Diciembre 26, 2024

Ricardo, hueles a naftalina

En 1904 Marcial Martínez, un gran político y diplomático, publicaba en la Prensa un artículo en que proponía reemplazar el soborno de los particulares por el del gobierno. Como lo considero de mucha actualidad,, que más allá de las explicaciones, poca duda cabe de que cambió su voto para favorecer  a su Distrito: “como en la Inglaterra de Jorge III, lord Grenville había comprado el apoyo político de Horacio Walpole, nombrando a un sobrino suyo para un puesto bien retribuido.

 

 

Era el soborno que un hombre honrado puede intentar sin ánimo de ofender a otro. ¿Por qué no imitar en Chile este ejemplo? ¿Importaría esa práctica – se preguntó Martínez- aunque transitoria una forma nueva o desconocida de corrupción de nuestros hábitos políticos? No, pues lo que actualmente pueden tomar para sí ciertos miembros del Congreso mediante su actividad y artificio lo recibirían directamente del Gobierno y así se lograría tal vez una gran economía para el erario. Queremos sustituir el botín bélico de los bandos indisciplinados, por la paga organizada de las tropas regulares”.

 

            En Chile siempre se confunde, producto de la pésima educación, la palabra cínico con hipócrita, cuando en verdad significa todo lo contrario: no son sinónimos, sino antónimos – el cinismo significa franqueza, mientras que la hipocresía, de falsedad – por eso me gustan las declaraciones del diputado Ascensio y muy poco las explicaciones que otras autoridades dan de esta acción; no creo que sean equiparables al lobby, palabra inglesa que sólo se presta a equívocos.

 

               Marcial Martínez despreciaba al Parlamento y sus cínicas escritos no son más que manifestación de este sentimiento. En el régimen de Asamblea (1891-1925) todo el poder residía en los partidos políticos, que formaban parte de la casta pluto-oligárquica; las diputaciones y senadurías se compraban en el mercado de la política, los electores no eran ciudadanos, sin o carneros, los Distritos pertenecían a los gamonales, los negocios y la política eran prácticamente lo mismo, era escaso el Parlamentario que no fuera abogado de una salitrera inglesa, la administración pública era repartida entre los distintos partidos políticos, las tierras de Magallanes o las Oficinas salitreras pertenecían a parlamentarios; ellos mismos calificaban sus poderes, incluso, derrocaban gabinetes cuando los ministros no colocaban a alguno de sus camaradas. Era la bacanal parlamentaria.

 

            El presidencialismo monárquico sólo cambió en apariencia la situación: si bien el Presidente de la república nombraba a los ministros de Estado – no podían ser censurados por el Parlamento – el jefe de Estado requería la mayoría o, al menos, un tercio del Congreso para gobernar; todos los gobiernos, salvo el de Eduardo Frei Montalva, necesitaron de combinaciones políticas: los ministros de Estado no podían aceptar el cargo sin el pase del partido.

 

            Ricardo lagos Escobar era el más republicano de los ex Presidentes de la Transición. Los diarios del bipolio, en este domingo, 17 de agosto, han querido resucitar su imagen con el fin de presentarlo como el más seguro rival de Sebastián Piñera, para las elecciones de 2017. Lagos las emprende contra los llamados díscolos amenazándolos con negarle los cupos en las próximas elecciones parlamentarias; como don Quijote, está luchando contra los molinos de viento de su fértil imaginación sin considerar, seriamente, las raíces profundas del malestar y descontento parlamentario y, como si fuera posible poner fin a los díscolos con la sola manifestación de su regia voluntad. Es muy difícil que se repita el Versalles de Luís XIV, que puso fin a la fronda nobiliaria.

 

            En la historia presidencial chilena siempre hubo conflictos entre el Presidente de la república y los directivos de su partido: Pedro Aguirre Cerda tuvo que sufrirlo hasta su muerte; Juan Antonio Ríos nunca se entendió con el CEN del Partido Radical y, ante la negativa del pase a sus Ministros, tuvo gabinetes militares independientes; González Videla fue obligado por el Partido Radical a cambiar el gabinete de concentración nacional – liberales, conservadores y radicales – por el de sensibilidad social – falangistas, conservadores, social cristianos y radicales-; Carlos Ibáñez, que quiso gobernar contra los partidos, terminó dominado por los agrio laboristas de Rafael Tarud; Jorge Alessandri, otro personaje anti-partido, al fin estuvo supeditado a liberales, conservadores y radicales; Eduardo Frei Montalva temía más a la directiva rebelde y tercerista de su partido que a sus opositores; Salvador Allende, que siempre respetó a la directiva de los partidos de la Unidad Popular – pues se negaba a hacer un  gobierno personalista- no dejó de tener conflictos con un sector de su partido, aun cuando éstos han sido exagerados y falseados por la derecha política.

