latinoamericanos nos compete, también al sur del Río Grande.
Desde el martes 8 de noviembre la confirmación de las declaraciones de campaña de Trump sobre la migración, con la construcción del muro incluida, y sus políticas para atenuar los efectos de la globalización en la pérdida de empleos estadounidenses, han generado una cadena de temores al sur de la frontera, que invocan y perfilan un escenario de profunda inquietud. México, por su historia, su cercanía y su dependencia de Estados Unidos, es en nuestro continente dique y caja de resonancia de las grandes decisiones del país del norte. Si la globalización y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte condujo a este país a una situación de virtual Estado fallido, con un deterioro económico y social sin precedentes, las expectativas tras el triunfo de Trump no sólo no alteran la caída, sino que la aceleran. Con sólo unas pocas palabras y tweetsreferidos al país azteca, el magnate inmobiliario ha logrado doblegar aún más una economía de por sí inestable.
La llegada de Trump a la Casa Blanca ha sido un evento singular. Manifestaciones, informaciones falsas que circulan por medios de comunicación y redes sociales, las denuncias de intervención electoral del gobierno ruso, expresan un clima de confrontación que quiebra la tradicional transición pacífica de una administración a otra. El establish-ment, que controla las grandes finanzas y el statu quo económico y político que conocemos, ha perdido la compostura ante las propuestas del nuevo mandatario de dar un giro radical al proceso de globalización. En este proceso de transición el presidente saliente ha sido levantado por los grandes medios -como CNN- como representación de la pacificación, la inclusión social, la tolerancia y los valores de la democracia ante la intolerancia, la discriminación, el racismo y el germen del fascismo en Trump.
EL NEOFASCISMO
Este aparente quiebre en los valores de la democracia estadounidense tiene todos los ingredientes de una buena campaña comunicacional. Pocos días antes del cambio de mando, William I. Robinson, profesor de sociología de la Universidad de California en Santa Bárbara, escribía que si bien Trump levanta un discurso que tiene no pocos elementos fascistoides, éstos ya están presentes desde hace tiempo en la sociedad civil y el sistema político estadounidense. “Las semillas de un fascismo del siglo XXI fueron plantadas, fertilizadas y regadas por el gobierno del presidente que deja el cargo, Barack Obama, y por la elite liberal en bancarrota que es representada por la Presidencia de éste”.
Obama recibió el gobierno de manos de George W. Bush en plena debacle financiera y abiertas confrontaciones en Oriente Medio. Y su respuesta fue la reparación a favor de las elites financieras del sistema económico y la consolidación de la belicista política exterior. Su función fue un reforzamiento de la globalización neoliberal y la realización de una gramsciana “revolución pasiva”, según Robinson, para atenuar el malestar interno de los grupos desfavorecidos por una globalización cada vez más concentradora de la riqueza. Esta elite favorecida financió las campañas de Obama y la de Hillary Clinton. Son los ganadores de la globalización y harán todo lo que esté a su alcance por conservar el poder, desde informaciones falsas, financiamiento de activistas a la peligrosa campaña que involucra a otra potencia nuclear en el hackeo de información política y electoral.
El giro a la derecha extrema, impulsado por los perdedores, es un efecto directo y natural del despojo permanente a las clases trabajadoras, que han perdido su históricamente alto poder adquisitivo. Por tanto, se puede decir que hay una linealidad entre las políticas demócratas o socialdemócratas neoliberales y falsamente inclusivas y tolerantes con el discurso extremo racista e intolerante de Trump. Como afirma Robinson recordando cómo el Partido Demócrata bajó a Bernie Sanders por izquierdista, la elite liberal alimentó el giro hacia la extrema derecha al anular una respuesta izquierdista ante la crisis.
A partir de aquí las contradicciones están en el aire y son evidentes. La campaña de Trump prometió desde la extrema derecha la nivelación salarial y la recuperación de los históricos estándares de vida, a la vez de tensionar a la sociedad civil elevando y amplificando los odiosos fantasmas del racismo. En otro artículo, publicado en la edición digital de El Clarín, el cientista político Fernando Duque afirma que si Trump no cumple con sus promesas de mejorar la distribución del ingreso y la riqueza en Estados Unidos, entonces las posibilidades de una guerra de clases aumentará exponencialmente. “El sueño norteamericano así se transformará en una horrible pesadilla y la Unión terminará en una catastrófica desintegración. En otras palabras, un proceso similar al que hoy día ya está ocurriendo con la desintegración de la Unión Europea. De esta forma el capitalismo salvaje iniciado a fines de los años 70 del siglo XX habrá llegado a su catastrófico final. Los sueños de Marx delineados a mediados del siglo XIX por fin se harán una realidad”.
