Si no hay decisión de legislar en beneficio de la totalidad de la sociedad, ni de preservar la soberanía, Chile puede convertirse en propiedad privada de mega millonarios, sean estos dueños individuales o sociedades anónimas.
En los últimos meses ha sido insistente el comentario político que señala la posibilidad, cada día más cierta, del derrumbe de las actuales estructuras político-partidistas, presionado ello por una opinión pública donde la desafección y ninguneo respecto de las tiendas partidistas es un hecho que no tiene verso contrario. Desde la hora siguiente a los últimos comicios municipales esa opinión ha ido in crescendo hasta convertirse en una especie de verdad indiscutida.
Se trata de un tema que tarde o temprano habrán de abordar historiadores, sociólogos y politólogos, aunque sus primeros efectos ya se dejan sentir mostrando algunas hilachas de ese cuerpo político-económico que se remece con las embestidas de los movimientos sociales y sus manifestaciones multitudinarias.
¿Por qué llama esto la atención? Para entender tal preocupación es necesario remontarse al Chile de finales del siglo diecinueve, porque fue en esa época cuando comenzó, académica y políticamente, el reconocimiento de las fracturas que caracterizaban a la sociedad nacional, fracturas que dividían al país en segmentos adversarios, confrontados por ideologías enemigas que se diferenciaban notoriamente en sus capacidades económicas.
Fue a partir de entonces (referido esto no al inicio en sí, sino al reconocimiento del hecho fracturado) que nuestro país parió dos deudas históricas consigo mismo, vale decir, con su identidad y sus necesidades de crecimiento real, dos deudas con su propia Historia, que se resumían en la absoluta falta de acuerdo para prosperar como nación. Ellas se convirtieron en dos contradicciones que frenaban el desarrollo.
Durante tres cuartas partes del siglo pasado, Chile estuvo meciéndose al vaivén de la disputa respecto del tipo de economía, del sistema, que convenía a sus intereses como nación. No había acuerdo, ya que además, de manera coetánea, estaba también presente la otra deuda, aquella de la ideología. ¿Sistema capitalista de desarrollo, cooperativista, socialista, una mixtura de todos ellos? ¿Libre mercado? ¿Proteccionismo? ¿Desarrollo hacia adentro… o hacia afuera?
Pedro Aguirre Cerda y la CORFO, Ibáñez y la Misión Klein-Sacks, Frei Montalva y la revolución en libertad, Allende y la vía chilena al socialismo… fueron algunos de los serios intentos por dilucidar el asunto de las deudas comentadas. Finalmente, una dictadura cívico-militar puso fin al entrevero e instaló en el país los aditamentos necesarios para convertirlo en un laboratorio del neoliberalismo… pero, ya que bayonetas y graznidos impedían crítica y oposición, la puesta en marcha del experimento encontró terreno fértil para convertirse en salvaje. Y aquí estamos hoy… aún sufriéndolo.
Para la derecha en general (política y económica), la dictadura zanjó las deudas al instalar el sistema que asfixia al 90% de la población, pero que a ellos (mega empresarios y cofradías políticas parlamentarias) les ha significado enriquecerse de manera grosera, independientemente de que pudieron lograrlo merced a cercenarle al país sus recursos naturales, así como haber permitido la instalación y crecimiento de una brecha económica y una pésima distribución de la riqueza que coloca a Chile entre las naciones con mayor desigualdad en el planeta.
En países donde el neoliberalismo campea a voluntad, lo mencionado en las líneas anteriores muestra casos emblemáticos como el de Sebastián Piñera en Chile, Carlos Slim en México, Michel Temer en Brasil, Donald Trump en EEUU y Vladimir Putin en Rusia, los cuales señalan que al no haber un pueblo y una casta política decididos a legislar en beneficio de la totalidad de la sociedad civil, así como también preservar la soberanía y la república, el neoliberalismo desatado permite que los países puedan convertirse en propiedad privada de mega millonarios, sean estos dueños individuales o sociedades anónimas.
El sistema no se toca… en Chile esa parece ser la máxima de todo candidato y de toda autoridad actual. Por ello, la derecha y el establishment neoliberal -hasta hace sólo algunos meses- vivían y respiraban tranquilos, ya que las deudas históricas mantenidas por nuestro país desde el inicio mismo de su vida independiente –las que hemos mencionado- les parecían solucionadas, desaparecidas, superadas. Pero, quizás sin conducción unitaria (una de sus grandes carencias) surgió la movilización social oponiéndose con fuerzas a las expoliaciones y robos ‘legales’ de gran parte de las organizaciones, instituciones y empresas que son representantes activas del sistema.
En todo este asunto hay un punto fundamental que queda prístinamente enhiesto: las citadas “deudas históricas” no fueron solucionadas ni borradas. Han resurgido con la misma -¿o más?- fuerza que ayer. Movilizaciones masivas, nuevos referentes políticos en manos juveniles, redes sociales y prensa electrónica independiente, revivieron las falencias del sistema demostrando que este ya entró en severa crisis debido a sus propias contradicciones internas. La mejor prueba de cuán cierto es ello, queda reflejado en la escasa participación electoral de la ciudadanía, muestra inequívoca de la desafección que tiene el pueblo respecto de las castas políticas, del gobierno y, obviamente, del sistema mismo.
Mientras tanto, Chile se estremece por la cantidad de denuncias, investigaciones, acusaciones y críticas al mundillo político. Así también sucede con los supuestos ‘líderes’ actuales -casi todos manchados con actos criticables-, que apuestan a la pusilanimidad del pueblo para seguir alzándose como “respuestas a la crisis de credibilidad y gobernabilidad”, soslayando ladinamente la cuestión principal: la crisis del sistema en su totalidad ya que las dos deudas principales han vuelto a renacer.
A tal nivel ha llegado esta crisis en el corazón del sistema que incluso hay un líder derechista que privilegia bolicheo, negocio y especulación financiera (las de él, obviamente), por sobre los intereses del país, poniendo en serio peligro la soberanía y dignidad del mismo… pero continúa presentándose, con irreductible aire de frescura, como “el salvador” (en este caso, tiene razón, intentaría salvar el sistema, no el país).