Se dice—y no sin razón—que un exiliado no lo es tanto de un país determinado, sino de su infancia y juventud. Efectivamente, si uno analiza a fondo sus propios sentimientos e incluso las manifestaciones inconscientes de ellos, como los sueños, son las imágenes y memorias de ese período en que hemos ido creciendo las que fluyen más fuertemente. Son esos recuerdos los que en definitiva nos hacen decir “esto es lo que echo de menos”.
Doy señas—sin pudor—de mi edad, cuando digo que mis recuerdos de niñez van inseparablemente unidos a la que fuera mi revista favorita de ese tiempo, Barrabases, y me refiero a su primera época, la de su nacimiento allá por 1954. En ese tiempo la historieta era efectivamente dibujada y escrita por Guido Vallejos, su creador, cuya muerte ha ocurrido en estos días y la que me lleva a escribir estas líneas.
Vallejos murió a los 87 años, sufría de Alzheimer y en 2012 había estado envuelto en un incidente que marcaría para mal los últimos años de su vida. El ya retirado dibujante y editor de revistas fue condenado ese año por haber sido cliente de una red de prostitución infantil. Justamente había terminado de cumplir su sentencia de cuatro años de libertad vigilada este año. Por cierto un episodio ingrato y que no se puede dejar de mencionar al hacer un balance de la vida del personaje, aunque por otro lado es una ilustración muy palmaria de las contradicciones que pueden coexistir en la vida de una persona. En estricta justicia al hacer la evaluación del hombre, no se puede dejar pasar ese desgraciado momento de su vida, aunque tampoco se puede caer en la mezquindad de la condena recalcitrante como alguna gente ha hecho estos días por las redes sociales diciendo “un pedófilo menos”. (De paso demostrando una cierta ignorancia, la pedofilia se refiere a la atracción por niños o niñas sexualmente inmaduros, es decir menores de 12 años—la edad de madurez sexual promedio reflejada en las legislaciones de la mayoría de los países—la actividad sexual con personas entre las edades de 13 y 17 años—el caso que aludimos—, si bien prohibida en la mayor parte de las legislaciones, es condenada por el elemento de abuso que contiene, especialmente en el caso de la prostitución infantil, donde hay una explotación de personas menores. Por lo que sé, y haciendo el caso aun más sórdido, emulando a la “triste Eréndira” explotada por su abuela en la historia de García Márquez, una de las muchachas envueltas en el caso que involucró a Vallejos, era prostituida por su propia madre…)
“No juzgues a un hombre sino hasta el momento en que se halle en su lecho de muerte” recita en una escena el coro en la obra Edipo Rey de Sófocles, una afirmación muy cierta. Sólo allí se puede calibrar exactamente el significado de sus acciones y su vida en general. Que Guido Vallejos pasara a la historia como un sujeto de un acto criminal sería una total injusticia, por otro lado si sólo se resaltara su aporte a la cultura popular chilena, en especial su contribución al género de la historieta sin hacer referencia a ese momento oscuro de su vida también sería ofensivo para mucha gente. Lo complicado es encontrar un adecuado balance entre ambos elementos, pero no debe ser una tarea imposible.
Curiosamente y aquí cabe destacar este elemento contradictorio en la vida de un hombre, en tanto lector del Barrabases original, una de las cosas que puedo destacar de la historieta era el profundo sentido ético que emanaba de sus personajes: Mr. Pipa, el entrenador, era un auténtico maestro, aunque no por ello exento de cometer errores y hasta tener arranques de rabia, los jugadores—típicos niños amigos del barrio—desde su estrella Pirulete, pasando por el simpático Guatón, el arquero Sam y todos los otros, reflejaban muy bien los valores de la amistad, la lealtad y solidaridad, pero como también ocurre en cualquier grupo infantil, las envidias y rivalidades propias de esa edad. Y la historieta era capaz de retratar también todos esos comportamientos (cuando Sam se pone “cachiporra”, cuando Guatón quiere desplazar a Pirulete como capitán, cuando problemas familiares afectan el rendimiento de Pirulete, etc.) claro está al final teniendo una resolución feliz, después de todo se trataba de una historieta destinada a un público infantil sin intentar crear situaciones existenciales más complejas como en la Mafalda de Quino o el Charlie Brown de Schulz. Incluso temas que hoy están muy vigentes, como el racismo de la sociedad chilena, fue aludido en 1956 en una historieta en que Mr. Pipa alecciona a un grupo de hinchas que hacía bromas a propósito de Palmatoria, un futbolista brasileño y negro, que era suplente en el equipo de Barrabases.
