El propósito de Renato Garín no se limita al estudio del lobby y su necesaria regulación: la tesis central, según el mismo autor, es el estudio del comportamiento de la casta plutocrática y la relación entre los negocios y la política que, en gran parte, tiene como hilo conductor la intervención decisiva de los famosos lobistas – en nuestro país representados por Enrique Correa, Eugenio Tironi y otros importantes líderes del extinto MAPU que, en mis tiempos mozos, era un partido marxista para “gente bien”-.
La esencia del grupo fundacional del MAPU, que aún mantiene alguna vigencia en la política chilena, es un irrenunciable amor al poder que se mantiene hasta ahora, luego de haber pasado por el Frente de Trabajadores, inspirado en Rodrigo Ambrosio, cuya idea central era la alianza con los sectores más radicales de la izquierda chilena, en especial con el MIR – algunos llamaban al MAPU “casi-MIR”. Posteriormente, el núcleo fundacional integró, en su mayoría – salvo Oscar Guillermo Garretón, y otros – el MAPU Obrero Campesino, reconocido como el tercer partido marxista por la URSS y los demás países de la Europa del Este. Por último, los fundadores pasaron a engrosar las filas del actual Partido Socialista Unido, creando la mega tendencia, es decir, el sector socialista liberal.
Enrique Correa, Eugenio Tironi, José Antonio Viera-Gallo, Oscar Gillermo Garretón, Marcelo Contreras y otros más, no sólo constituyen el núcleo de apoyo a la candidatura de José Miguel Insulza, sino que también han demostrado una notable habilidad para ocupar los cargos principales del Estado y, desde este lugar estratégico, pasar a la empresa privada. Pensemos que en el Chile de hoy es normal que el de regulador – el Estado, en este caso -, se pase al privado; de controlador de las AFP a ocupar puestos de gerencia y del directorio de las mismas instituciones – así ocurrió con Viera-Gallo y con Ximena Rincón, por ejemplo, lista que podría alargarse ad infinito -.
La ideología, en el caso concreto de los antiguos MAPU ha tenido poca importancia: a través de su historia han pasado de rebeldes democratacristianos, de la escuela ideológica de Jaime Castillo Velasco a aliados de la ultra-izquierda y, posteriormente en el exilio, a tercer Partido marxista chileno, reconocido por la URSS, lo cual daba a sus dirigentes enormes ventajas en esos países. Más tarde, durante la transición a la democracia, se convirtieron en renovados, socialistas liberales y, por último, en genuinos neoliberales. No es extraño que el guerrillero, con poncho campesino, Óscar Guillermo Garretón, haya pasado de tal condición a ser nada menos que uno de los líderes de los empresarios chilenos.
Renato Garín quiere emprender, a través de su obra recién publicada, una especie de estudio del actuar de la fronda plutocrática post-dictadura: en la época parlamentaria el historiador Alberto Edwards Vives, admirador del filósofo de la historia Oswald Spengler y, además, a mi modo de ver, el más interesante de los historiadores chilenos de la tendencia decadentista – dicho sea de paso, Francisco Antonio Encina no hizo más que plagiar a Edwards – sostenía a tesis de que la fronda aristocrática chilena , al igual que la francesa en la época de la monarquía, despreciaba el poder absoluto de los reyes y se rebelaba contra ellos, la aristocracia chilena se oponía a la obra brillante de líderes autoritarios, entre ellos Diego Portales y Manuel Montt, constructores del “Estado en forma”, que siempre dependía del “resorte principal de la máquina”, término usado por Spengler y tomado por Edwards.
Entre la fronda aristocrática de la época parlamentaria y la actual fronda plutocrática pos-dictatorial no hay tantas diferencias como podría suponerse, salvo los apellidos de quienes las han integrado, que muy acertadamente el poeta creacionista, Vicente Huidobro, denominaba “apellidos vinosos, que habían pasado a ser bancosos”, reconociendo más ética a los primeros que a los segundos – si lo pensamos calmadamente, ambos surgen de las castas de mercaderes, como bien lo ha demostrado el historiador Gabriel Salazar -.
