Cuando Michelle Bachelet caía en picada en popularidad por culpa de su hijo y nuera, del caso Caval, Sebastián Piñera declaraba que, afortunadamente para él, en su familia no existía ningún problema de esa índole.
Hay que ser muy ingenuo o en extremo fanático para creer que la justicia para el pobre es igual que para el rico, o bien, que el voto de un cesante tiene el mismo valor político que el de un millonario. Cree que en Chile el pueblo es soberano y que las instituciones funcionan, no es más una candidez, y que en los países democráticos funciona la separación de poderes, inventada por Montesquieu es, en la práctica, un absurdo.
En la antigua Grecia, cuna de la democracia, los atenienses eran muy severos con los hijos de los grandes estrategas, como Pericles, y bastó que su vástago perdiera una batalla para que lo condenaran a muerte.
En la actualidad, y según lo que estamos presenciando, la justicia es más blanda con los descendientes de mandatarios; – claro que en el caso que nos ocupa ahora hay una enorme desproporción en el juicio público respecto a Sebastián Dávalos Bachelet y Sebastián Piñera Morel, pues al primero, sin ser directamente culpable, según la justicia, no hay insultos y críticas que se le hayan dispensado y, el segundo ha pasado desapercibido, y sale a defenderlo hasta su propio padre y, para la derecha, las acciones de Bancard, en Perú, constituyen una verdadera genialidad en los negocios.
Es cierto que ambos retoños tienen una verdadera adoración por el dinero, pero Sebastián Dávalos, de origen más modesto, de lo que se tiene noticia es de su amor ilimitado por los autos de lujo y de haber sido partícipe de una entrevista con el accionista mayoritario del Banco de Chile, el millonario Andrónico Luksic, mientras que Sebastián Piñera Morel no requiere solicitar entrevistas, pues su padre está sobre don Andrónico en lo que a millones de dólares respecta.
Si nos basamos en la presunción de inocencia, que no siempre se aplica en Chile pues los pobres, carentes de abogados son, en la mayoría de los casos, ya condenados debido a la labor de la prensa y a la estupidez de la opinión pública. Es evidente que, en el caso de los ex Presidentes no se les puede culpar hasta que no haya una prueba presuntamente punibles cometidos, en el caso que nos ocupa, de Bancard y Caval. La presunción de inocencia también es válida para los casos de los aportes de SQM a las campañas de Sebastián Piñera y de Michelle Bachelet, en que ya están formalizados Santiago Valdés, jefe de campaña del primero, y Giorgio Martelli, de la Presidenta Bachelet, (en el caso de Marco Enríquez-Ominami no se ha aplicado, por parte de la prensa, el mismo principio, que es un derecho humano inalienable y base del Estado de derecho).
No se puede negar que la Presidenta estuvo mal asesorada, en el mes de febrero de 2015, cuando explotó al caso Caval; el decir, “me enteré por los diarios” le pena hasta hoy, pues ha significado el desprestigio y derrumbe de su gobierno, a pesar de lo bien intencionado de las reformas estructurales que proponía, que siguen siendo indispensables para el progreso de Chile.
Sebastián Piñera, por el contrario, ha reaccionado desde el primer día con gran habilidad, sea culpable o inocente, pues enfrentó la prensa y se presentó como “un gran patriota”, un personaje desprendido y generoso, “que siempre ha pospuesto sus negocios por el bien de Chile”, y sólo le faltaría renunciar a su sueldo de ex Presidente, como ya lo ha manifestado su compadre Donald Trump.
Sebastián Piñera, que no es muy instruido que digamos, seguramente ha leído la historia novelada de Francisco Antonio Encina y no los 20 tomos, sino el resumen de Leopoldo Castedo, que nos presenta al mercader Diego Portales como el descendiente de César Borja y un genio de los negocios que, por patriotismo y amor al servicio público, renunciaba a su sueldo de ministro salteador y que apenas disponía de una mesada para comprar sus cigarros. Como los chilenos hemos sido educados por el plagiario historiador Encina, muchos aún están convencidos de que Portales era un patriota de tomo y lomo y no un comerciante que nos llevó a la guerra con el general Andrés Santacruz para proteger sus negocios en Perú.