Después del éxito de Barrabases Vallejos incursionó en otros géneros editoriales, hacia 1959 lanzó El Pingüino una revista de corte picaresco al estilo de lo que había sido Pobre Diablo que dirigiera René Ríos (Pepo) en los años 40 y la famosa revista argentina Rico Tipo de Divito. En esta publicación los mejores historietistas de ese tiempo convergieron para crear o reintroducir a personajes famosos: Alaraco (Themos Lobos), Ramón (Vicar), Don Rodrigo, Viborita (Pepo), Pan de Dios (Fantasio), Entre Microbios (Jimmy Scott), Perkins (Mazzone), Frescolín (Urtiaga), Insolencio (Nato) y muchos más. La novedad en ese momento fue la inclusión en sus páginas de abundantes fotos de mujeres posando en traje de baño, paños menores o—para los adolescentes de entonces las más excitantes—cuerpos femeninos sólo con espuma de baño cubriendo sus partes más íntimas. Por supuesto, se trataba de fotos muy distantes de las imágenes pornográficas que otras publicaciones posteriores y luego el Internet empezaría a difundir hasta el día de hoy. Sin duda El Pingüino reflejaba muy genuinamente lo que era la actitud de la sociedad chilena respecto del sexo en ese tiempo: un cierto alarde de picardía y desafío, pero sin ir muy lejos. Lo más audaz probablemente era una edición especial que sacaba cada cierto tiempo llamada “Ricuritas” de El Pingüino, que hoy día más que por su contenido sería ofensivo por su título muy políticamente incorrecto (usando una terminología de la América del Norte).
Vallejos también lanzó una revista femenina, Mi Vida que recuerdo que mi madre leía y que era diferente de las revistas para mujeres de ese tiempo como Confidencias, con un contenido basado en lo que se llama ahora “novelas rosa” y Eva que oscilaba entre los consejos para el hogar y algunas historias para público femenino. Mi Vida en cambio introduciría reportajes de actualidad y mucho material gráfico, sin dejar de lado lo típico de ese entonces: los consejos para el hogar.
Otras dos incursiones editoriales de Vallejos fueron Cineamor una revista de fotonovelas, un género hoy desaparecido pero que era muy popular hasta comienzos de los años 70, muy similar a la historieta pero que en lugar de paneles dibujados contenía fotografías (en una oportunidad produjo un Barrabases usando esta técnica) y la revista de actualidades Flash que, como su nombre sugiere, se basaba en reportajes fotográficos, probablemente la única de sus iniciativas editoriales que no era muy original ya que ese formato había sido introducido en Chile por la revista Vea (que eventualmente en una etapa posterior Vallejos llegaría a controlar).
En tiempos más recientes Vallejos reciclaría a Barrabases, en dos o tres ocasiones más ya no dibujado por él, y con ciertos cambios a los personajes que la “vieja guardia” de sus lectores (que en realidad ya no éramos sus lectores ya que las conocíamos porque hijos, sobrinos, nietos eran sus nuevos seguidores) no apreciamos del todo: Mr. Pipa se convirtió en un personaje más payasesco, lo que afectaría su dignidad, el masajista Cacharro se hizo tartamudo (de paso ofendiendo a los que sufren esa condición, muy políticamente incorrecto), se agregó un perro que no estaba en la historieta original y la calidad del dibujo disminuyó, aunque claro ahora se imprimiría en color. Aunque claro, admito que en estos juicios puedo estar influenciado por mi propia adhesión afectiva a la edición original de la revista que puntualmente leí desde 1955 hasta 1961 aproximadamente, cuando ya entraba a la segunda etapa de mi adolescencia y Barrabases quedaría atrás como una de las tantas cosas del “cabro chico” que entonces había ya dejado de ser. (Llegué a tener casi la colección completa entre esos años, la que como tantas cosas dejé arrumbadas en Chile cuando apresuradamente tuve que irme al exilio. Para mi mala suerte, no contaba con que un día mi madre—en cuya custodia quedaron las viejas aventuras del equipo de Pirulete y Mr. Pipa—simplemente se desharía de ellas de la manera más ignominiosa: a la basura o al reciclaje como papel viejo… Me costó perdonar a mi vieja por ese crimen de lesa publicatio del cual me enteré sólo cuando viajé por primera vez a Chile después de 14 años de exilio en 1988 luego del plebiscito de ese año. En visitas recientes he tratado de reconstruir al menos en una fracción esa colección adquiriendo algunas revistas de esa época en la excelente tienda de artículos y publicaciones del ayer llamada West Coast, en MacIver cerca del Parque Forestal, pero recuperarlas todas sería imposible primero porque muchos ejemplares ya simplemente no existen y segundo, porque costaría una fortuna. Buena es la nostalgia, pero en este caso puede ser muy cara).
No hay duda que la muerte de Guido Vallejos debe haber despertado memorias como las mías, también algunas palabras de encono y odiosidad como he visto en las redes sociales, pero lo indudable es que más allá de su evidente lado oscuro, él debe pasar a la historia como uno de los grandes aportadores a la cultura popular chilena, nada menos que como el creador del que se anunciaba como “el equipo favorito de los niños” el equipo de fútbol de Barrabases que cada quincena nos traía a los chicos de entonces no sólo las alegrías y angustias que se viven en una cancha de fútbol, sino también la dimensión humana de los personajes que ahí se desenvuelven. Por lo menos, a título muy personal puedo perdonarle sus fallas—como muchos, él se desenvolvió en un claroscuro—porque al final lo que me queda realmente es toda la alegría y enseñanza como lector de su revista en esa crucial etapa cuando uno va creciendo y madurando.