LA ESCENA GLOBAL
EN PUNTO DE QUIEBRE
Si así se proyecta la escena interna, la global es más inquietante. Una serie de artículos y columnas publicadas la semana pasada en The Nation, la antigua revista de Izquierda estadounidense que apoyó el año pasado la candidatura de Bernie Sanders, auguran cambios en política exterior que tensionarán aún más el panorama global. No necesariamente por la injerencia de Estados Unidos en zonas y países, algo que no se cuestiona desde esta mirada pero tampoco se descarta, sino por la falta de conocimientos y de preparación de los asesores de Trump. The Nation cita la comparecencia ante el Senado de Rex Tillerson, ex CEO de la Exxon, como nuevo secretario de Estado, que no tuvo respuesta ante las preguntas sobre las violaciones a los derechos humanos del presidente de Filipinas Rodrigo Duterte. La revista se pregunta si Tillerson no contestó por desinterés y falta de compromiso con los derechos humanos en el mundo o por simple ignorancia. Nosotros, desde aquí, podemos añadir que cada vez que el Departamento de Estado se ha preocupado por los derechos humanos ha preparado también su intervención militar.
En la misma revista, otro articulista tampoco lograba evaluar en toda su magnitud el comportamiento de Tillerson. Cuando el senador por New Jersey Robert Menendez le preguntó sobre las prioridades que tenía Rusia en la política exterior, el ex ejecutivo de la Exxon le respondió que todavía no hablaba sobre Rusia con el presidente. Este desinterés con la otra gran potencia atómica nos lleva inmediatamente al tema nuclear, a Oriente Medio e Irán. Durante enero se han sucedido no pocas declaraciones de asesores de Trump que desconocen el acuerdo nuclear, discurso, por cierto, coherente con parte de la campaña electoral del magnate, en el que trató a ese convenio de “desastroso”.
Si por estas latitudes las señales de política exterior son inquietantes, en Asia no son mejores. Trump se ha metido directamente con Beijing obteniendo de parte del gobierno chino ásperas respuestas. El fin de semana antes del cambio de mando el diario estatal chino Global Times contestaba declaraciones previas de Tillerson respecto al complejo escenario geopolítico del Mar de China. El nuevo secretario de Estado en una audiencia ante el Senado había dicho que “vamos a tener que mandar a China una señal clara de que, primero, se acabó la construcción de islas, y, segundo, tampoco se va a permitir su acceso a éstas”. Ante estas palabras, los chinos fueron directos: “Estados Unidos tendría que librar una guerra para bloquear el acceso a las islas del Mar de China meridional”. Horas más tarde el mismo Trump, en declaraciones al Wall Street Journal, confirmaba que su gobierno reconocerá a Taiwán como república independiente y añadía más pólvora a la caliente zona.
EL GIRO ECONOMICO
El escenario económico es, posiblemente, el más adelantado, cuyos primeros efectos ya los sufre México. Sin considerar las políticas antimigratorias, que podrían generar una caída brutal en las remesas que reciben en México los familiares de los migrantes, las amenazas a las grandes corporaciones automotrices si continúan fabricando en México han generado todo tipo de desequilibrios en la economía azteca. Para cumplir sus políticas de creación de empleos, Trump busca sacar a los armadores de vehículos de México y trasladarlos a Estados Unidos. De lo contrario, subirá los aranceles, declaraciones que ya han tenido efectos en Ford y Fiat-Chrysler, que suspendieron la construcción de nuevas plantas al sur de la frontera.
Estamos ante un claro giro en el proceso de liberalización de mercados. La globalización mercantil ha sufrido un quiebre ante evidentes medidas proteccionistas. Ello también quedó más que claro durante la campaña con la suspensión del TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica), proyecto de las grandes corporaciones globalizadoras amparado sin éxito por el ex presidente Obama. Este giro muy probablemente también quedará reforzado con la intención de la administración Trump de revisar el tratado con México y Canadá.