En el caso Caval, aunque la justicia ha dejado fuera al hijo de la Presidenta, el precio político que ha tenido que pagar la jefa de Estado ha sido inconmensurable, sumado a la traición de los ratones que aprovecharon la popularidad de la Presidente para colgarse a la campaña presidencial y lograr inmerecidas diputaciones y senadurías, y que ahora le faltan al respeto a su protectora.
¿Quién regala o quita el buen nombre de un Presidente, de un magistrado o de cualquiera otra persona natural? A mi modo de ver, es la Prensa, que no tiene nada de libre e independiente, pues está monopolizada por dos grandes millonarios: la familia Edwards, y los Saieh, en los medios de comunicación escritos, y los Luksic, en televisión. Por ejemplo, el Canal Nacional (TVN), no es de todos los chilenos, sino de “propiedad” de duopolio; CNN Chile depende de un Canal americano, que sirve a los intereses del imperio. Me dirán que Internet equilibra este monopolio de la prensa por parte de la derecha, pero el uso de este medio virtual es muy relativo, pues por experiencia sabemos que los seres humanos repiten las tonterías que pululan en el ambiente. Cuando un programa se atreve a abrir el micrófono al público, lo acallan de inmediato – ocurrió con Vigilantes, conducido por Nicolás Copano -.
En casos importantes y de amplia repercusión pública, el tratamiento de la prensa es decisivo para conducir a la opinión que, generalmente, le cree más a la loa medios de comunicación de masa que a los políticos, pues existe la ley del menos esfuerzo intelectual e investigar y razonar lo menos posible. Veamos: los periodistas, disfrazados de moralistas, han sido implacables con la Presidenta Bachelet – sólo les ha faltado pedir la cabeza, como ocurrió con María Antonieta -, por el contrario, a Sebastián hasta le creen a pie juntillas y lo tratan con guante de seda – el caso Bancard, según la prensa, está quedando como algo “desprolijo” o bien, de un error de uno de los siúticos chupamedias que pululan en el comando de Piñera, del edificio su Apoquindo, donde piso por medio funciona su fundación, la oficina de su primo Andrés Chadwick y las de Bancard.
Hemos extrañado que algunos de nuestros agudos y experimentados periodistas no hagan ninguna pregunta sobre las Islas Vírgenes, paraísos de Golborne, Bancard y de otros muchos. Nadie se cuestiona cómo el ex Presidente de la República, con computador de última generación y con sabios asesores, que saben al segundo la variación de las bolsas en el mundo, el precio de los bonos y el funcionar de las calificadoras de riesgo, no se les haya ocurrido cómo estaban las inversiones de particulares chilenos en Perú, en especial las pesqueras, y más aún, ad portas del fallo del Tribunal de la Corte Internacional de La Haya. También cuesta creer que los grandes oceanógrafos no sepan sobre las 200 millas marinas que los “jueces de babero” regalaron a Perú.( están la mejores anchovetas )
El diario La Segunda – el mismo que tituló “se mataron como ratas entre ellos”, para justificar algunos de los aleves crímenes de la dictadura de Pinochet – publicó una tapa donde alaba a Sebastián Piñera por su respuesta fuerte, clara y contundente para referirse a las imputaciones por el caso Bancard.
En la situación actual, que vivimos una democracia bancaria, la derecha hace lo que quiere manipulando los medios de comunicación, y se da el lujo de demandar al diputado Hugo Gutiérrez por injurias y calumnias, sólo por el hecho de querellarse en el caso Bancard. Por otra parte, los derechistas se pueden el libremente el lujo de injuriar constantemente a la Presidenta, como antes lo hicieran con Salvador Allende, acusándolo poco menos que de borracho – lo llamaban Jonnhie Walker -.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
18/11/2016