Al presentar su informe anual ante los miembros de las dos cámaras del Parlamento ruso –obligación que establece la Constitución para los jefes de Estado–, el presidente Vladimir Putin utilizó este jueves un tono mucho más conciliador hacia los rivales de Rusia en el ámbito internacional, que contrasta con sus anteriores intervenciones, en las cuales –invariablemente y de acuerdo con el grado de deterioro de los contactos de Moscú con Washington y Bruselas– no escatimaba palabras para acusar a Estados Unidos y sus aliados europeos de querer romper el equilibrio estratégico en el mundo.
Esta vez el Kremlin optó por enfatizar la búsqueda de nuevos aliados y, en primer lugar, tendió la mano a Donald Trump, apostando a que la llegada del magnate a la Casa Blanca pueda propiciar un cambio para mejor en el plano bilateral, si bien no hay ninguna garantía de que el discurso electoral del republicano se concrete en decisiones políticas favorables a Rusia o que, al menos, puedan disminuir la confrontación.
El presidente ruso también confía en que el triunfo de políticos europeos que en sus campañas electorales se opusieron a las sanciones contra Rusia –lo cual tiene, por el embargo ruso a los productos agropecuarios europeos, fuertes repercusiones en el ánimo de los votantes en algunos países del viejo continente–, pueda fracturar el consenso en la Unión Europea y poner fin a medidas restrictivas que están afectando a todos.
Por lo pronto, al distanciarse hoy del lenguaje reivindicador de que Rusia sabrá dar una respuesta adecuada y asimétrica a los desafíos a su seguridad nacional que ocasiona la expansión hacia el este de la Organización del Tratado del Atlántico Norte –producto de un engaño tras desaparecer el Pacto de Varsovia, su contrapeso en tiempos de la guerra fría–, Putin dijo que su país no está interesado en subrayar antagonismos ni busca enemigos, sino prefiere normalizar la relación bilateral en pie de igualdad.
Para el titular del Kremlin, tenemos (Rusia y Estados Unidos) una responsabilidad común a la hora de garantizar la seguridad y la estabilidad internacional, así como de robustecer el régimen de no proliferación del armamento nuclear.
Y pensando en el sucesor de Barack Obama, quien según los medios de comunicación públicos rusos encarna todos los males de cuanto ocurre aquí, Putin propuso, como un primer paso, aunar fuerzas con EU contra una amenaza real y no inventada: el terrorismo internacional.
Además, el mandatario ruso está convencido de que la cooperación de Rusia y EU en la solución de los problemas de la agenda global y regional responde a los intereses de todo el mundo.
En el plano de política interna, frente a un auditorio cada vez más dócil y acrítico, Putin ha convertido el informe anual en una rutina que enumera el enésimo catálogo de buenas intenciones y cuyo cumplimiento o no carece de importancia, toda vez que nadie, ni en la Duma ni en el Consejo de la Federación, las dos cámaras del Parlamento ruso, le exigirá rendir cuentas.
Este año, además, el discurso de Putin defraudó expectativas porque ese fue el problema de apretada agenda que adujo para no viajar a La Habana y rendir un último tributo a la memoria de Fidel Castro, mandando en su representación un grupo de funcionarios de segundo nivel, que sí tuvieron tiempo de regresar y ocupar sus sillas en la sala de San Jorge del Kremlin este jueves.