El Partido Popular (PP) volverá a gobernar España los próximos cuatro años. La decisión, paradojalmente, la tomó un Comité Federal del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), su tradicional adversario electoral.
Por 132 votos contra 107 decidió eliminar el último obstáculo que impedía a Mariano Rajoy ser investido Presidente del Gobierno: el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.
Tras las segundas elecciones (27J), el Comité, reunido el 9 de julio, sin oposición, consintió que el PSOE votara no a la formación de un gobierno del PP. Así fue como Rajoy fracasó en conseguir los votos suficientes para ser investido.
Pero a Rajoy le quedaba una segunda oportunidad, que debía contar con la colaboración del PSOE mediante su abstención, sin lo cual se iba indefectiblemente hacia unas terceras elecciones, situación que nadie deseaba ante la decepción ciudadana por la incompetencia de los partidos a pactar una mayoría.
Todas las miradas se dirigieron hacia los socialistas, los únicos que podían facilitar la elección de Rajoy. Fue entonces cuando un sector del PSOE comenzó a incomodarse con el no rotundo de Sánchez al PP. Este sector ya había manifestado sus críticas al secretario general como responsable político de los peores resultados electorales del socialismo en 39 años de democracia parlamentaria.
Las elecciones autonómicas en el País Vasco y Galicia del 27 de septiembre pasado volvieron a golpear a Sánchez con resultados desalentadores, que desplazaron al PSOE a un cuarto y tercer lugar por Elkarrekin Podemos y En Marea respectivamente, mientras el PP lograba la mayoría absoluta en Galicia.
Pero Sánchez persistió en el no a Rajoy y planteó explorar la formación de una alternativa de cambio con el apoyo de Unidos Podemos y la abstención de Ciudadanos, o la colaboración de los nacionalistas vascos y catalanes. Los críticos del PSOE elevaron el tono.
La dirección de Sánchez convocó a un Comité Federal con el fin de efectuar unas primarias y un congreso partidario en Octubre, un mes y medio antes de la segunda votación de investidura. De esta forma, Sánchez, buscaba legitimar su liderazgo con el apoyo de la militancia socialista e implementar su fórmula de cambio. La tensión del conflicto se intensificó.
Apareció el liderazgo de la presidenta socialista de la comunidad de Andalucía, Susana Díaz, con el apoyo de 7 presidentes autonómicos y el sector histórico del partido con los ex secretarios generales Joaquín Almunia, José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo Rubalcaba y el liderazgo del ex presidente Felipe González.
Fue este último el que detonó la revuelta faltando cuatro días para la reunión del Comité Federal. Desde Santiago de Chile dio una entrevista especial a la radio Ser, del grupo Prisa, en la que reveló:
“Yo hablé con Pedro Sánchez porque él me pidió que nos reuniéramos después de las elecciones del 26 de junio. Y el 29 de junio me explicó que [el PSOE] pasaba a la oposición, que no intentaría ningún gobierno alternativo y que votaría contra la investidura del Gobierno del PP, pero que en segunda votación pasarían a la abstención para no impedir la formación de gobierno. A mí no tiene que darme explicaciones, pero me siento frustrado, engañado… Realmente me siento engañado porque me dijo que iban a hacer una cosa y luego fue otra (…) Si ha cambiado de posición, desde luego no se lo ha explicado a nadie y tendrá sus razones; me siento engañado y ha creado confusión en el partido y mucha más en el país”.
Posteriormente, la mitad de la comisión ejecutiva del PSOE (17) renunció, impugnando las primarias y el congreso, con la consigna: “primero el país, después el partido”, aludiendo a colaborar con la investidura de Rajoy antes que resolver la crisis de dirección del PSOE.
Por su parte, a dos días del Comité Federal, la dirección del diario El País, del grupo Prisa, publicó una editorial insólita – “Salvar al PSOE”-, que incluso suscitó reparos en el comité de redacción, diciendo: “… Sánchez ha resultado no ser un dirigente cabal, sino un insensato sin escrúpulos que no duda en destruir el partido que con tanto desacierto ha dirigido antes que reconocer su enorme fracaso (…). Hemos sabido que Sánchez ha mentido sin escrúpulo a sus compañeros. Hemos comprobado que sus oscilaciones a derecha e izquierda ocurrían únicamente en función de sus intereses personales, no de sus valores ni su ideología, bastante desconocidos ambos…”
Diez horas de agrias discusiones acabaron con la dimisión de Pedro Sánchez, quedando un partido socialista sin proyecto, fracturado, desacreditado y entregado a apoyar al PP, su rival tradicional.
El gran triunfador ha sido Mariano Rajoy, que hace 10 meses reclamó la colaboración del PSOE para dar un gobierno estable, capaz de responder a las renovadas exigencias de la Comisión Europea de hacer nuevos recortes del gasto público y enfrentar la crisis territorial con Cataluña, luego que el gobierno catalán, con el apoyo de la mayoría del parlamento autonómico, se comprometiera celebrar un referéndum independentista, vinculante, sea con la legalidad española o la legalidad catalana, en septiembre de 2017.
El desenlace de la crisis de formación de un nuevo gobierno satisface los reiterados requerimientos a la elite política tradicional (PP y PSOE) de empresarios y directivos de los grupos económicos y mediáticos españoles, de un acuerdo sólido que dé estabilidad política a través de lo que ya planteara Felipe González hace dos años: la “gran coalición”, aunque en este caso sea sólo para investir la presidencia de Rajoy con votos y abstenciones del PP, el PSOE y Ciudadanos.