 

            A Francisco Encina le gustaba hacer grandes y creativas elucubraciones históricas, subjetivas, pero un tanto discutibles: sostenía que a un gobierno fuerte le sucedía uno moderado y abierto a la participación; al autoritario Joaquín Prieto le sucedió el mesurado Manuel Bulnes; al tiránico Manuel Montt, el templado José Joaquín Pérez; al intervencionista Federico Errázuriz, el morigerado Aníbal pinto; al atrabiliario Domingo Santamaría, el autoritario José Manuel Balamaceda; a la “reina Victoria” Jorge Montt, el burlón Federico Errázuriz Echaurren, y a éste,  el comedido Germán Riesco; luego viene  el autoritario Pedro Montt y lo sucede el mandarín Ramón Barros Luco. Termina el parlamentarismo con el autoritario negociante, Juan Luís Sanfuentes. A quien le entretenga el juego entre blandos y duros, entre autoritarios y templados, puede confeccionar su propia lista, hasta nuestros días.

 

            Es cierto que con todas las diferencias de contexto, en ambos Centenarios los electores parece buscar a gobernantes autoritarios, que den garantías de gobernabilidad y de menor riesgo posible, sobretodo en el campo económico. Así ocurrió en 1910 cuando los chilenos eligieron a Pedro Montt suponiendo que tenía las cualidades autoritarias de su padre, pero su gobierno resultó un fiasco: Montt sucedía al débil gobierno de Germán Riesco, en el cual reinó la más feroz especulación bursátil – por cierto la Presidenta actual no tiene nada que ver con Riesco y es completamente falsa la imagen de debilidad que han querido transmitir los Diarios del bipolio, sin embargo, Michelle Bachelet ha querido hacer un gobierno ciudadano, ni pocas veces mal comprendido debido al autoritarismo congénito de los chilenos- . Parece ser que, nuevamente, estuviéramos regresando al autoritarismo patriarcal y quisiéramos un papá freudiano, que no ponga las peras a cuatro.

 

 

            La derecha, por esencia conservadora, siempre ha tenido terror a la innovación: en 1958, liberales y conservadores no apoyaron al social cristiano Eduardo Frei y se decidieron por el independiente Jorge Alessandri, imposibilitando una alianza entre la derecha y la democracia Cristiana; en 1970 proclaman nuevamente a Jorge Alessandri, permitiendo el triunfo de Salvador Allende, debido a la división de los partidos burgueses. De nuevo, la derecha no logra innovar postulando al ya desgastado Sebastián Piñera.

 

            Ricardo Lagos,  quiere presentarse como un estadista republicano, sucesor de los autoritarios Diego Portales, José Manuel Balmaceda y Arturo Alessandri: se burla de la chimuchina política y sólo responde sobre temas de alta envergadura, como la diversificación de la matriz energética, la reforma del Estado, las reformas jurídicas, el calentamiento global, la educación, entre otros grandes temas, todo esto con un discurso críptico y políticamente correcto.

 

            Hoy por hoy nadie cree en los poderes mágicos de Mario, el hipnotizador, de Thomas Mann; ningún candidato a hipnotizado se adormecería con el “no quiero, no debo, ni puedo” de Arturo Alessandri. Nadie cree que Ricardo Lagos Escobar no es ya candidato presidencial; prolongar la incertidumbre es solo un juego para ingenuos.

 

           

 

            José Miguel Insulza quiere ser candidato desde Washington, al igual que el millonario boliviano, Patiño, el rey del estaño, pero los bollos no están para pasar, de la OEA a La Moneda; además, es un candidato suplente de Lagos, en el Partido Socialista.

 

            A diferencia del emperador Claudio, Ricardo no se convertirá en César y Dios haciéndose el tonto, como el famoso emperador romano, para no ser envenenado por la Corte de Nerón. Ricardo Lagos ha estado siempre en el primer lugar de los líderes de la Concertación y, querámoslo o no, es el más culto y capaz entre sus líderes. No dejado de sufrir derrotas y cuestionamientos, como todo ser humano: perdió la senaduría por Santiago a causa de exceso se suficiencia y orgullo; fue derrotado por Eduardo Frei en unas Primarias en que lo traicionaron muchos de sus actuales pajes, salvo Carlos Ominami; quería ser ministro de Relaciones Exteriores y aceptó la cartera de Obras Públicas; se opuso a Punta Peuco, pero tuvo que agachar el moño; casi empató con Joaquín Lavín, en la primera vuelta; empezó pésimo sus primeros meses de gobierno, salvado por las legiones empresariales. No creo que a Ricardo Lagos tenga necesidad de ir acompañado  por un esclavo que le muestre el letrero “recuerda que eres humano”. No faltará quien le eche en cara el fracaso en Ferrocarriles y en Transantiago, entre otras derrotas.

 

 

 

            Como el famoso Octavio, creo que a César y Dios Lagos le gustaría tener un senado conformado por venerables pajes de su corte: por su hijo, Ricardo Lagos Weber, por Marcelo Schilling Lagos, Camilo Escalona Lagos, Ricardo Núñez Lagos, y así suma y sigue, sin ningún díscolo, sin nadie que se atreva a pensar, menos criticar y, mucho menos, votar contra la orden de partido: una perfecta corte de papagayos; por qué no si ya lo hizo Napoleón III, en Francia.  En base a un impecable plesbicito

 

Rafael Luís Gumucio Rivas   

 

 

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