Noviembre 16, 2024

A ti, hijo de los 2000, los del ‘60 te heredamos nuestra lucha

Ha fallecido Guillermo, un compañero de mil jornadas y recuerdos que la Historia no recogerá porque ella, la oficial y plumífera, sólo se interesa en lo banal.

 

 

El conocido cantautor argentino, Alberto Cortéz, en uno de sus tantos temas de éxito, fraseaba que “cuando un amigo se va, queda un tizón encendido, que no se puede apagar ni con las aguas de un río”. Cuánta razón hay en esas letras. Hoy, una vez más, ellas han hecho carne en mi carne y llagas en  mi espíritu.

Nos ha dejado, para siempre, Guillermo –Willy- Larrázabal. Profesor de Química (UC), Químico Farmacéutico (Universidad de Chile), académico en esta última universidad durante más de cuatro décadas, amigo y compañero de mil jornadas, ícono ínclito y voz equilibrada de la muchachada de los ’60 que poblábamos el antiguo barrio santiaguino de Vicuña Mackenna y Argomedo, o si alguien desea mayor ubicuidad geográfica, de Vicuña Mackenna y Diez de Julio.

¿Fuimos parte de la generación perdida, aquella cuyo  desarrollo natural resultó castrado por el filo de las bayonetas? 1965-1966: esos eran años de libertad absoluta y creatividad desatada.  Quizás por ello algunas personas del entonces mundo adulto industrioso nos motejaban de revolucionarios sin destino.

 

Cuestionábamos todo, incluso nuestras propias actuaciones. Con mayor dureza y razón criticábamos la estructura sociopolítica de la época, a la que no trepidábamos de acusar como feble, clasista e injusta, amén de impuesta por medios coercitivos a través de la rendición y entrega histórica de nuestros productos realizadas por autoridades nacionales en beneficio de intereses foráneos. La sociedad chilena, en verdad, no esperaba mucho de nosotros.

 

Pero, al interior de los planteles universitarios –a los cuales pertenecíamos como alumnos- circulaba un rezo que se transformó en un compromiso: “Somos la generación de recambio –decíamos- Transformaremos el país dándole al factor Trabajo el sitial que nunca se le ha reconocido”. Para ello nos preparábamos….discutíamos y luchábamos. Éramos dignos hijos de la década del sesenta, la mejor de todo el siglo veinte.

 

¿Qué no? Vea usted el siguiente recorrido rápido de lo que ella heredó a la humanidad: la píldora anticonceptiva (vital causa de la liberación femenina), el bikini y la minifalda, la mujer al poder, el mundial de fútbol de 1962 y la muy musical ‘Nueva Ola’ en Chile, la guerra fría, la revolución cubana, bahía Cochinos, la crisis de los misiles, el asesinato de Kennedy, la guerra de Vietnam, la revolución musical de los Beatles, el inicio de la Comunidad Europea, la independencia de las antiguas  colonias africanas, la revolución juvenil en Francia (Mayo de 1968) con Danny ‘el rojo’ a la cabeza,  la primavera de Praga (Doubcek y Brezhnov), la reforma universitaria en Chile, la muerte del ‘Ché’ en Bolivia, los trasplantes de corazón (Barnard en Sudáfrica, Kaplán en Valparaíso), la llegada del hombre a la luna (20 de julio de 1969), el hipismo californiano, Woodstock en Nueva York, el ‘boom’ escritural latinoamericano, la reforma agraria, la ‘revolución en libertad’, la chilenización del cobre (prolegómeno de la ‘nacionalización’ que se obtendría posteriormente en julio de 1971), el nacimiento de la Unidad Popular, los prolegómenos de la computación y los primeros ‘chips’… ¿quiere que siga? Requeriría para ello de una columna completa, por eso, dejo hasta aquí el recuento.

 

Y así avanzamos sin pausas ni transacciones hasta el día martes once de septiembre de 1973. En ese inefable grupo del barrio mencionado había de todo… tomicistas (DC), allendistas (PS, MAPU,PR, IC), un par de amigos pertenecientes a lo que se conocía como “la periferia del MIR”, e incluso tres ex “alesandristas” que siempre estuvieron en la duda que marcaba la independencia en lo político con la frontera del traslado a trincheras cercanas al liberalismo ideológico (cuestión que, para ser sincero, en esos años nadie entendía ni tragaba).  Pero, éramos amigos a morir, felices, leales, alegres.

