La acelerada impopularidad del gobierno Temer viene dando muchos dolores de cabeza a sus asesores comunicacionales, dado que todos los recientes sondeos de opinión pública destacan el fuerte descenso de apoyo por parte de la población y la carencia abrumadora de cualquier resquicio de carisma y simpatía que posee el gobierno y el propio Michel Temer entre los ciudadanos.
Ante este escenario, una de estas estrategias elaboradas por los funcionarios del Palácio do Planalto, consiste en tratar de estimular la alicaída economía. Un de estas medidas anunciada poco antes de la navidad, busca permitir que 10,2 millones de trabajadores puedan hacer uso del dinero inmovilizado que actualmente se encuentra bloqueado en cuentas inactivas del Fondo de Garantía del Trabajador Social (FGTS) en la Caixa Económica Federal. Este dinero que llega a la suma R$30 mil millones (cerca de 10 billones de dólares) corresponde a las contribuciones que todo trabajador realiza durante su periodo activo y que debería retirar al concluir sus labores en determinada empresa pública o privada. Hasta ahora, el trabajador que había solicitado su despido de un empleo podía sacar su dinero del fondo de garantía solamente tres años después sin poseer ningún otro empleo con contrato. Ese motivo fue eliminado con la actual resolución. Se calcula que este FGTS acumulado permitirá inyectar nuevos recursos a la economía y generar un impulso que equivale a aproximadamente el 0.5% del PIB. Y claro, de paso permitir a los trabajadores una mayor holgura en tiempos de ajuste y recortes, procurando estabilizar o recuperar ciertos apoyos a la actual administración.
La segunda acción impulsada por el gobierno Temer, consistió en anunciar un conjunto de iniciativas destinadas a estimular el crecimiento económico y generar empleo. Entre los instrumentos más importantes destacan: el acceso a crédito de micro, pequeñas y medianas empresas a través del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES); la reducción de los intereses cobrados por las administradoras de tarjetas de crédito; el incentivo a la oferta de crédito para la construcción civil y el refinanciamiento de las deudas tributarias. Este paquete de medidas ha sido pensado como una forma de recrear la agenda del gobierno en un escenario marcado por la persistencia de datos negativos y también por la crisis política que va a producir la delación premiada de los 77 ejecutivos de la contratista Odebrecht.
Las medidas anteriores se ubican en el ámbito de la economía. Pero existe una estrategia para obtener el apoyo de los brasileños que se ubica en el ámbito de la imagen. En ese contexto, la última apuesta diseñada para intentar aumentar el apoyo de la ciudadanía consiste en una idea un tanto esdrújula -introducida por los publicistas del gobierno- de transformar a la primera dama en la cara amigable del gobierno, a partir de lo que denominan como “una agenda positiva”. En efecto, el último número de la revista Veja dedica su portada a la esposa del presidente, Marcela Temer, anunciada como la nueva carta del gobierno para ganar alguna adhesión entre los brasileños. En el artículo se menciona que la “estrella” de la primera dama se vislumbra como la más reciente apuesta para aumentar los bajos índices de popularidad que muestra el mandatario y su equipo de colaboradores. El problema es que Marcela Temer no reúne ninguna de las condiciones que se requieren para sustentar esta nueva estrategia, que parece condenada al fracaso desde antes de su inicio. Primero que nada, ella muestra y ha expresado en repetidas oportunidades un total desinterés por la política. Asomó en la vida del actual gobernante a partir de un arreglo perpetrado por su madre hace más de una década, cuando quería casar a la hija bonita (segundo lugar en un concurso de belleza local) con un señor rico y poderoso. Por esta misma razón, la vida de Marcela Temer siempre estuvo reducida al ámbito familiar, siendo el prototipo de la mujer tradicional dedicada al hogar y la crianza de los hijos. De hecho, desde que Michel Temer fue instalado en el primer cargo de gobierno a mediados de mayo de 2016, las apariciones públicas de la primera dama han sido muy esporádicas. Es reconocida como una persona a la cual no le gustan las recepciones y eventos políticos, realizándose en su vida de reclusión hogareña, digna de una figura “recatada y del lar”, como fue ampliamente difundido por los medios de comunicación.
Tratando de inspirarse en Hillary Clinton y su política de asistencia orientada hacia los hijos de migrantes, Marcela Temer surge como la principal impulsora del Programa Criança Feliz, que se dedicará a atender a los hijos de familias beneficiarias de programas sociales del gobierno, especialmente del Bolsa Familia. A pesar de los esfuerzos de los asesores, la capacidad demostrada hasta ahora por la primera dama no la califica para ejercer estas funciones ni menos para revertir el cuadro de impopularidad que presenta el actual gobernante. La mayoría de las previsiones apuntan a que dicho desgaste va a experimentar un aumento en los próximos meses. Mientras tanto, el gobierno continúa inventando estrategias para recuperar el apoyo de la población, intentos que parecen condenados a un absoluto fiasco.
Ciertamente es unánime el sentimiento de que el pueblo brasileño desea salir de la crisis y recibe con renovada esperanza el año que se inicia, pues hasta ahora no existe evidencia verificable de alguna comunidad humana que desee vivir en permanente sufrimiento. Es por lo mismo, una gran contradicción la que se genera entre un deseo entrañable de que la situación mejore para todos los habitantes y la existencia, por otra parte, de un gobierno en el cual no se tiene confianza ni fe, que está integrado por personas involucradas en actos de corrupción y cuyo principal compromiso es con su interés individual y patrimonial. En las calles el ánimo y la expectativa es que las cosas mejoren, pero no se vislumbran salidas ni a corto ni a mediano plazo para salir del impasse en que se encuentra el país. Dios ya no es brasileño.
Doctor en Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia.