Los mozambicanos tienen una buena palabra para definir una situación difícil de explicar desde la razón: confusión. La reacción del primer momento luego del triunfo de Trump, como es lógico, es de confusión, sorpresa e incredulidad. El mejor termómetro de esta situación lo expresa la baja brusca de los mercados financieros que, en este caso, empezó por las bolsas asiáticas, por correspondencia horaria.
El segundo momento consiste en que los analistas políticos internacionales tienden a restar gravedad al triunfo de Trump, argumentando que un Presidente de Estados Unidos no tiene, por ejemplo, los poderes del monarca chileno, pues los padres fundadores de ese país se preocuparon de la creación de una serie de balances de poder con el fin de evitar que el Presidente se convirtiera en un autócrata – de ahí el peso de la Corte Suprema y del Senado, en el caso de esta última institución tiene directa injerencia en la aprobación o rechazo de los secretarios de estados y de otros funcionarios principales del gobierno -.
La campaña electoral fue de una bajísima categoría en el sentido de que estuvo colmada de insultos mutuos, incluso hasta llegar a la injuria y la calumnia y no en el de presentar ideas innovadoras y programas de gobierno. Habrá que evaluar el papel jugado por el FBI al acusar criminalmente a Hillary Clinton, justo unos días antes de la elección presidencial por el caso de los mails, para dejarle libre de culpa sólo el último día de campaña, en consecuencia, en la mentalidad de algunos norteamericanos la candidata Clinton quedó como una delincuente.
El tercer momento marca la búsqueda de las razones explicativas del triunfo de Trump: ya se ha convertido en moda el burlarse de las encuestas que, en la mayoría de los casos, predicen lo contrario de lo que señala la realidad. En el caso de esta elección, la crítica a las encuestas no tiene tanta validez pues, en el voto popular, la distancia entre Trump y Clinton fue sólo del 1,5%, que se magnificó por el sistema de electores, en que la distancia es mucho mayor – entre 50 y 60 electores -.
El cuarto momento muestra cómo todo los poderes del Establishment, tanto nacional como internacional, se auto-convencieron, desde el inicio de la campaña, de que Trump era un payaso y que iba a ser derrotado con facilidad por la poderosa familia Clinton. Muy tarde se dieron cuenta de que Donald Trump iba en serio y había logrado penetrar en sectores importantes de la América profunda – campesinos, blancos de baja escolaridad, obreros y gente de clase media, en su mayoría “canutos”.
La élite en el poder, que posee apoyos poderosos como la totalidad de la prensa mundial, los bancos y las empresas que cotizan en las bolsas, especialmente en Wall Street, no logran captar el poderoso rechazo de un sector de la ciudadanía a lo que podemos llamar castas, oligarquías y plutocracias en el poder, como también al grado de malestar que provoca la marginación de amplios sectores de ciudadanos de a pie de la sociedad.
La política y las instituciones, consideradas bajo este punto vista, se convierten en una posesión de esta élite fáctica, demonizada como corrupta, por el imaginario social.
Me resisto a usar el término “populismo” para explicar el fenómeno Trump, pues es en extremo ambiguo – pudo haber servido para Juan Domingo, Getulio Vargas y, más recientemente, Alberto Fijimori – que se puede aplicar a cualquier caudillo anti sistémico o que no surja de los poderes fácticos, es decir, de las castas en el poder.
Es muy fácil buscar elementos comparativos entre el fenómeno Trump y Hitler o Mussolini, o hermanarlo en la actualidad con el Frente Nacional de Marine Le Pen u otros grupos de ultraderecha que pululan en Europa. Es cierto que en el caso de Trump, como de movimientos dirigidos por Marine Le Pen, hay una amplia penetración en sectores populares: en Francia, en la banlieue, antiguamente “roja” y hoy, nacionalista; en Estados Unidos, el triunfo de Trump, por ejemplo, en Estados donde antiguamente existió la industria automotriz, como es el caso de Michigan que, en las anteriores elecciones era un territorio indiscutido de Barack Obama.
Los discursos de Le Pen, en Francia, y de Trump, en Estados Unidos, sobre la base de ideas simples, fácilmente comprensibles para su electorado, penetran con fuerza, por ejemplo, el orgullo nacional, en el caso de Trump, “el sueño de una gran América para los americanos”, por lo tanto, el ataque a la inmigración, no sólo latina, sino también musulmana, y el combate a muerte, hasta la destrucción del terrorismo, principalmente de ISIS, la promesa de creación de empleos para los estadounidenses e, incluso, la desfachatez de la utilización del poder nuclear de Estados Unidos en cualquier aventura expansionista y la construcción del muro en la frontera mexicana-estadounidense, pagada por los mexicanos y, como si fuera poco, cobrar a los miembros de la OTAN por el aporte de Estados Unidos.
El hablar en titulares, en forma asertiva y rotunda, muy mal vista por los intelectuales y políticos de poderes fácticos, lejos de ser negativo, la propuesta ha sido atractiva para sus adherentes que, en general, pertenecen a sectores de menor educación formal, de fuerte chauvinismo y que, en su mayoría, no ha sido nunca de sus pueblos, es decir, lo contrario del cosmopolitismo de los habitantes de la Gran Manzana o de California. Si miramos el mapa electoral de estas elecciones de 8 de noviembre, se ve una gran ruptura entre los estados más abiertos al mundo y los de la América profunda.
El Estado de Florida fue, quizás, decisivo en el triunfo de Trump, donde obtuvo un 49,2% contra un 47,7%. El voto de los latinos en ese Estado estuvo dividido entre los cubanos (gusanos) que, en su mayoría, votó por Trump, y un pequeño sector por Clinton. El voto afroamericano no favoreció masivamente a Clinton – como sí lo había sido con Obama -.
Una de las ideas fuerza en la campaña de Trump se refirió al aislacionismo que, históricamente, dio buenos resultados al Presidente Wilson, en la primera etapa, antes de participar en la Primera Guerra Mundial. El rechazo de Trump a los Tratados de Libre Comercio atrae, preferencialmente, al sector social que lo apoyó. Así, el aislacionismo es la expresión de la lejanía de los sectores anti sistémicos con respecto a la política llevada a cabo tanto por republicanos, como demócratas.
El triunfo de Trump abre un período histórico de fuerte contradicción entre sectores anti políticos y un refinado sistema de contrapesos democráticos que, en el caso de Estados Unidos, se ha mantenido durante varios siglos. Es difícil de prever qué ocurrirá en el agudo conflicto entre Trump y los líderes políticos republicanos; tampoco sabemos cómo se va a entender con el Parlamento y las demás instituciones del Estado.
¿Podrá el lobo convivir con la oveja o, por el contrario, seguirá desempeñando su papel de lobo? Trump ha dado muestra fehaciente de ser bastante sorpresivo y nada, hasta ahora, indica que los políticos le puedan cortar las uñas y le arreglen el peinado y, por qué no, le den una clasecita de política, como arte de lo posible. Hasta ahora, da la impresión de que el lobo va a seguir siendo lobo, o bien, que nos sorprenda como zorro. Hasta ahora se ha mostrado inteligente para leer e interpretar la realidad de su electorado.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
09/11/2016