 

No puedo decirte que el golpe de estado de 1973 nos separó para siempre, pues ello sería una falacia. El grupo comenzó a difuminarse en la medida que las exigencias universitarias y laborales impusieron sus términos. 

Todos los componentes de aquel fantástico grupo fuimos abandonando el barrio e instalándonos en diferentes comunas del gran Santiago. Yo fui el primero. Luego fue Elías Pizarro, después Leo Domínguez, Teo Brugnole, Willy Larrazábal, Claudio Esquivel, Ricardo Diez, Paul Friederichs, Nibaldo Carreño….hasta que finalmente los hermanos Ivo y Tonko Tomicic (tío y padre de Tonka) también emigraron. 

 

Ivo Tomicic, Nibaldo Carreño, Roberto Naduris, Roberto Santelices, Francisco Osorio, Leo Fernández, Giuseppe Ferraro, y ahora Guillermo Larrazábal… mis amigos fallecidos, mi época que se va…definitivamente nosotros, los de la “generación del 60”, comenzamos a despedirnos, aunque a algunos aún nos quede algo de fuelle e hilo.

 

Mi época, esa de los años sesenta, comienza a difuminarse, a convertirse en años Historia. No quiero que ustedes la olviden, la ignoren, la desprecien, por ello la cuento, la relato. Y si usted está preocupado por  el posible olvido que las generaciones venideras manifiesten respecto de lo que usted y sus amigos realizaron, no trepide en escribirla, contarla, relatarla… pues no existe otra forma que permita seguir vivo en la conciencia del país ni continuar siendo Historia concreta o realidad auténtica o prolegómeno verdadero de la realidad sin mediar editores periodísticos y televisivos que la trastoquen en beneficio de los particulares intereses políticos-económicos de sus patrones.

 

Yo sigo luchando, sigo en la riña, en la trinchera… no sé cuánto más podré continuar en esta tarea de reconciliación con mi propia época y retribución a mi pueblo de entonces, el de los`’60,  el de siempre, el de hoy y el de mañana.

 

Por ello, querido Guillermo, Willy compañero de mil kilómetros…  si puedes y si te parece conveniente, te ruego hagas llegar a todos esos amigos nuestros del barrio inmortal de Vicuña Mackenna y Diez de Julio, que están acompañándote en la etérea realidad, este pensamiento con el que viaja la esperanza de un ansiado reencuentro luego de tanto olvido e ilusiones cercenadas.

Diles, por favor, que una vez más mi alma de contrabandista, ermitaño de los montes y saqueador de fortunas mal habidas, debe agradecerles con emotiva sinceridad la estupenda conversación que sostuvimos durante tanto tiempo en la guarida de los esperanzados. 

El magnífico recorrido cósmico y estelar que allí se realizó, con abundamiento de anécdotas olvidadas por los ignorantes que creen ser sabios, y por los sabios oficiales que en realidad son iletrados a fuerza de servilismo, condujo a mi yo interno hacia las cavernas iluminadas con las lágrimas de Platón, e incandescentes merced a las sonrisas de vestales y pitonisas de la caverna del Minotauro. 

La década de los sesenta fue, a no dudar, la mejor época de esta perenne primavera. Imposible no crecer con la guía por ellos proporcionada alrededor de las cinco neuronas que distinguen mi escuálido intelecto de aprendiz….tozudo al grado de la insoportable levedad del ser. 

Diles, por favor, que estoy por llegar. Que me esperen -como es habitual- con una andanada de promesas de mejor futuro y mayor emprendimiento. Llevo en mi morral las fresas silvestres recogidas en el país de las sombras largas y una carta que me entregó para ellos el lobo estepario. Que enciendan la hoguera de las vanidades y abran el boquerón de la quimera del oro, pues celebraremos con chacolí doñihuano y aguardiente coltauquino ese esperado reencuentro.

 

Pero, diles también que sigo en la riña, en la lucha por un Chile mejor, por un  país parecido al que tú , yo y nuestros compadres  de los ‘sesenta’ soñamos. Eso te lo doy firmado. Si  he de morir, será con las botas puestas… y lo sabes.

 

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