El historiador Gonzalo Vial Correa es muy hábil para sazonar la historia de Chile con anécdotas: en un debate parlamentario nos recuerda que uno de los Matte Pérez fue interpelado por un rival haciéndole ver que sus ancestros eran vendedores de tocuyo, en la calle Ahumada, y que los Edwards también provenían de piratas ingleses.
Lo que equipara a ambas frondas, la del parlamentarismo y la actual es que no existe frontera alguna entre lo privado y lo público, entre sus negocios y los del Estado, entre la política y las empresas y bancos, por consiguiente, es imposible diferenciar al lobista, que representa intereses de empresas privadas, y funcionarios del Estado. El aristócrata en la República Parlamentaria y el plutócrata moderno pueden jugar ambos papeles sin hacerle problema alguno, y, como en la Comedia del arte italiano, sólo se cambia de máscara.
En la fronda aristocrática el político se definía como un personaje de La casa grande, de Luis Orrego Luco, el senador Peñavel, quien decía “haber sabido vivir a costa del fisco”. El cargo parlamentario, en muchos casos, podía servir para ganar vetas salitreras en el norte o bien, tierras en Magallanes; la mayoría de los padres conscriptos eran, simultáneamente, abogados de grandes empresarios salitreros. El historiador Hernán Ramírez Necochea ha incluido una lista de ellos en su obra Balmaceda y la contrarrevolución de 1891.
En los debates parlamentarios de esa época podemos encontrar sendas acusaciones por enriquecimiento ilícito; por ejemplo, se sospechó que la casona de Arturo Alessandri, en la Alameda, fue comprada con dinero mal habido. El ministro asesino, responsable de la matanza de Santa María de Iquique, Rafael Sotomayor, fue interpelado en la Cámara de Diputados, acusado de haberse apropiado de los dineros del fallecido empresario salitrero, Granja. Posteriormente, hacia los años 20, la corrupción alcanzó niveles insospechados: por ejemplo, el hermano de Arturo Alessandri, don José Pedro, era el presidente de una asociación de grandes empresarios políticos, cuya misión consistía en ganar todas las licitaciones de Obras Públicas; el ferrocarril de Arca-La Paz no tuvo rival y el contrato para su realización cayó en manos del “sindicato de Obras Públicas”.
Durante el gobierno de don Arturo Alessandri existió la llamada por la Prensa “la execrable camarilla”, es decir, un grupo de amigos del presidente de la República que aprovechaba del poder público para enriquecerse.
El trabajo de Garín es un retrato muy interesante de la relación de los llamados “lobistas” con el Estado y de la casta política en la post-dictadura. Enrique Correa es uno de los personajes principales del libro, cuyo recorrido biográfico va desde que era un estudiante seminarista, de Ovalle, hasta convertirse en una especie de padre José, la eminencia gris de la política chilena. A través de sus empresas de lobby, Correa está presente en todas las instancias en que se toman las grandes decisiones de la casta con respecto al país. Este factótum de la política está movido más por la sed de poder que la del dinero: puede ser connotado dirigente de la Fundación Salvador Allende, asesor de obispos y cardenales y manager de casi todos los grandes empresarios chilenos, entre ellos Luksic, Matte, Ponce Lerou, y otros. La habilidad de Correa es estar siempre en la sombra y mandar a los que mandan.
Como el caso del lobista Enrique Correa ha sido tratado en forma brillante en el libro El lobby feroz, considero interesante analizar la trayectoria de otros personajes como es el caso del ex ministro de Relaciones Exteriores de Sebastián Piñera, Alfredo Moreno, cuya destreza, al igual que todos los políticos de la fronda, es mantener unidos sus intereses empresariales a los del Estado – algo así como “Chile es mi negocio” -. A nadie le puede extrañar que la política del Presidente Piñera con respecto a sus vecinos haya correspondido a la famosa definición de “cuerda separada”, es decir, por un lado los negocios – lo más importante – y, por otro, los problemas fronterizos.
En ambas frondas, la frontera entre lo privado y lo público no existe: ser empresario, político y lobista son distintas caretas que adoptan los personajes de la casta política, fronda aristocrática y fronda plutocrática, de ayer y hoy, respectivamente.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
27/12/2016