Poco después de la una de la tarde de ayer, el ex presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, fue detenido por la policía federal en Brasilia. La orden de aprehensión fue decretada por el juez de primera instancia Sergio Moro. Como de costumbre, el juez cometió un equívoco.
Esta vez, sin embargo, no se trató de un error jurídico, sino geográfico: la dirección que Moro dio en la orden de arresto indicaba un edificio en una calle de Río de Janeiro, departamento 205, cuando en realidad Cunha tiene una de sus residencias en el 204.
En todo caso, no hubo problemas con el vecino; además, Cunha estaba en Brasilia, no en Río. Al contrario de algunas de las tantas transgresiones jurídicas, esta vez el error geográfico del juez no causó mayores daños.
Tan pronto se conoció la noticia hubo una convulsión en los medios políticos brasileños. Alguien comentó que el rivotril, poderoso ansiolítico, había desaparecido de las farmacias de Brasilia.
Es que Cunha es guardián de un sinfín de secretos que podrán poner en riesgo la supervivencia política de más de un centenar de diputados y senadores, y causar una devastación en el gobierno. Más que corrupto, y lo fue, Cunha actuó también como corruptor.
El presidente Michel Temer, quien se encontraba en visita oficial en Japón, anticipó más de 20 horas su regreso a Brasil. No se difundió ningún comunicado oficial explicando la urgencia en volver, pero fue necesario: al fin y al cabo, es público y notorio que Cunha, ejecutor del golpe institucional que depuso a la presidenta constitucional Dilma Rousseff, ha sido un fiel y eficaz aliado no sólo de Temer, sino de todos los que con él treparon al poder sin haber obtenido un solo voto popular.
Desde que tuvo el mandato parlamentario suspendido por sus pares, el 12 de septiembre, se sabía que, sin sus foros privilegiados, Cunha podría ser detenido en cualquier momento. Sobre él recae una montaña –en realidad, toda una cordillera– de acusaciones y denuncias, que hicieron que se transformase en el símbolo más luminoso de la corrupción en Brasil.
Aun así, una aplastante mayoría de diputados decidió expulsarlo de la Cámara, abriendo una nueva temporada de tensiones. Es que si Cunha decide recurrir al recurso de la delación premiada, o sea, denunciar por doquier a cambio de una rebaja en sus sentencias cuando sea condenado, será un desastre sin límites. Y no parece existir ninguna alternativa, a menos que el ex todopoderoso conspirador se resigne a una larguísima condena por lavado de dinero, evasión fiscal, corrupción activa y pasiva, entre otros delitos. Además, pende sobre su esposa y una de sus hijas la amenaza concreta de prisión, lo que podría apresurar la decisión de alcanzar un acuerdo y empezar a denunciar.
Cunha se mostró cual genio del mal, acorde con la catarata de denuncias que ahogaron su oscura carrera de diputado: no sólo practicaba extorsiones contra empresas públicas y privadas, sino también facilitaba a varios de sus pares el acceso a esquemas de financiamiento ilegal de campañas electorales.
Con eso, guarda secretos que podrán fulminar la carrera de un número indeterminado de políticos en activo. Los dos mayores partidos: el PMDB de Temer y el PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, serían los más devastados.
El problema para Michel Temer es que entre la mayor parte de esos políticos cuya vida política está en riesgo no sólo se encuentran aliados en el Congreso, sino que muchos de ellos son figuras claves en su gobierno.
Hay denuncias, incluso, de que Cunha intercedió, en al menos tres ocasiones, para esquemas de sobornos destinados al propio Temer, además de su canciller, José Serra, y una de las figuras más poderosas de su gestión, el secretario del Programa de Privatizaciones, Moreira Franco.
El ahora detenido siempre aseguró que no denunciará a nadie. Pero igualmente dejó claro que se sintió abandonado por Temer y su grupo. De ahí el pánico que ayer se apoderó de Brasilia, cuyos reflejos llegaron a Japón, al otro lado del mundo.
Cunha responde a seis investigaciones judiciales. Junto a la orden de arresto se decretó la incautación de 220 millones de reales –unos 70 millones de dólares– de su patrimonio.
Hasta hace unos seis meses, y pese al acúmulo de denuncias ya existentes, Cunha era bien tratado por los medios hegemónicos de comunicación impulsores de la destitución de la presidenta, y por todos los involucrados en el golpe institucional contra Dilma Rousseff, incluso sus verdaderos artífices: el senador Aecio Neves, que perdió las elecciones en 2014 y jamás se resignó, y el ex presidente Fernando Henrique Cardoso.
Tan pronto Dilma fue destituida, Cunha sintió que ya no era necesario. En 12 días perdió su escaño parlamentario, y en menos de 40, su libertad.
Quienes lo conocen reiteran que él no es de los guerreros que caen solos. Y que a partir de su detención el gobierno de Michel Temer está en jaque. Todo dependerá del tiempo que Cunha necesitará para llegar a algún acuerdo con la justicia y empezar a hablar.
Brasil parecía, ayer, decididamente condenado a un escenario de turbulencia permanente.