Septiembre 20, 2024

Las dos crisis

Ricardo Lagos ha hablado de que vivimos una de las más fuertes crisis de nuestra historia…después de 1973.

Y tiene razón. Primero, el golpe de 1973, luego ésta.

Claro que no se ha profundizado en ellas, y la verdad es que son muy diferentes.

 

 

La de 1973 se produjo porque hubo una super politización e ideologización contradictoria. Chocaron en La Moneda y Chile, el 11 de septiembre, los dos mundos en que se dividía el mundo. Y uno recurrió al crimen para derrotar al otro.

Un brutal choque de trenes a velocidad entre un gobierno revolucionario objetivamente prosocialista y procomunista y una fuerza militar nativa apoyada por el imperialismo yanqui (confeso hoy), las fuerzas políticas de centro y de derecha (con confesión a medias) y la mitad de la población, una fuerza fascista.

Ese choque brutal tuvo raíces históricas y se produjo en el patio trasero de una de las dos potencias mundiales (EEUU) sin que la otra potencia mundial (la URSS) moviera un dedo, diplomático o militar-diplomático (ejemplo Cuba-Turquía en 1961). El gobierno de Allende se cayó sin división de nuestras FFAA, sin potencia militar popular y sin apoyo político o político militar externo (todos decisivos en la ex Europa Oriental, Vietnam y Cuba). Con fuerza militar interna pro comunista el desastre habría sido peor para los revolucionarios, sin apoyo externo decidido. Habría sido como el fracaso checo de 1968, aplastado por la URSS.

De ese choque nuestro país nunca salió integralmente; las consecuencias económicas del triunfo fascista aún se mantienen en lo central.

La crisis de hoy, después de más de 40 años de reinstalación capitalista, es una profunda crisis de confianza y de separación radical entre la ciudadanía (que estuvo muy presente desde 1988 hasta el primer gobierno de Bachelet) y las instituciones, principalmente La Moneda, el Congreso, los grandes empresarios y la Iglesia Católica. Crisis que se produce por el conocimiento que la ciudadanía tiene de la corrupción al interior de las instituciones rechazadas.

Ese conocimiento, que motiva justa desconfianza, renuncia y abstención, no se supera ni se superará con ridículos llamados a “volver a confiar” (una especie de llamado religioso como los hechos por los judíos con Moisés o los judíos renovados con Jesús) sino con el surgimiento de una nueva elite política o/y el haraquiri de la vieja.

Si la DC llama a los suyos a “volver a confiar” después de expulsar de sus filas a la familia de su ex Presidente, de su diputado involucrado, de su ex embajador, el llamado puede empezar a ser escuchado.

Si el PPD devuelve oficialmente la plata que le dio Soquimich, la empresa del yerno de Pinochet, para su mantención como organización, su llamado puede empezar a ser escuchado.

Si el PS expulsa hoy a senadores y diputados financiados por las pesqueras, su llamado puede empezar a ser escuchado.

Si La Moneda y sus antiguos habitantes comandados por quienes montaron la campaña de Bachelet (y pidieron plata, para ello, a Soquimich y otros, como Peñailillo y Martelli) reciben las sanciones legales y políticas, y la familia de la Presidenta (su hijo y su nuera) devuelven hoy y renuncian hoy a los beneficios que sus empresas tuvieron ante el Banco de Chile, el Ministerio de Salud en tiempos de Piñera, y las Municipalidades de Rancagua y Machalí, los llamados de Michelle Bachelet podrían tener cierta acogida.

En la derecha, para qué decir: la UDI y sus líderes, como Novoa, Longueira y varios ex ministros, senadoras y senadores, deberían desaparecer del cuadro político. Piñera, por su parte, debería retirarse a sus cuarteles de invierno después del vergonzoso juicio por coimero internacional que hoy se lleva adelante.

La Iglesia Católica, mientras se atribuya un poder resultado de su privilegiada relación nada menos que con Dios, y utilice ese poder abrumador para abusar con los pobres humanos, intelectualmente y hasta sexualmente, no podrá esperar reconciliación de los pobres hombres con la “madre iglesia”.

Los grandes empresarios deberán aceptar, cada día más, el ojo crítico de asalariados y consumidores, condenados como están, los pobrecitos, a proseguir estafando para continuar con lo que se ha llamado “el modelo económico”.

Digo “podrían”, en el caso de los políticos, porque el conocimiento también por parte de la ciudadanía del maridaje actual (no de la transición de Aylwin sino actual) entre la mayor parte de los dirigentes de la Nueva Mayoría y la vieja derecha, condena a casi el conjunto de la “clase política” al descrédito y la fundada subestimación, por parte de la gente, de la actual democracia electoral.

Es la contemplación de la corrupción sistémica lo que ha apartado la ciudadanía del actual poder económico, político y religioso.

¿Para qué votar por quienes en La Moneda y el Congreso van a votar finalmente igual por Penta, Soquimich o Corpesca? ¿Qué gano con ir a votar?

El mantenimiento del actual estado de cosas nos puede llevar, en el mejor de los casos, a una democracia como la de EEUU, en que la mayoría ciudadana (más del 50 por ciento) desconfía de todos sus candidatos, o de Colombia (donde ni el 40 por ciento votó en el último referéndum)… Una democracia en que a lo más se va a votar por los que sólo roban o por los que roban pero algo pasan a sus amigos, como en El Vaticano, en España o en Rusia.

O una democracia, en la que los que robaron, roban y asesinaron desde el Estado, como los derechistas chilenos, podrían entenderse con la ciudadanía de derecha de estos lados, e ir a ser votados y votar juntos porque no les importa ni el robo ni el crimen. Recordemos que, en su peor momento, Pinochet recibió el 44 por ciento de los votos y hasta hoy hay quienes reclaman al cielo y al tirano porque mató a tan pocos.

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