Noviembre 19, 2024

¡Orwell tiene razón!

Que la literatura es visionaria y a veces profética, no es un descubrimiento. Cuando Dostoievski escribe su célebre “Si dios no existe, todo está permitido”, ¿no anuncia los horrores del siglo que inventaría los hornos crematorios colectivos? En sus parábolas del Laberinto, ¿Kafka nos avizora la sociedad sin rosto de las empresas multinacionales?, ¿los fantasmales universos habitados por los manechini de Quirico?, sin alcanzar artísticamente esta cima, 1984, del inglés George Orwell, nos presenta la visión de un mundo totalitario absoluto. ¿Nuestro siglo terminará por darle razón? El tema oficial de los debates de  la próxima Feria Mundial del Libro, esperamos que una vez más sea “1984” porque es siempre un debate importante y necesario.

 

 

El siglo XX, que ha asistido a tantas y tan profundas transformaciones históricas, ¿acabará contemplando los barrotes de la prisión planetaria? Es ya evidente que nuestro siglo no será el siglo de la aurora humana, sino uno más de la intolerancia y la barbarie. La violencia y la ferocidad de las malditas guerras y los conflictos políticos se parecen demasiado a la violencia y ferocidad de las malditas guerras religiosas. Sólo que la crueldad, el horror y el cinismo alcanzan hoy dimensiones inimaginables en el pasado, en 1725, Montaige escribió que con la invención de la pólvora ya no existían ciudades inexpugnables y que por lo tanto tampoco existía en la Tierra asilo contra la injusticia y la violencia. Malraux diría luego, que con la aparición del tanque la Historia cambiada definitivamente, porque ya no era posible tomar otra vez la bastilla.

¿Qué decir hoy de las dictaduras fascistas militares que disponen de medios de opresión y control policial absoluto? ¿La Humanidad está condenada a padecer los atroces vaticinios de Orwell?

Orwell piensa que toda revolución termina por ser totalitaria.

No comparto su alucinante metáfora, no porque niegue que en demasiados países del mundo gobierne el Big Brother, sino porque estoy en desacuerdo con su discurso histórico. 1984, es un libro fatalista. Y el fatalismo/resignación es una característica del reaccionarismo. Consciente o inconscientemente. La persona es un ser de deseos. La Historia dice Hegel, “es el conjunto de deseos deseados”,  no cumplidos, pienso yo. En otras palabras, la persona no es un animal programado genéticamente para repetir la rutina sin tiempo del animal. El animal irracional no forja proyecto, no tiene historia, carece de porvenir, el animal nace y es para siempre, la persona no, no es: la persona llega a ser. En su alma luchan incesantemente el Bien y el Mal, o, si se quiere utilizar la clásica definición del Dr. Freud, en nuestro espíritu combaten sin tregua, el impulso de vida (Eros) y el impulso de muerte (Thanatos). Supera esta situación por la creatividad que nace de la diferencia. Sólo por la diferencia, la persona llega a ser persona. El lenguaje es una unidad, pero es una unidad construida de diferencias. La persona es devenir.

El fatalismo/la resignación no solo niega el cambio: niega la posibilidad del cambio. En la Historia –sostiene el fatalismo/resignación-, no hay cambio: La Historia se repite y enuncia todas las revoluciones concluyen, ineluctablemente en Therminor, es el totalitarismo, plantear así el problema es postular que la persona no tiene otro camino. La Historia es una pesadilla de la que despertar, escribe Joyce. Para el fatalismo/resignación no sólo una pesadilla, es una pesadilla de la que es imposible despertar. Por eso (salvando la profunda sabiduría de la fatalidad de los mitos clásicos) el fatalismo es reaccionario.

La cosmovisión del cambio de la revolución revolucionaria, debería ser no solo la transformación, sino la transformación creativa incesante. Exactamente lo opuesto a lo que aspiran las burocracias conservadoras o revolucionarias, La burocracia pragmática contemporizadora no aspira a la transformación, sino a la inmovilidad, la repetición, la rutina, que es lo contrario del movimiento. Los campos de concentración del nazismo y el Estado policial, no son consecuencia inevitable de las revoluciones, son recaídas en la enfermedad infecciosa de la Historia. La repetición de los oscuros movimientos de muerte que están en el fondo de las monstruosidades de la Historia. Si en nombre de la revolución actuamos  como la Inquisición, no somos revolucionarios, somos la Inquisición, repetimos el discurso de la barbarie necrófila.

La transformación tiene que producirse, al mismo tiempo,  en el afuera y en el adentro, es decir en la sociedad y en el espíritu de los que transforman la sociedad,  porque si el cambio no se produce, simultáneamente, en el afuera y en adentro, es decir, si el revolucionario no se revoluciona a sí mismo puede recaer o recaerá en el discurso del oscurantismo y de la injusticia que intenta abolir.

Para utilizar la metáfora clásica, “¿la Humanidad saltará de la prehistoria a la historia, o está condenada a errar de prehistoria en prehistoria?” Orwell no cree en la transformación. Yo no soy fatalista. Por eso, no obstante que hay tantos motivos para dudar, pienso que la Humanidad encontrará el camino de la vida, viva.

Quizás para eso se necesiten no una, sino 100 revoluciones. No todas serán revoluciones clásicas (la invención de la píldora anticonceptiva ha transformado el mundo, tanto como la bomba atómica), no ha terminado el tiempo de los cambios, todo lo contrario: Llegará desde nuevas e insospechadas perspectivas. No creo en la fatalidad de la repetición histórica. El pasado no será siempre el espejo del porvenir.

Berlín/DDR/ 26 de Febrero de 1983.

El presente ensayo fue escrito por el destacado escritor/novelista peruano Manuel Scorza, que se lo envió a la directora de la Revista Latinoamérica un Pueblo Continente, y subdirectora de la Fundación Cesal e.V, Berlín, DDR. Señora Gerda Böttcher, para su traducción al alemán, inglés y francés y difusión.

 

 

*Escritor peruano

 

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