A un año del término del actual gobierno de Michelle Bachelet, el oficialismo ya tiene prácticamente definidos sus precandidatos presidenciales. La ansiedad demostrada por todos éstos es muy expresiva de una política ensimismada, con escasa preocupación por la suerte de su país, concentrada desmedidamente en las actividades electorales o la carrera política de las ambiciosas cúpulas partidistas.
Lo increíble es la ilusión que mantienen algunos personajes de la alianza gobiernista de permanecer en La Moneda, después de su desprestigio general y los bajísimos índices de aprobación que marcan en las encuestas tanto el oficialismo, sus dirigentes, como colectividades. Salvo que ya no les importe que las cifras de abstención sigan pronunciándose o tengan una confianza extrema en cuanto a que la propaganda electoral y el dinero que recaudan desde las grandes empresas van a volver a determinar la elección de nuestras autoridades. Desde luego, ya se ha hecho evidente cómo el gran periódico empresarial y casi todos los canales de la televisión manifiestan un indisimulado apoyo a la candidatura de Ricardo Lagos Escobar. Mucho más interesados, curiosamente, en el triunfo de éste que en las posibilidades de un Sebastián Piñera, de quien debiéramos suponer mayor afinidad con los intereses de los más poderosos del país.
Al parecer, estos candidatos no le temen a esa máxima evangélica que nos llama a conocer y evaluar al prójimo en relación a sus obras más que por sus promesas o declaraciones. Cuestión que tendría que hacernos meditar mucho ante decisiones tan importantes como la de elegir a quienes gobiernen el país, instándonos a evaluar la trayectoria y asociación de los candidatos con las certeras o desafortunadas decisiones de la política.
De esta forma, en mayor o menor grado, todos los precandidatos que aludimos han efectuado un innegable agravio a la confianza que el pueblo les ha depositado por tanto tiempo y que hoy se vierte en su descontento y repudio a la forma en que eludieron las reformas prometidas e hicieron de sus gobiernos un verdadero botín. En primer término, aquellos candidatos que ya cumplieron una larga faena como presidentes de la república, ministros y parlamentarios. Que ocuparon cargos en que han contribuido a nuestra más que deteriorada economía, a la desigualdad social como al encrispamiento nacional con descalabros tan monumentales como el Transantiago y, ahora, la ya abortada reforma educacional. Que defendieron el criminal despropósito de un sistema de pensiones que lucra escandalosamente con los ahorros de los trabajadores; que alentaron a los codiciosos inversionistas extranjeros para que terminaran enseñoreados en nuestros yacimientos y reservas naturales más estratégicas. Cuando, además, les garantizaran la impunidad a los militares, le mantuvieran sus privilegios, rescataran a Pinochet de un juicio internacional y hasta le construyeran cárceles de lujo a los terroristas de estado.
Varias décadas de ejercicio gubernamental y parlamentario en que, como hoy se descubre, muchos de estos “representantes del pueblo” se hicieron expertos en defraudar al Fisco, otorgarse sueldos abusivos y alentar el transversal cohecho. Toda una corrupción generalizada que todos los días abre nuevas aristas en las fiscalías y los Tribunales: desde aquel MOP Gate, del gobierno de Lagos, al Caso Caval, de la actual administración.
Reconociendo la adhesión concitada por la candidatura de un Alejandro Guillier, se ve que con los días y semanas que transcurren de su empeño electoral cada vez se le hace más difícil deslindarse de los fracasos de los cinco gobiernos de su conglomerado político. Forzado, además, a rendirse nuevamente a aquella infausta “política de los acuerdos” con la Derecha, con lo que francamente augura que su eventual gobierno suyo sería indefectiblemente más de los mismo… Esta vez en la connivencia del llamado duopolio político, la continuidad de la Constitución heredada de la Dictadura y el modelo económico y social neoliberal que mantiene encantados a todos sus referentes. Con el agravante que ahora ni el electo Donald Trump está resuelto a mantener los tratados firmados por la primera potencia mundial con nuestros países. Un Alejandro Guillier que ha logrado dejar en el ridículo a sus añosos contrincantes del oficialismo, pero que no parece resuelto a demarcarse un centímetro de lo que le imponen sus apoderados. Es decir, un partido político dispuesto a privilegiar las buenas relaciones con sus aliados antes que encapricharse por imponer a un candidato que, además, se resiste a militar en sus filas.
En la parafernalia PPD del fin de semana para proclamar a Lagos observamos un discurso del Expresidente que bien pudiera convertirse en un ícono de lo son la demagogia, las promesas vacuas, como las obviedades o “lugares comunes” más habituales de la verborrea electoralista. Instalado mediáticamente, además, en un estrado con algunas decenas de jóvenes ( niños, incluso) a fin de provocar la idea de que ya no es el mismo Lagos que conocimos en varios años de gobierno, sino uno que vuelve apertrechado con las propuestas progresistas o “de futuro”, como tanto se insiste. Más parecido a ese joven Lagos, en cuya tesis de título para recibirse de abogado denunciaba la grosera concentración de la riqueza en Chile. Inequidad que después se pronunciara durante su gobierno y la extrema riqueza llegara a los niveles más escandalosos de nuestra historia. Aunque no descartamos que su reciente concurrencia al Congreso del Futuro lo haya reinventado una vez más.
Un Lagos que se mostró retóricamente habilidoso en adoptar conceptos como el del crecimiento sustentable, la igualdad de género y otros que solo le sirven para arrancar aplausos entre los incautos o desmemoriados respecto de lo que hizo y no quiso hacer en su gobierno. Cuando tuvo hasta la pretensión de hacernos pasar la Carta Fundamental de Pinochet como propia, o cuando le suprimió las penas de cárcel a los empresarios coludidos para estafar a los consumidores. Entre tantos otros dislates, por supuesto, en materia de Derechos Humanos como en cuanto a las relaciones internacionales, cuando se reconoce su gestión por haber consolidado una política exterior genuflexa a los intereses del mundo hegemónico, al tiempo que muy displicente frente a nuestros vecinos y los países del Tercer Mundo.
Lo que podremos desconocerle a Lagos y a otros de sus contrincantes es la enorme tenacidad demostrada en estos meses de empeño por demandar apoyo popular. Un atributo que parece tan indispensable en la política y que muchas veces logra el contrasentido de que los mismos ofendidos o humillados les otorgan muevas oportunidades a sus ofensores. Aunque esta segunda administración de la actual Mandataria debiera, por fin, hacernos conjurar un error tan colosal.