Esta columna, “El caso Piñera y la ‘berlusconización’ de la política chilena”, fue publicada en enero del 2007 cuando el ex presidente era formalizado por la SVS. Luego, el 2009, Sebastián Piñera sería elegido Presidente. En aquel momento, la mayoría de los analistas hicieron la vista gorda a las prácticas corruptas de quien quiere nuevamente —ésta vez con un prontuario de corrupto contumaz— ser Presidente de Chile.
Los cargos formulados por la Superintendencia de Valores y Seguros (SVS) en contra de Sebastián Piñera, el político y poderoso empresario que salva a la derecha en las encuestas (en 2007), son reveladores no sólo de sus prácticas capitalistas individuales, sino que permiten además interrogarse sobre el comportamiento de la clase empresarial chilena en su conjunto.
Sin olvidar lo más importante. Nos guste o no, además de ser empresario, S. Piñera es un político considerado como presidenciable por la opinión ciudadana. Se ubica por lo tanto en una situación donde debería ser en extremo cuidadoso, más que de su imagen, de su comportamiento ético político. Es aquí donde están en juego su visión de país y sus valores. No el éxito, ni el interés material o el enriquecimiento privado empresarial, sino su concepción de lo que es una sociedad justa y buena para todos los ciudadanos.
Agreguemos de inmediato que como agente capitalista individual (que moviliza recursos en el mercado), S. Piñera está violando uno de los principios básicos del liberalismo clásico y del capitalismo neoliberal. Se trata del que postula que para que el “mercado libre” funcione de manera óptima, la información debe ser accesible a todos los agentes por igual (1). Digamos que es la faceta “democrática” de la teoría libremercadista que fascina a los liberales de todos los pelajes. Precisamente, el ‘delito de iniciado’ (utilizar información privilegiada para intervenir en mercados bursátiles regulados) en el cual incurrió Sebastián Piñera, viola y transgrede la libertad de los agentes en un mercado y el derecho de cada uno de ellos de tratar y disponer libremente de la información.
Ahora bien, Sebastián Piñera compró acciones un día antes de que los otros agentes, potenciales jugadores en la bolsa, supieran que dichas acciones iban a subir. Al hacerlo, el empresario se ubicaba, a sabiendas, en una posición de poder. Podía manipular la información. De manera invisible, guardársela en el bolsillo con una mano y, con la otra, distorsionar consciente y voluntariamente los mecanismos del sacrosanto mercado.
Depende de la perspectiva con que se lo mire. O bien lo hizo como un capitalista cualquiera lo haría, motivado por el lucro fácil (lo que indicaría un problema estructural) o como aquél que actúa en una situación de poder y sin escrúpulos. En ambos casos, el resultado fue el mismo: se violaron normas claras y evidentes, según el encomiable trabajo de los directivos de la entidad reguladora, la SVS.
Es muy posible que sean prácticas “normales” del empresariado chileno. Un estudio serio o tesis de doctorado demostraría que tales comportamientos podrían estar vinculados a los orígenes dictatoriales del modelo neoliberal chileno. A una cultura de la empresa en la cual, pese a la retórica dominante, el respeto de las reglas y la ética republicana no han calado hondo.
En otros términos, ¿es deseable que todos los empresarios actúen como lo hizo S. Piñera? (2)
La respuesta razonable es que no. Puesto que los medianos y pequeños empresarios o los ciudadanos que quieran invertir en la Bolsa, no están interesados en que los ejecutivos de los grandes grupos les oculten la información económica. Para que así todos puedan tomar decisiones “libres” y “racionales”, estipula la misma teoría liberal. Es un golpe duro para la ideología de legitimación del capitalismo, que los grandes como S. Piñera trafiquen a su antojo la información.
Lo anterior nos permite concluir que S. Piñera, el empresario, está dispuesto a enriquecerse a toda costa, violando incluso las reglas del juego que permiten transparentar el mercado. Precisamente, es por este tipo de actos que los cursos de Ética de la Empresa están de moda en las escuelas de negocios. No faltan los que pretenden que se puede “moralizar” o “humanizar” el capitalismo neoliberal. Que para hacerlo basta con que cada empresa se dote de un código de ética.
