Noviembre 19, 2024

Donald Trump dispuesto a desconocer la validez de su derrota

El tercer y último debate presidencial en Estados Unidos, al menos, al comienzo, se trataron temas de cierta importancia política e incidencia social. En la segunda parte se volvió a las mutuas descalificaciones de los dos encuentros anteriores.

 

 

Trump y su comando saben muy bien que la  elección del 8 de noviembre la derrota está prácticamente asegurada: el 90% del voto femenino le es desfavorable, y un porcentaje aún mayor en los afroamericanos e inmigrantes, especialmente latinos.

A elección presidencial en Estadios  Unidos se basa en un sistema indirecto por el cual, finalmente, deciden los representes elegidos por cada uno de Estados; puede darse el caso de que un candidato gane con el voto popular y luego pierda en los comicios de los Colegios electorales estatales. Así ocurrió con la elección de George W. Bush, quien perdió en el voto popular, pero ganó gracias a la votación del Estado de Florida – hasta hoy se sospecha de que en esa elección hubo fraude -.

Los Estados que podrían decidir, si el escrutinio fuera estrecho entre ambos candidatos, los Estados de Florida, Texas y Ohio podrían jugar un papel fundamental en la decisión final en el triunfo de uno de los candidatos a la presidencia.

Este último debate ha confirmado que Trump no tiene mayor interés en conquistar el voto femenino, como tampoco de los afroamericanos e inmigrantes, sino que le interesa asegurar su base de apoyo  en la misoginia, chauvinismo,  aislacionismo y en el recuperación del poder de la América imperialista, una especie de “gran garrote” al estilo siglo XXI.

El  último debate, realizado el 19 de octubre último, por su  escenografía ubicando a los contrincantes a considerable distante distancia entre ellos, sumado al buen papel del conductor, impidió a Trump usar sus consabidas expresiones no verbales para minimizar a su rival, por ejemplo, no logró colocarse detrás de Hillary Clinton en posición amenazante y despectiva; este juego le ha servido para minimizar al Presidente más torpe del mundo, Enrique Peña Nieto – dicho sea de paso, lo mencionó con alabanzas en el diálogo de ayer -.

Trump demostró carecer de recursos comunicacionales y, sobre todo, políticos para lograr, por medio de un certero golpe, acortar la distancia entre su candidatura y la de su rival. En el fondo, el mensaje de Trump sigue siendo el utilizado durante su campaña y, valiéndose de la técnica de un reality show, lanzar cuñas disonantes y provocativas, que permitirían subir el rating de la emisión televisiva.

Donald Trump no supo aprovechar las revelaciones de los numerosos Wiki Leaks, que dejan muy mal parado al Partido Demócrata de la señora Clinton, quien no ha logrado explicar a la opinión pública el alcance del mal uso de los mails.

Trump, por su parte, quedó muy maltrecho por las grabaciones de su trato misógino que, prácticamente, linda en actitudes cercanas al abuso y violación de la mujer, como tampoco ha podido responder a cabalidad sobre los decenios en que no ha pagado ningún impuesto, basándose en la consabida excusa de balances deficitarios. Cuando la candidata demócrata lo aborda sobre este tema, siempre responde que su actuación ha sido consecuencia de las leyes dictadas por la propia  Sra. Clinton, que ha ocupado importantes cargos en la clase política norteamericana.

Es posible que esta última contienda electoral sea una de las más sucias en la historia política de Estados Unidos, pues ambos candidatos son, en extremo, impopulares, pero en el caso de Trump  ha llegado a extremos inconcebibles, a tal punto de que ha dado lugar a comparaciones con dictadores totalitarios, genocidas y racistas, como Adolf  Hitler.

La candidatura de Trump ha tenido el efecto  de dividir al Partido Republicano y muchas de sus figuras principales, entre ellas la familia Bush, se han  manifestado públicamente en el sentido de no apoyar al candidato de su Partido; También otras personalidades, como el líder del Partido en la Cámara de Diputados, que si bien no participará en la campaña electoral, al final, hasta ahora, votaría por Trump.

Donald no está muy preocupado por el daño  que ocasiona al liderazgo del Partido Republicano, pues está interesado en algo más a largo plazo, cuyo proyecto mesiánico se contrapone a las castas políticas en el poder. No cabe duda de que, al igual que Barack Obama – reservando las abismales diferencias, claro está -, ambos han sido capaces de encantar a un electorado ajeno al juego de los partidos políticos tradicionales de la democracia electoral y de la democracia bancaria. El caso de Trump marca la crisis de un sistema político, cuya característica es la lejanía entre dirigentes y ciudadanos.

De producirse por el azar el triunfo de Donald Trump, se marcaría un derrumbe incontrolable del sistema político norteamericano y sus relaciones con los aliados en el campo internacional – son notorias, por ejemplo, las buenas relaciones entre Trump y Putin.

De ganar Hillary Clinton, su Partido debiera asegurar la mayoría en el Senado, pues lo más posible es que los republicanos obtengan la mayoría en la Cámara de Representantes. En el fondo, no habría muchos cambios  con relación a la política de Obama, salvo en el caso del Tratado Transpacífico, que la candidata ha manifestado su intención de desahuciarlo.

Las elecciones en Estados Unidos, con sus características peculiares, son una expresión más del agotamiento de los sistemas democráticos bancarios y de la confirmación de la ley de hierro de Michels.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

20/10/2016      

                 

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