Son pocas y aún muy confusas las interpretaciones y proyecciones respecto al futuro de la economía estadounidense, regional y global. Pero lo cierto es que estamos ante el inicio de una profunda transformación del capitalismo, aun cuando sin certeza alguna sobre cuáles serán sus derroteros. Hay numerosas especulaciones sobre la fortaleza del dólar, la real capacidad de crear nuevos empleos, el efecto que tendrá el proteccionismo en la economía estadounidense (se estima que los aranceles podrían subir un veinte por ciento en promedio) y en la inflación.
LA INCERTIDUMBRE CHILENA
Durante su campaña Trump ha dicho que revisará los acuerdos comerciales con otros países y zonas. Y no es descartable que pueda revisar el TLC con Chile firmado en 2003, aun cuando en este caso no tiene relación con manufacturas que compitan con mano de obra estadounidense. Chile exporta aproximadamente unos diez mil millones de dólares anuales, principalmente materias primas pero también otros productos de mediana elaboración, como vinos. En este monto, Estados Unidos es el segundo socio comercial chileno tras China. Pero si observamos el comportamiento del TLC, durante los primeros diez años el tratado elevó las exportaciones chilenas casi un 300 por ciento. Ante estos volúmenes, sin duda una revisión del TLC en favor de Estados Unidos tendrá un fuerte impacto en la economía nacional, inquietud que ya se hizo sentir entre los exportadores tras la suspensión de la proyectada planta de Ford en México.
Otro aspecto que podría verse afectado está en el terreno de las inversiones. Estados Unidos es el primer inversionista extranjero en Chile, con aproximadamente 25 mil millones de dólares. Si la política de Trump surte el efecto buscado, en cuanto atraer hacia territorio estadounidense los capitales repartidos por el mundo, tendríamos por estas latitudes alguna consecuencia, si bien no directa gracias a la diversidad de los inversionistas, pero sí sensible.
La política de control de migrantes y la deportación de indocumentados podría tener un fuerte impacto en toda la región. Junto al empobrecimiento de México debido a su dependencia del mercado estadounidense pero también a la caída de las remesas que les llegan directamente a las familias, puede abrirse un proceso de repatriación con consecuencias sociales devastadoras. Si éste es el caso, las migraciones buscarán otros canales, entre los cuales Chile, como ya se observa, será uno de los destinos más probables.
En noviembre pasado el cientista político Fernando Duque, que ha vivido más de cuarenta años en Estados Unidos, escribió un ensayo, publicado en elclarín.cl, sobre este fenómeno. Hoy, cuando Trump ya ha confirmado que una de sus primeras medidas será construir el muro en la frontera con México, las predicciones de Duque parecen aún más acertadas. “Es necesario recordar que la emigración popular ha sido la gran válvula de escape que ha permitido a las corruptas elites latinoamericanas mandar millones de sus ciudadanos pobres a trabajar y vivir en Estados Unidos. El funcionamiento de esta sofisticada válvula de escape, es una de las causas importantes por las cuales la revolución latinoamericana se ha estancado y ha empezado a retroceder desde mediados de la segunda década del siglo XXI”.
Por otro lado, si Trump es electo presidente, y cumple con su programa político, ya no habrá asistencia económica de Estados Unidos hacia América Latina, ni tampoco habrá apoyo económico del Banco Mundial, el FMI y la Organización de Naciones Unidas para aminorar y reducir la gravísima crisis latinoamericana que ya se ha empezado a sufrir debido a la caída de los precios de las materias primas de la región, afirmaba el cientista político.
Por último, en medio de este escenario, si no catastrófico sí altamente complejo, un mensaje de esperanza revolucionaria: “Si las vacas flacas depresivas duran siete o más años en América Latina, y con la válvula de escape sólidamente tapada, la tensión revolucionaria sería enorme. La gran mayoría de la población caería en la pobreza y esta situación crearía las condiciones objetivas y suficientes para continuar con la marcha revolucionaria iniciada en Cuba en 1959”.
PAUL WALDER
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 869, 20 de enero 2017.