¿Sabía S. Piñera que estaba comportándose como un mal jugador, un tramposo? Por supuesto, lo sabía desde sus estudios de doctorado en Harvard: cuándo, cómo y por qué un empresario no respeta la ética liberal capitalista y de la empresa.
Es muy probable que en sus años de MBA el estudiante Piñera no haya estudiado casos como el de ENRON, donde los ejecutivos de la empresa se otorgaban privilegios, falseaban la contabilidad, se adueñaban, para dilapidarlas, de las jubilaciones de los trabajadores de la empresa energética y, al mismo tiempo, financiaban las campañas electorales de los republicanos de Bush. Es lo que podría suceder si los comportamientos “empresariales” de Piñera se generalizaran en la economía chilena, tan libre que linda en el libertinaje (y puede que ya sean la norma). Si Piñera lo hizo, por qué los otros que arriesgan menos no lo harían.
En un mundo de mercados globales, donde predomina el sector financiero, las prácticas desleales, corruptas, y marcadas por los favoritismos, como el delito de iniciados, el recelo de delito de iniciados y el lavado de dinero (hoy sabemos que para eso sirven los paraísos fiscales: para defraudar al fisco), son moneda corriente.
El flujo instantáneo de datos financieros, las transacciones de monedas y documentos especulativos, las cuentas off-shore, las redes mundiales de la banca y el sistema financiero global, están fuera del alcance del control ciudadano. Y los gobiernos hacen la vista gorda.
Puesto que en Chile tales actos fueron pesquisados, correspondería aplicarle al empresario S. Piñera una pena ejemplar. Si se escurre por la red, significará que eso de las “modernizaciones” es un espejismo y que las instituciones estatales y los legisladores tendrían que responder al país por su incompetencia.
La incompatibilidad ética entre el empresario y el político
Aún así, lo más significativo en el caso Piñera: comprar acciones con información privilegiada (en 2006), antes de que estuviera accesible al resto de las instituciones, capitalistas o ciudadanos jugadores en la Bolsa, revela un comportamiento empresarial incompatible con la actividad política.
Parafraseando a Jean-Paul Sartre cuando se refería a Paul Valéry: Piñera es un empresario capitalista, pero no todos los empresarios capitalistas chilenos postulan a la presidencia de la República.
El candidato aliancista no respeta las normas básicas del mercado capitalista “liberal” que la derecha y el mundo empresarial, sus Think Tanks e ideólogos dice defender. Es posible que los verdaderos liberales estén en la Concertación, ahí dónde la socialdemocracia se liberaliza.
Al utilizar información para provecho personal, abusando del poder de disponerla y contraviniendo el principio de honestidad en las transacciones, el candidato presidenciable se inhabilitó éticamente para postular a la investidura de gobernante (hablamos del 2007). Amarga fue la experiencia del pueblo italiano al asistir impotente a la berlusconización de la política.
Los chilenos no pueden elegir a Sebastián Piñera (en el 2009 igual lo eligieron presidente) puesto que no ha sabido separar aguas entre su condición de hombre público y la de empresario. Ha preferido vivir sentado sobre el filo de la navaja. Adoptó comportamientos reñidos con la ética ciudadana ya que sus actos se inscriben en el campo de la corrupción (ya era evidente en 2007), es decir, la utilización y el abuso de poder con fines privados.
La sospecha es evidente. La capacidad de discernimiento de Sebastián Piñera se ha visto a prueba y sus actos han optado por especular en la Bolsa con el fin de lucrar a sabiendas que la ciudadanía lo consideraba un hombre público apto para dirigir el país. Tampoco supo, ni quiso, evitar una situación de conflicto de interés: hizo uso de su poder para satisfacer intereses personales. Al colocarse en tal dilema, S. Piñera (actuar así o respetar las normas) ha demostrado ser incapaz de distinguir, entre interés privado personal y de clase capitalista y una concepción clara de lo que es Justo y Bueno para el país.
¿Si Piñera engaña a los miembros de su clase, capitalistas informados de los avatares del mercado como él, qué le impedirá engañar al pueblo de Chile? El político-empresario no fue ni prudente, ni cauto, ni precavido. Ni respetuoso de las normas establecidas.
Las dos preguntas que la consultora Adimark (comentario actual: propiedad de un amigo de Piñera a la que habría que agregar Cadem, de un ex funcionario de sus Gobierno) tendría que hacerle a los chilenos y que tendrían que ser debatidas en ondas abiertas al público en Chilevisión, deberían ser:
1. ¿Confiaría usted para el cargo de presidente en un político-empresario que abusó de su poder al utilizar información privilegiada para enriquecerse ilícitamente privando al mismo tiempo a otros ciudadanos de acceder a ella?
2. ¿Votaría usted por alguien que optó por actuar como empresario especulador e inescrupuloso, sin prever las consecuencias, en vez de hacerlo como un político-empresario, honesto, probo y transparente? Si más del 50% de los chilenos responde por la afirmativa, o si Sebastián Piñera continúa estando en la próxima encuesta entre los 15 primeros políticos significativos, habría que implantar cursos de ética de la primaria a la universidad y hacer debates públicos sobre el tema. Cuestión de supervivencia democrática.
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(1) Recordemos que uno de los postulados filosóficos del liberalismo sostiene que el capitalismo es el sistema que mejor corresponde a la naturaleza íntima del ser humano. Por la supuesta “libertad” que da para escoger, invertir, enriquecerse y circular. Para T. Hobbes, acumular riquezas sirve para aplacar las pasiones humanas; para los integristas del Opus Dei y los puritanos, es un signo de la “gracia divina” y, para F. Fukuyama, en su interpretación de G.F. Hegel y F. Nietzsche, la posibilidad de ser reconocido como el “mejor” y no aburrirse (como Bill Gates o como Mark Zuckerberg). El problema es que los primeros en violar los principios de base e impedir el funcionamiento óptimo del mercado son los propios empresarios capitalistas para quienes la pasión por acumular riquezas y el “individualismo posesivo”, reemplaza el sentido ético de la existencia. La objeción es válida para los que defienden un sistema de economía “social” de mercado. Los fundadores alemanes de tal teoría nunca han negado que en ese modelo el mercado manda y lo social debe supeditarse a las leyes de hierro del capitalismo con una pizca de intervención estatal. Es lo que tienen en común los DC de Angela Merkel y la socialdemocracia alemana actual que se ha plegado a los imperativos del mercado (y bien sabemos cuánto las leyes del mercado, se asemejan a las de la jungla). Cuando en 1987, Willy Brandt abandona la presidencia del partido, su temor era que los socialdemócratas alemanes no fueran capaces de defender los ideales de la socialdemocracia y que en 20 años el partido dejara de ser un partido popular. Premonición que se convirtió en realidad.
(2) Es la pregunta que se desprende de la ética de Emmanuel Kant en la que se inspira el aspecto progresista del modelo ético llamado Responsabilidad Social de la Empresa (RSE). Se apoya en el imperativo o principio de universalización de Kant que dice: “Actúa sólo según la máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en ley universal”. La otra fuente del modelo RSE es el Utilitarismo de los ingleses Francis Hutchinson, Jeremy Bentham y John Stuart Mill. Piñera también voló la regla de base del Utilitarismo, puesto que para esta corriente ética de moda en los países anglosajones, el ideal utilitarista no es la mayor cantidad de felicidad del agente individual, en este caso las pingües ganancias de Piñera y su grupo, sino la mayor cantidad de felicidad total para la mayoría. Nada prueba que las ganancias del grupo Piñera se traduzcan en ganancias para todos los chilenos.
Leopoldo Lavín Mujica era profesor del Departamento de Filosofía del Collège de Limoilou, Quebec, Canadá. Es B.A. en Philosophie et Journalisme et M.A. en Communication publique.